Desde Tel Aviv
Supuestamente, quienes conocen la trayectoria de Avigdor Lieberman no tenían motivos para sorprenderse al escuchar su lenguaje prepotente durante la ceremonia de asunción a su nuevo cargo de canciller en el gobierno de derecha que acaba de subir al poder en Israel. Al fin y al cabo, no fue en un pasado muy lejano que el dirigente del partido Israel Beiteinu propuso bombardear la represa de Asuán, en Egipto, atacar a Irán o imitar los métodos represivos utilizados por Rusia contra los chechenos en la Franja de Gaza. Declarar que Israel no se comprometerá a actuar de acuerdo al pacto de Annapolis, cuyo objetivo expreso es llegar a una solución permanente de dos Estados con la dirigencia palestina, en realidad está muy por debajo de esa cuota de imprudencia. Aunque, en rigor de verdad, Lieberman no se contentó sólo con ese disparo retórico. También agregó su creencia en el cliché que afirma que, “quien quiere la paz debe prepararse para la guerra”. Según el flamante canciller, la vía de las “renuncias” que Israel inició a partir de los acuerdos de Oslo, firmados en 1993, condujo irremediablemente a la violencia. Y, por si con eso no bastara, aseguró que el nuevo gobierno no devolverá las Alturas del Golán a Siria, con el que sólo es posible llegar a un acuerdo de “paz a cambio de paz”.
La sorpresa, en cambio, no estuvo motivada por el contenido de las declaraciones ni por quién las emitía, sino más bien por el hecho de que su emisor las profiriera desde su nueva y destacadísima posición, y en la mismísima ceremonia que lo consagraba poseedor del cargo. Así, pues, la asunción de Avigdor Lieberman como ministro de Relaciones Exteriores traspasó los límites de la formalidad burocrática estatal y se convirtió en el hecho más comentado de los medios locales e internacionales que cubrieron el inicio del nuevo gobierno liderado por Benjamin “Bibi” Netanyahu. Su discurso inaugural, además, generó las respuestas de protesta correspondientes por parte de la Autoridad Palestina (AP) y del mundo árabe. El dirigente palestino Yasser Abed Rabbo señaló que la AP no se compromete a colaborar con una “personalidad racista”. El presidente sirio, Bashir al Assad, se apresuró a decir que su país recuperará el Golán, la meseta conquistada por Israel en la guerra de 1967, “tanto por la vía pacífica como por la vía militar”. La canciller norteamericana, Hillary Clinton, prefirió no referirse a las provocativas palabras de asunción de su par israelí pero, en cambio, fijó con él un próximo encuentro en Washington. El propio Avigdor Lieberman, ante la proporción escandalosa que adquirieron los ecos de su prédica militarista, creyó conveniente moderar su efecto. Pocas horas después de su asunción, “aclaró” que, pese a que él votó en su contra cuando era ministro en el gobierno de Ariel Sharon, sí acepta el Mapa de Ruta diseñado por el ex presidente norteamericano, George Bush, encaminado a crear un Estado palestino al lado de Israel.
Pese a que otra faceta del canciller israelí, que lo vincula a presuntas causas de corrupción durante su mandato como ministro de Infraestructura durante el gobierno de Ariel Sharon, siguió ocupando los titulares de los medios locales, el atentado perpetrado el jueves pasado en el asentamiento judío de Bat Ayin, en Cisjordania, desplazó el foco de la atención pública hacia un posible reanudación del terrorismo palestino. Algunos ya interpretaron el asesinato a hachazos de un joven israelí cometido en esa localidad como un gesto de bienvenida que le propinaron organizaciones palestinas armadas al flamante gobierno de Bibi Netanyahu. Fuera o no así, ese mensaje no sólo es tenido muy en cuenta en las filas de las fuerzas de seguridad israelíes, sino que también es considerado con preocupación en la Muqata, la sede de la AP en Ramalá. El atentado, por cierto, les arruinó a los dirigentes palestinos la recepción internacional que le ofrecieron a Lieberman los medios y diplomáticos del mundo. Pero, sobre todo, trajo aparejados recuerdos amargos de anteriores gobiernos israelíes de derecha, que aprovecharon actos de violencia más o menos sistemáticos como excusa para boicotear toda negociación política y, en su lugar, erigir nuevos asentamientos judíos en territorio palestino.
Ciertamente, en su discurso de asunción el nuevo canciller dio un claro indicio de que su gobierno retomará la vieja fórmula de acuerdo según la cual “la eliminación de la infraestructura terrorista” por parte de los palestinos es condición previa a cualquier avance en el “proceso de paz”. De esta manera, el objetivo final manifiesto sobre la formación de un Estado palestino queda siempre postergado. Por otro lado, la aparición recurrente de la violencia no le impidió a Israel ser consecuente con su política no declarada de colonización permanente. Así, a modo de ejemplo patente, durante el saliente gobierno de Ehud OlmertEhud Barak se han construido 4560 nuevas viviendas en asentamientos judíos de Cisjordania, y se han publicado anuncios de licitación para la construcción de otras 1523 unidades habitacionales. Todo esto sin contar a Jerusalén oriental, donde se han erigido 2092 casas en los últimos tres años, y quedan pendientes proyectos sobre otras 2437 (todos los datos han sido publicados por la Oficina Central de Estadísticas).
Quienes se mostraron menos sorprendidos ante la retórica intransigente de Avigdor Lieberman son los islamistas radicales del Hamas, que controlan la Franja de Gaza. Para ellos no hay diferencias entre las fuerzas políticas israelíes de derecha y las de centro. “Ehud Olmert (el premier que acaba de culminar su mandato) comenzó como paloma y actuó como el peor de los halcones”, dijo uno de sus voceros. En efecto, al iniciar su gobierno Olmert prometió la retirada parcial de Cisjordania, pero dejó como legado la guerra del Líbano, la reciente represalia militar que devastó Gaza y una serie de “operativos secretos” (para el público israelí, no para la prensa extranjera) que aumentaron la tensión de las relaciones con el Hezbolá y con Siria, los aliados de Irán que también intentan mantener a fuego alto el conflicto israelípalestino.
El problema de Netanyahu es que al frente de la Casa Blanca ya no están los halcones de George Bush y su cruzada antiterrorista en el Medio Oriente, sino un gobierno que intenta aminorar los daños causados a raíz de la invasión a Irak y Afganistán. Si ahora la prioridad es repeler el avance de las milicias del Talibán y Al Qaida en este último país, la cooperación iraní en esa dirección resulta crucial. Y, tarde o temprano, Barack Obama le exigirá a Israel aportar su cuota estabilizadora de la tensión regional. Siguiendo tal pronóstico, es muy poco probable que la recurrencia a la prioridad que Israel exige en temas de seguridad ayude a que el actual gobierno norteamericano se desentienda de la expansión de la colonización israelí en Cisjordania y Jerusalén oriental. Especialmente si la dupla Netanyahu-Lieberman, a diferencia del gobierno anterior, no enmascarar su práctica expansionista mediante la retórica prudente del “compromiso inalterable hacia la paz”.
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