Desde París
Los electores suizos le han hecho un gran favor a la extrema derecha europea: un referéndum sobre un tema periférico, la construcción de minaretes en la Confederación, ha abierto las compuertas de sus enardecidos odios. Al día siguiente de que Suiza aprobara en las urnas la prohibición de construir más minaretes de los cuatro –¡apenas!– que ya existen en el país, las reacciones de los vecinos europeos han variado entre la condena, declaraciones incómodas de la derecha tradicional, la condena matizada de los socialistas y el jolgorio de la ultraderecha.
El jefe de la diplomacia francesa, Bernard Kouchner, fue el más categórico en sus declaraciones. Kouchner dijo que se sentía “un poco escandalizado” por la decisión suiza: “Si no se pueden construir minaretes quiere decir que se oprime una religión”, advirtió el canciller. En cambio, el partido de extrema derecha Frente Nacional celebró la osadía colectiva de los suizos, que se animaron a cerrarle las alturas de sus cielos a un símbolo religioso, el minarete, al tiempo que dejan abiertas las cajas fuertes de sus bancos a los suntuosos capitales provenientes de los países árabes. La vicepresidenta del Frente Nacional, Marine Le Pen, dijo que el resultado de la consulta prueba el reclamo del electorado “a las elites de que dejen de negar las aspiraciones y temores de los pueblos europeos”. La hija del fundador del Frente Nacional no dejó escapar la oportunidad para pedir un “referéndum” igual al suizo en Francia.
El ministro francés de Inmigración e Identidad Nacional apagó un principio de ambigüedad que había surgido con algunas declaraciones de dirigentes de la derecha gobernante. Eric Besson señaló que prefería que en Francia “se evitara ese tipo de debate, que no me parece mayor”. La oposición socialista francesa juzgó “preocupante” la decisión suiza y advirtió contra la “tentación de convertir al extranjero, al musulmán, en chivo expiatorio de todos los males de la sociedad occidental”. En ese mismo sentido se pronunció el rector de la Gran Mezquita de París. Dalil Boubakeur estimó que el referéndum suizo refleja “el estado en Europa de la tolerancia”. Ese “estado” puede medirse en Italia, donde varios ministros de la Liga del Norte, el partido populista extremista y antiinmigrantes, aliado de Silvio Berlusconi, reaccionaron igual que los electores de la Confederación Helvética. Roberto Castelli, viceministro de Infraestructura y Transportes, dijo que “lamentablemente le estamos haciendo frente a un ataque contra nuestra identidad de parte de una religión intolerante como el Islam”. Castelli deslizó incluso una idea suplementaria cuando sugirió agregarle un crucifico a la bandera italiana. En Bélgica, el ala más dura de la derecha sacó sus propias lecciones. El Vlaams Belang –extrema derecha– aboga a favor de que se prohíba “la construcción de nuevas mezquitas”. Su líder, Filip Dewinter, comparó el voto suizo “al combate de Guillermo Tell contra la dominación de los Habsburgos”. Para la ultraderecha holandesa, el referéndum suizo constituye un “resultado fabuloso”. El diputado de extrema derecha Geert Wilders adelantó que interpelará al gobierno para que Holanda organice un referéndum similar. El Partido de la Libertad, al que pertenece Wilders, considera que el Corán es un libro “fascista”.
La cuestión suiza entró de lleno en los debates nacionales en varios países europeos, donde el tema de la inmigración se ha convertido en tedioso tema electoral. Francia atraviesa en este momentos dos debates simultáneos que se proyectan con acentos más controvertidos debido a la proximidad de las elecciones regionales de marzo y al uso que la extrema derecha hace de estos temas. Por un lado, el Ejecutivo lanzó un debate y una consulta nacional para definir qué es la identidad francesa. Por el otro, está la perspectiva de la prohibición de la burka –el velo islámico integral para las mujeres–. En este contexto, el sociólogo Dounia Bouzar explicó que “el problema radica en que se sabe hacer la diferencia entre judíos y extremistas judíos, entre cristianos e integristas cristianos, pero, con el Islam, no se diferencia entre practicantes y fundamentalistas”.
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