Desde Santiago
No se ven ataques de histeria ni chicas arrancándose el pelo o chillando hasta quedar afónicas. Todo lo contrario. Es que a quien van a despedir no es a un rockstar y menos a una figura de la televisión. Se trata de Víctor Jara, el poeta cantor chileno, que dedicó su obra a los trabajadores, al pobre... al pueblo y que desde ayer está siendo velado por primera vez de forma masiva tras su asesinato a manos de los militares, en septiembre de 1973.
Por lo mismo, en el mítico galpón bautizado con el nombre del cantautor y que sirve de marco para la ceremonia fúnebre, no hay espacio para el llanto, la pena o las caras tristes. Desde ayer y hasta mañana, el lugar –ubicado en la céntrica Plaza Brasil de Santiago– será el escenario de una gran fiesta popular. Y como le gustaba a Jara, con cantores callejeros, vendedores ambulantes, poetas populares y cuanto hay de personajes en los cuales se inspiró a la hora de componer sus canciones reconocidas en el mundo entero. Así, el funeral del cantautor dejó en claro que su legado permanece incólume.
Sí porque los más de 30 grados de ayer a la sombra registrados en esta capital no fueron obstáculo para que cientos de personas llegaran a rendir este último adiós. El féretro de color café –envuelto en un poncho negro con detalles color sangre, camisas amaranto y claveles rojos– se ve imponente en medio de la sala. De fondo, su música y un mural dibujado en la pared hecho por artistas de la combativa Brigada Ramona Parra.
Ahí está la gente en fila. Con calma, de a poco, se acerca, da la vuelta por el ataúd. Unos dejan una flor, un poema, una foto. Otros tararean el estribillo de “El derecho de vivir en paz”. Algunos se reconocen. Vuelve el apretón de manos al amigo olvidado en el tiempo y que renace hoy en medio del coro de “Te recuero Amanda”. Van de la mano con sus hijos, sus nietos, los más con canas, los menos con remeras con la cara del artista. Ahora, cantan sin miedos: “Aprieto firme mi mano y hundo el arado en la tierra, hace años que llevo en ella, ¿cómo no estar agotao?”.
Y así se irá repitiendo el cuadro hasta el sábado, cuando su cuerpo regrese en una caravana multicolor al Cementerio General.
La fiesta es sencilla. Con vino tinto y empanadas. De hecho, una de sus hijas, Manuela, dispuso que no se cambiara el ataúd en el que Jara fue sepultado en la clandestinidad por Joan Turner, su esposa, que ayer encabezó la primera guardia de honor ante el féretro.
Y la gente sigue llegando. No paran. Tras el último saludo, muchos cruzan a la Plaza Brasil. Hay música, un escenario para bandas nuevas y otras clásicas. Todos le cantan al maestro. Corren las cervezas, el vino en caja. El olor a porro es generoso. Los pacos miran, no se meten, no censuran, no reprimen. Ya han pasado veinte años desde que se acabó la dictadura de Pinochet. Ahora se contagian de alegría. Ríen. Hasta se vuelven cómplices de la fiesta. ¿Quién lo diría?
Por ahí se ve también a uno de los hermanos Parra, actores, pintores, cineastas, anónimos dejando su firma en el libro de condolencias. Hasta la ministra de Cultura de Michelle Bachelet, Paulina Urrutia, se pone en la guardia de honor. Hay llantos, pero de emoción.
Sube Juana Fe al escenario. Mientras en el galpón aparece gente de Inti Illimani, Santiago del Nuevo Extremo, el Sindicato de Cantautores Urbanos de Santiago, Tierra de Hoja y el Colectivo Agosto Negro, entre otros. Todos artistas que se enfrentaron con poesía a la dictadura.
El sol sigue picando y los rostros van cambiando, mas no la atmósfera, plagada de olores o tonalidades alegres. La gente no quiere irse a casa. Que siga la fiesta: “Grande Víctor Jara”.
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