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El mundo|Martes, 7 de diciembre de 2010
Opinión

Cuba, tiempos de cambio

Por Atilio A. Boron *

En Cuba se está generando un gran debate sobre el futuro económico de la isla. Entre los cubanos se ha hecho carne la convicción de que el actual ordenamiento económico, inspirado en el modelo soviético de planificación ultracentralizada, se encuentra agotado. Tal como lo advirtieron Fidel y Raúl, su permanencia pone en entredicho la supervivencia misma de la Revolución. Si se la quiere salvar será preciso abandonar un esquema de gestión macroeconómica que, a todas luces, ya pasó a mejor vida.

La experiencia histórica ha enseñado que la irracionalidad y el derroche de los mercados pueden reaparecer en una economía totalmente controlada por planificadores estatales, los que no están a salvo de cometer gruesos errores que producen irracionalidades y derroches que afectan al bienestar de la población. Ejemplos: en un país con un déficit habitacional tan grave como Cuba, el ente estatal a cargo de las construcciones registra 8000 albañiles y 12.000 personas dedicadas a la seguridad y a custodiar los depósitos de las empresas constructoras del Estado. O que los informes oficiales del gobierno consignen que el 50 por ciento de la superficie agrícola de la isla está sin cultivar, en un país que debe importar entre el 70 y el 80 por ciento de los alimentos que consume. O que casi la tercera parte de la cosecha se pierda debido a problemas de coordinación entre los productores (sean éstos organismos estatales, cooperativas agrícolas o empresas de otro tipo), las empresas de almacenaje y acopio y los servicios estatales de transporte, que deben llevar la cosecha hasta los grandes centros de consumo. O que actividades tales como la peluquería y los salones de belleza sean empresas estatales –¿en qué página de El Capital recomendó Marx tal cosa?– en las cuales los trabajadores reciben todos los implementos y materiales para realizar su labor y cobran un sueldo, pese a lo cual cobran a sus clientes diez veces más que el precio oficialmente establecido, fijado décadas atrás, y sin pagar un centavo de impuestos.

Estos son unos pocos ejemplos, que conversando con los amigos cubanos se multiplican “ad infinitum”. Pero plantean una cuestión de importancia práctica y también teórica: el proyecto socialista, ¿se realiza al lograrse la total estatización de la economía? La respuesta es un terminante no. Si a la Unión Soviética (que sólo tuvo como precursora a la heroica Comuna de París) las condiciones específicas de su tiempo no le dejaron más alternativa que fomentar la estatización integral de la economía, nada indica que en las condiciones actuales se deba obrar de la misma manera. Tal como con perspicacia lo anotara Rosa Luxemburgo a propósito precisamente del caso soviético, no hay razón alguna para hacer de necesidad virtud. Y si la estatización total y la planificación ultracentralizada pudo haber sido necesaria –y aun virtuosa– en su momento, al hacer posible que en un lapso de cuarenta años Rusia, el país más atrasado de Europa, pudiera derrotar al ejército nazi y tomar la delantera en la carrera espacial, hoy ya no lo es. Dicho en términos del marxismo clásico, el desa-rrollo de las fuerzas productivas decretó la obsolescencia de formas e intervenciones estatales que, siendo eficaces en el pasado, ya no tienen posibilidad alguna de controlar la dinámica de los procesos productivos contemporáneos, decisivamente modelados por la tercera revolución industrial.

Cuba se interna en un proceso de cambios y de actualización del socialismo. El primer borrador del proyecto, un documento de una veintena de páginas aparecido como suplemento especial del Granma y Juventud Rebelde, fue distribuido masivamente en la población. Se tiraron 500.000 ejemplares que fueron inmediatamente adquiridos por la población, invitada reiteradamente a leerlo, discutirlo y hacer llegar sus propuestas. Van a hacer otra gigantesca tirada más, porque el ansia de participación es enorme. El documento será examinado críticamente por todas las organizaciones sociales, sin distinción alguna: desde el Partido Comunista hasta los sindicatos y el enjambre de asociaciones de todo tipo que existen en la isla. Por eso se equivocan quienes se ilusionan con que la introducción de las reformas dé inicio a un indecoroso –¡y suicida!–- retorno al capitalismo. Nada de eso: lo que se intentará hacer es nada más y nada menos que llevar adelante “reformas socialistas” que potencien el control social, es decir, el control popular de los procesos de producción y distribución de la riqueza. El socialismo, correctamente entendido, es la socialización de la economía y del poder, más no su estatización. Pero para socializar es necesario primero producir, pues en caso contrario no habrá nada que socializar.

Por lo tanto, se trata de reformas que profundizarán el socialismo. Va de suyo que el camino a recorrer por la Revolución Cubana se encuentra erizado de peligros: el infame bloqueo impuesto por Estados Unidos (y mantenido por el Premio Nobel de la Paz Barack Obama), el permanente bombardeo mediático y las presiones a que se ve sometida la isla procurarán por todos los medios hacer que las reformas socialistas que quieren los cubanos degeneren en una reforma económica capitalista. El quid de la cuestión está en la brújula política, la orientación que tendrán estos procesos de cambio. Y el pueblo y el gobierno cubanos tienen una muy buena brújula, probada por más de medio siglo, y saben muy bien qué es lo que deben hacer para salvar al socialismo de las mortales amenazas que le plantea el agotamiento de su actual modelo económico. Y saben también que si hay algo que liquidaría las conquistas históricas de la Revolución, que las barrería de un plumazo, sería la remercantilización de sus derechos y su conversión en mercancías. Es decir, la reintroducción del capitalismo. Y no quieren que tal cosa ocurra.

* Director del PLED, Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales.

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