El bombardeo comenzó 18 minutos después de la oración del viernes. Una detonación tras otra impactando en la costa. La de ayer fue la primera vez en que la marina fue usada en este conflicto, lo que representa una nueva señal de lo preparadas que están las fuerzas del coronel Muammar Khadafi para las batallas próximas, para reconquistar el territorio perdido a manos de la revolución. Los partidarios del régimen expulsaron a los opositores de Ras Lanuf y avanzan hacia el bastión de Benghazi.
El ataque desde el mar fue seguido por uno aéreo. Un avión de guerra sobrevolaba mientras las fuerzas rebeldes intentaban responder con lo que tuvieran a mano, mientras lanzaban gritos: “Alá es grande”. Un poco después cayeron dos misiles. Los fogonazos y las cortinas de humo negro se esparcieron como una ráfaga por el cielo celeste. Uno de los misiles impactó en un control lleno de combatientes, el otro en una refinería petroquímica. Las consecuencias del segundo misil podrían haber sido terribles. Las reservas de combustible se necesitarán para los tanques y los vehículos que se están desplazando hacia el frente.
El control de Ras Lanuf y de otras instalaciones petroleras en la vecina ciudad de Brega podrían allanarle el camino a Trípoli para que corte el suministro de energía a Benghazi y al resto del territorio manejado por la oposición. Para reforzar el mensaje, la televisión estatal pasó una y otra vez el video de Saif el Islam, hijo de Khadafi, diciendo: “Este es un mensaje para nuestros enemigos. Estamos llegando al este”. Después de la proclama, se podían oír los aplausos de sus seguidores.
El tercer asalto fue por tierra. Las formaciones de tanques se acercaban despacio por las calles, parando para disparar morteros, ametralladoras y el arma que más les preocupa a los rebeldes libios, los “Jarad”, cohetes rusos que son relativamente viejos para la guerra moderna, pero que han costado muchas vidas en este conflicto escasamente tecnológico.
Las salvas de artillería tuvieron un efecto directo en la moral de las fuerzas rebeldes. El fuego de respuesta fue escaso y la defensa antiaérea fue una pila de neumáticos incendiados para enceguecer a los pilotos. Se disparaba al aire con una variedad de armas, desde artillería antiaérea a Kalashnikovs, pero la mayoría de los rebeldes se retiró en camionetas o a pie.
Más temprano, The Independent se había unido a una patrulla rebelde que iba hacia el centro de Ras Lanuf, ocupada durante la noche del jueves por las tropas del régimen, pero donde los rebeldes dicen controlar algunos barrios. Los ánimos estaban tranquilos al principio, mientras los combatientes prometían liberar una máquina de capuchino en el hotel El Adil, donde ellos y la prensa internacional estaban hombro contra hombro. Pero fue una excursión corta. Un comandante rebelde fue categórico al afirmar que “no podíamos continuar”. Los rebeldes, que hasta entonces solían llevar a corresponsales extranjeros, están irritables y culpan a la televisión de revelar sus posiciones al enemigo.
Se podía entender el malhumor. Tres días atrás, la misma banda de combatientes estaba convencida de que estaban por tomar Sirte, la ciudad natal del coronel Khadafi y su bastión, antes de avanzar hacia la capital, Trípoli. Una serie de apreciaciones erróneas, especialmente el fracaso al intentar desembarcar en Bin Jawad, un punto estratégico en el camino costero, hizo cambiar la suerte. “Estábamos muy seguros, pero miren lo que es esto”, dijo Ahmed Janidi, un empleado bancario de 26 años. “Ahora estamos nerviosos. No sabemos qué va a pasar después. No tenemos su poder de fuego y no podemos detenerlos”, agregó.
También había rabia por lo que ellos piensan que es inercia por parte del liderazgo opositor y por la indiferencia de la comunidad internacional. “Todo lo que vemos son conversaciones”, se quejó Samir El-Fawkli, un técnico desempleado. “Están conversando en Europa, en los Estados Unidos, en Benghazi. A nadie le importa lo que está realmente pasando acá, en el terreno”, remarcó.
Esa realidad era demasiado evidente en un centro médico de Brega. Mohammed Tarbus estaba sentado con su mano izquierda destrozada. Había recibido un balazo de un arma de gran calibre y el médico le dijo que iban a tener que amputarle la mano. Tarbus nunca volverá a trabajar como carpintero. ¿Tenía reproches por haberse unido a la lucha? “Me preocupa darle de comer a mi familia, me preocupa lo que vaya a pasarme”, se encogió de hombros. “Espero que todo lo que hicimos haga que Khadafi se vaya. Si triunfa, entonces sí vamos a necesitar la ayuda de Alá porque él y sus hijos se ocuparán de que mucha gente sufra”, concluyó.
Desde el régimen que hace 42 años se perpetúa en el poder advierten que todo puede ser peor. Mientras las tropas ya recuperaron Zawiya (oeste) y avanzan hacia Benghazi, la capital de la Libia Libre, los mensajes de texto que las autoridades se ocuparon de enviar a los residentes no presagian ninguna fortuna. “Masas de infelices de Benghazi: estén preparados para la felicidad porque el día de la liberación se acerca”, leyeron en sus teléfonos celulares quienes habitan el bastión opositor.
En Trípoli, las fuerzas de seguridad gubernamentales dispararon gases lacrimógenos y balas al aire para dispersar las protestas de fieles en una mezquita en el tumultuoso vecindario de Tajoura, según publicó The New York Times. Según el diario estadounidense, el gobierno libio volvió a intentar ayer una jugada similar a la que realizó semanas atrás, cuando invitó a la prensa a recorrer la capital para demostrar que todo estaba en orden. Esta vez el destino de los periodistas fue Zawiya. De acuerdo con el relato de la publicación norteamericana, la Plaza de los Mártires de esa ciudad, que está a sólo 50 kilómetros de la capital, se llenó de cientos de personas vestidas de verde que aclamaban a Khadafi. Pero, pese a los intentos del régimen por mostrar tranquilidad y adhesión, los reporteros vieron una ciudad destrozada, con los edificios y la mezquita en ruinas.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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