Desde París
No hay nada mejor que una travesía por la verdad y la responsabilidad para entender el colapso mundial que desembocó en la crisis actual y la parte de responsabilidad que le incumbe a la izquierda europea en ese desastre. Benoît Hamon ofrece ese doble componente. Este dirigente socialista de la nueva generación, hoy portavoz del PS, líder de la corriente más radical del Partido Socialista francés, hizo una síntesis lúcida y responsable no sólo de los estragos del librecambismo liberal sin freno sino, sobre todo, de la forma en que la izquierda europea renunció a sus valores históricos y colaboró con el mercado. “Recuperemos la marcha del progreso social” es la consigna del libro que Benoît Hamon acaba de publicar, Tourner la page (Dar vuelta la página), y cuyo eje es precisamente la idea de dejar atrás los años en que la socialdemocracia fue aliada del liberalismo para construir ahora otra sociedad. Benoît Hamon constata el abismo a donde los mercados financieros arrojaron a la humanidad, la forma en que el neoliberalismo paraliza el progreso social, el consenso que impera en las elites para que sean los pueblos los que paguen la cuenta y la manera en que se pone en tela de juicio el sufragio universal en beneficio de una tecnocracia impune. Tourner la page es una suerte de hoja de ruta, una estrategia hacia la recuperación del progreso social y, sobre todo, una lúcida radiografía de la socialdemocracia y sus años de estrecha colaboración con su enemigo histórico. Frente a una ideología basada en la depredación, el socialismo no fue capaz de defender sus propias alternativas. Hoy, asegura Benoît Hamon, ha llegado la hora de romper el consenso y salir de un sistema económico, social y monetario que sólo acarrea pobreza, destruye empleos y extrae del presente las conquistas sociales obtenidas a lo largo de décadas de lucha.
–Usted apunta en su libro una de las novedades más emblemáticas de la crisis actual: la pérdida de soberanía de los pueblos. El liberalismo tiene miedo del voto, es decir, de la columna vertebral de la democracia.
–Durante mucho tiempo el liberalismo vivió mediante un compromiso entre liberales y socialdemócratas. Pero en el antagonismo entre los socialdemócratas y liberales lo que hoy está claro es que, para los liberales, el sufragio universal es un obstáculo a la idea que estos últimos se hacen de un mundo perfecto, sin trabas, gobernado por los mercados y en el cual los instrumentos de regulación deben estar en manos de agencias independientes, supervisores supranacionales y de aparatos tecnocráticos. Los liberales rehúsan la supervisión política porque tienen la íntima convicción de que el sufragio universal es la dictadura del débil sobre los fuertes, la dictadura de los indigentes cuyas condiciones de vida no les permiten entender la complejidad de las cosas. Yo estoy convencido de que hay que actuar de una forma radicalmente opuesta. Debemos recuperar las bases y los fundamentos de la democracia en las sociedades occidentales y europeas. Esos fundamentos están hoy ampliamente amenazados por 30 años de liberalismo.
–Hoy, en Europa, hay un intento claro de transferir la soberanía nacional, o sea, las políticas decididas por mayorías electas, a instancias tecnocráticas, supranacionales.
–En efecto, entre otras cosas están defendiendo la idea de someter los presupuestos de los Estados europeos a un régimen de sanciones decididas por una instancia tecnocrática como la Comisión Europea o la Corte de Justicia Europea. No. Si yo decido que en mi presupuesto nacional haya diez mil millones de dólares destinados a la educación porque mi pueblo lo necesita y después viene la Corte de Justicia Europea a decirme que no, esto es un absurdo.
–¿Acaso el liberalismo no perdió el miedo a la revolución?
–En este momento, en Europa se están plasmando características revolucionarias: crisis económica, desconexión de las elites, enriquecimiento de los más ricos, sentimiento de una suerte de fatalidad según la cual existe sólo una política posible que se traduce en más esfuerzos para las clases medias y populares, corrupción de las elites y un clima contrario a las mismas. Todo esto crea un contexto muy favorable para la extrema derecha. Para la izquierda, no hay nada peor que el debate se focalice entre, por un lado, la derecha garante de la perpetuación del sistema y, del otro, la extrema derecha que aparece como la única capaz de encarnar la transformación del sistema. La izquierda aparece en este contexto como una mezcla de todo, un poco de sal, un poco de aceite, un poco de pimienta. Estoy muy de acuerdo con el análisis que hace el filósofo Slavoj Zizek cuando dice que las diferencias entre la izquierda y la derecha se resumen en lo esencial a las cuestiones de sociedad, pero las cuestiones sociales y económicas aparecen como sustraídas del debate. La síntesis es que, poco a poco, la socialdemocracia se hunde y desaparece del paisaje político.
–Hay una lógica en ello: la socialdemocracia europea se alió con el capital, formó parte de la arquitectura del mundo actual y no como oposición, sino como socia del modelo actual.
–Así es. Pero la socialdemocracia es la gran perdedora de este pacto. A partir del momento en que el liberalismo económico y el liberalismo político se imponen, el acuerdo entre liberales y socialdemócratas se vuelve mortífero. Eso es lo que está por precipitar la caída de la socialdemocracia europea. Por eso mi libro se llama Dar vuelta la página. Si queremos que la gente vuelva a creer en nosotros, si queremos que se nos escuche cuando decimos que este modelo de desarrollo es un modelo agotado, que el modelo liberal ha fracasado, todo eso pasa por la voluntad de dar vuelta la página y también, sobre todo, por el reconocimiento de que nosotros estamos dentro de esa página que debemos dar vuelta. Cuando hagamos eso, cuando demos vuelta la página, con ello dejaremos atrás una página de nuestra historia marcada por la corresponsabilidad con el sistema actual. No creo que seamos tan responsables como los conservadores o los liberales, no. Nuestra responsabilidad no es equivalente. Ellos son hoy los arquitectos del desmantelamiento del Estado providencia en Europa, cosa que nosotros no queremos. Ello, no obstante, no nos exime del hecho de que, en un momento, creímos que podíamos construir un modelo con los liberales. Por consiguiente, los socialdemócratas europeos tienen una gran responsabilidad con la crisis actual.
–Para usted, entonces, dar vuelta la página significa qué exactamente. ¿Cuál es la dirección?
–Creo que hoy existen los medios de emprender una política radicalmente distinta, aunque más no sea por el hecho de que ya se pueden evocar temas de los que hace diez años no se podía hablar. Sin dudas, la rapidez de la crisis contribuye a ello. Los temas centrales de la transformación son los siguientes: el tema del libre cambio es esencial, o sea, la necesidad de ponerle límites al libre cambio, de regularlo. El segundo tema consiste en saber en qué condiciones se financia el Estado providencia, es decir, la política fiscal. Se trata de saber de qué medios se dispone para financiar la educación, la salud, los servicios públicos, la protección social, la jubilación. Evidentemente, el tema de la política económica y monetaria es central. Sin una política monetaria y económica constante nada se podrá cambiar. Es imposible decir que uno es de izquierda si no se cambia la política fiscal, la política monetaria, la política comercial y la doctrina de la política económica que hoy apuesta por el holocausto, es decir, por la competitividad a través del descenso del costo de la mano de obra, o sea, el trabajo. Hay que cambiar las tres doctrinas: la doctrina monetaria que apuesta por un euro fuerte para controlar la inflación, la doctrina comercial ultra librecambista y la doctrina económica que fundamenta el crecimiento sobre el bajo costo de la mano de obra.
–Usted ha expresado varias veces su reconocimiento ante los cambios que la socialdemocracia supo hacer tangibles en América latina, sobre todo en Brasil, Argentina y, en otro contexto ideológico, Venezuela.
–Lo que me asombró e interpeló en América latina, y digo esto sin negar la dureza del combate, es el hecho de que las cosas se pueden cambiar. Desde luego, la relación de fuerzas que hubo que enfrentar fue poderosa: Lula, Chávez, Evo Morales, Correa, Kirchner, todos se enfrentaron a ello. No es fácil hacer política. Observo que, en lo que atañe a varias cuestiones, por ejemplo la movilización de instrumentos económicos independientes de las instituciones de Breton Woods, o la cuestión de las nacionalizaciones, o la cuestión de la reapropiación de los útiles de producción, en especial cuando se trata de recursos naturales, en todas esas cuestiones América latina demostró que en una economía globalizada es posible reapropiarse de los útiles de producción, redistribuir la riqueza, sin que ello arruine un país. En América latina está la última juventud de la izquierda mundial. Hubo un momento en que esa facultad estuvo en la izquierda europea, ahora no. La izquierda latinoamericana tiene una capacidad de poner en tela de juicio el orden económico mundial que la socialdemocracia europea ya no tiene.
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