Página/12 En España
Desde Barcelona
Hoy en España muchos despiertan ilusionados, muchos atemorizados, muchos incrédulos, pero nadie con la tranquilidad de un domingo cualquiera. Las 36 millones y medio de personas llamadas a votar para estas elecciones generales son perfectamente conscientes de su participación en un cambio histórico, el final del bipartidismo que maneja al país desde que llegó la democracia, hace cuarenta años. Todas las encuestas coinciden en que ningún candidato conseguirá la mayoría necesaria para formar gobierno y que, por lo tanto, la próxima Legislatura será fruto de pactos entre las cuatro fuerzas más votadas, algo inédito en la historia de un país acostumbrado al soliloquio de las mayorías absolutas.
Pero, como si este vuelco que previsiblemente hoy dará el sistema político español no fuera ya suficiente para mantener en vilo a sus habitantes, todavía hay otro factor de nerviosismo: el de la gran incertidumbre acerca de cuál de los cuatro principales partidos acabará gobernando. Ningún sondeo ni ningún experto puede a día de hoy pronosticar con seguridad los resultados de esta cita con las urnas. La encuesta más representativa –por número de entrevistas realizadas– es la que a inicio de campaña publicó el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) vaticinando el triunfo del Partido Popular (PP) por un ajustado 28,6 por ciento y 120-128 escaños en el Congreso, número que no le alcanzaría para gobernar en solitario y lo llevaría a pactar para investir presidente a Mariano Rajoy con, seguramente, su partido más afín, Ciudadanos. La formación de Albert Rivera surgiría como tercera fuerza política con unos 63-66 escaños (19 por ciento de los votos) y, según el estudio, el Partido Socialista (PSOE) sería la segunda fuerza más votada con 77-89 escaños, el 20,8 por ciento de los sufragios. Para gobernar, de acuerdo al sondeo, los socialistas entonces necesitarían no sólo el apoyo de Ciudadanos, sino también el de Podemos, cuarta fuerza electoral, con 23-25 escaños.
La macroencuesta del CIS marcó las posiciones de salida en la vertiginosa maratón que durante quince días los candidatos corrieron por plazas, diarios y canales de televisión –muchos diarios, muchos canales de televisión, nunca antes una campaña había sido tan mediatizada– y también las estrategias que los llevó a que esos hipotéticos resultados variaran notablemente a muy pocos metros de la línea de llegada. Nuevos sondeos –encargados por los principales matutinos– pronostican ahora una victoria todavía más pobre para Rajoy y un segundo puesto que ya no está tan claramente asignado a la otra gran fuerza tradicional, el PSOE. Debido a una remontada de última hora por parte de la agrupación de Pablo Iglesias y a un posible descenso de Ciudadanos, los márgenes entre unas y otras formaciones están mucho más difusos que al arranque de campaña y ahora solo el impredecible voto del 40 por ciento de indecisos –según también datos del CIS– es el encargado de resolver la incógnita.
El primer gran hecho diferencial de estas elecciones es la irrupción de dos partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos, que desplazó del tablero a las dos formaciones que desde 1978 se reparten sucesivamente el poder, el PP y el PSOE. Con la fuerte llegada de estos nuevos grupos políticos, ya la manera de hacer campaña se planteó de una forma inédita en la historia democrática del país. Dos líderes jóvenes que, aunque desde ángulos ideológicamente opuestos, entraron decididos a reformar las bases constitucionales del pacto de la Transición posterior a la dictadura de Franco, sacudieron el acartonado modo de convencer a los votantes que hasta ahora venían teniendo los viejos partidos. Nada de mitines multitudinarios en plazas de toros, nada de limitarse a entrevistas formales con los periodistas de siempre. Los candidatos tuvieron que aggiornarse para acercarse a un electorado profundamente descreído de la política tras innumerables casos de corrupción y falsas promesas. La televisión y las redes sociales fueron los escenarios predilectos para, no solo exponer sus programas, sino para mostrar el lado más humano de los presidenciables: Mariano Rajoy (PP) cocinando con un famoso presentador, Pablo Iglesias (Podemos) tocando la guitarra, Albert Rivera (Ciudadanos) corriendo un rally o Pedro Sánchez (PSOE) jugando al ping pong son buena muestra de este lavado de cara de la política española.
Los debates también jugaron un papel trascendental en la campaña, alcanzando audiencias inusuales hasta el momento (casi 10 millones de espectadores siguieron el único cara a cara de Sánchez y Rajoy). Además de servir como termómetro de la caída o repunte de los diferentes partidos y marcar decididamente los pasos de los candidatos –cuando en campañas anteriores pasaban casi inadvertidos– incorporaron la nueva pluralidad de la política de España. Mientras que el actual jefe de Gobierno y líder del PP, Mariano Rajoy, defendió a rajatabla que solo tenían sentido los debates entre los dos partidos mayoritarios “como había sido siempre” y solo se dignó a participar en el que lo enfrentó al candidato socialista, Pedro Sánchez, el actual panorama político –mucho más repartido– obligó a que se celebraran mitines “a cuatro” e, incluso, “a nueve”. La ausencia de Rajoy en el primero –organizado por el diario El País– y el envío de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, en su reemplazo en el segundo –realizado por el grupo televisivo Atresmedia– catapultó al número uno del PP en el ostracismo de una forma de hacer política que sus jóvenes rivales rechazan por obsoleta.
Rajoy solo se atrevió a un duelo con Sánchez y, pese a que su discurso centrado en la recuperación económica, la creación de empleo y la unidad de España caló en buena parte de la población y, posiblemente, lo lleve este domingo a la victoria en las urnas, no salió triunfal de la cita en Televisión Española. El socialista lo golpeó por su lado más vulnerable, el de la corrupción, y con un ya célebre “usted no es una persona decente”, lo dejó pasmado ante millones de telespectadores.
Sánchez repuntó tras el enfrentamiento pero no lo suficiente como para evitar la continua fuga de votos que sufre desde la aparición de los partidos emergentes. Tanto Ciudadanos como Podemos se disputan los electores desencantados del tradicional partido de centroizquierda, los primeros apostando por una batería de propuestas neoliberales y los segundos por medidas que, aunque ya sin presentarse bajo laabogan por la redistribución de la riqueza .
Nuevos y viejos partidos, izquierda y derecha aguardan ahora el veredicto final de la población para saber qué cuota de representación tendrán dentro del Congreso y pasar al siguiente gran reto: el de llegar a acuerdos para formar gobierno tras los primeros comicios generales que podrían no definir al próxcimo presidente.
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