Queda claro, después de la dura jornada de ayer, que la estrategia y la dinámica del conflicto agrario no las marcan las organizaciones que formalmente representan al sector. Resultaba imposible para cualquier analista saber cuál era el estado del conflicto: así de amplias eran las prerrogativas de cada localidad para decidir la actitud a seguir. En rigor, hace rato que son las asambleas locales y las “autoconvocatorias” las que trazan el camino. El último paso previo a las actuales horas críticas fue el relanzamiento del plan de lucha de la Federación Agraria, que anunciaba para el martes próximo la reanudación de los cortes a la comercialización de granos. Alfredo De Angeli, como es costumbre, fue el que le dio relieve estratégico al giro de la entidad: “Si nos entregamos en la lucha no sé qué van a hacer con los camiones ustedes”, les dijo a los empresarios transportistas.
En este caso, las palabras son la revelación de una estrategia tan precisa en su concepción como enigmática en cuanto a los fines que persigue. La precisión no puede ser mayor; el adversario (el gobierno constitucional) tiene un punto débil: se ha autoimpuesto la obligación de no emplear la fuerza pública para resolver conflictos sociales. Ahora bien, en este caso va camino a una situación dilemática. Si no reprime, le quedan dos opciones: o vuelve atrás con las medidas y “pacifica” la situación, o permite el desabastecimiento de la población y entra en una zona social y políticamente crítica. El involucramiento de los transportistas resultó decisivo en la orientación del conflicto: el hecho de que los dueños de camiones corten las rutas permite neutralizar el deterioro que esta metodología produce en el prestigio social de la protesta agraria.
La jugada aparece exacta, dentro de este diabólico ajedrez en el que se ha convertido este conflicto. Menos claro y transparente luce el objetivo final que persigue la Federación Agraria, bajo la conducción efectiva de De Angeli. Si uno creyera que se trata de gente ingenua, o poco experimentada, o muy mal asesorada, podría pensar que la meta es, efectivamente, que el Gobierno retrotraiga la situación al punto en el que estaba antes de la resolución que creó el esquema de retenciones móviles. En una lectura extremadamente corporativa y particularista del conflicto, esa interpretación es posible; es el triunfo de una lucha y la vida sigue...
Pero la política es un poco diferente. Cuando los poderes fácticos (militares, industriales, agrarios o potencias extranjeras) logran torcer el rumbo de un gobierno, en aspectos materiales o simbólicos centrales, el destino de ese gobierno está sellado. No hace falta ir fuera de nuestras fronteras para verificarlo. Podemos pensar en Frondizi y los planteos militares contra su política de apertura hacia el peronismo; o en Alfonsín y las concesiones en su política de juicios a los responsables del terrorismo de Estado. Estamos pensando, claro está, en aquellos presidentes que tomaron en serio la autonomía del Estado y desafiaron al establishment, y no en aquellos que se dispusieron desde el primer día a obedecer su voluntad. Aquello que algunos califican como la obstinación “infantil” de los Kirchner en la defensa de sus decisiones cruciales es, desde este punto de vista, un activo de la democracia argentina. Establecer a fondo la primacía del poder surgido de la soberanía popular sobre los poderes fácticos es un desafío que todavía está pendiente para la democracia argentina. Y es la cuestión principal que se juega en estos días en la Argentina. La cuestión del diálogo con los sectores involucrados en el diferendo es importante, pero solamente subordinada a lo esencial: la defensa de la autoridad del gobierno constitucional.
La vuelta atrás comportaría el ocaso definitivo del gobierno de Cristina Kirchner. No sería el resultado de una deliberación libre de las instituciones democráticas, sino el puro efecto de una extorsión política que no ahorró recursos salvajes para su puesta en práctica. Sería el triunfo de los que usurparon la potestad estatal de administrar el tránsito por las rutas del país, de los que cortaron el abastecimiento de los alimentos, provocaron el derrame masivo de leche y promovieron todo tipo de dificultades a la producción y al transporte. La equiparación que buena parte de los comunicadores mediáticos hace entre estos métodos y el corte
de calles y rutas por parte de los desocupados es interesadamente errónea: los piqueteros nunca aislaron zonas del país ni clausuraron rutas internacionales; provocaron no pocas “molestias” al transporte, pero no desafiaron el poder del Estado. Claro que existe el precedente de los asambleístas de Gualeguaychú y localidades aledañas, que tomaron en sus manos la política internacional del país ante nuestro vecino y hermano Uruguay, sin reacción oficial alguna: pero la referencia a un error anterior del Gobierno no puede justificar la indiferencia ante una situación como la actual, infinitamente más grave.
¿Ignoran los dirigentes ruralistas este efecto de vaciamiento de autoridad política que tendría la satisfacción plena de sus demandas? Si lo ignoran estaríamos ante gente muy poco preparada para desempeñar las funciones para las que han sido elegidas. Pero es difícil que lo ignoren. Les bastaría poner atención a la opinión que surge de algunos “autoconvocados”. “Si no vuelven atrás con las retenciones, se tienen que ir” , dijo hace pocos días un chacarero ante las cámaras de televisión poniendo cara de inocente. ¿Un desaforado sin representatividad? Ojalá. Pero no es muy diferente la conclusión que surgiría si hiciéramos una reseña ordenada de las declaraciones, abundantemente difundidas por la prensa, del jefe efectivo del movimiento, el señor De Angeli.
El “que se vayan” es un eco lejano de la rebelión popular de diciembre de 2001. En aquellos días, había en la Argentina un gobierno que había perdido toda confianza de la sociedad, a fuerza de seguir a rajatabla los dictados de los poderes fácticos dominantes. Para que ese eco lejano se convierta en una consigna de acción, “solamente” hace falta que el Gobierno acepte una salida del conflicto que simbolice su debilidad política. La radicalidad antipolítica que encierra el “que se vayan” tiende a proliferar en esta nueva forma de configuración de la movilización social en la Argentina que son los “autoconvocados”. La “democracia autoconvocada” es el signo del deterioro de la mediación institucional, el santo y seña de una concepción para la cual el gobierno (cualquier gobierno que no obedezca a los poderosos) es una amenaza y el Tesoro Público una “chequera”. Las “minorías intensas” tienden a confundir sus intereses con los de la sociedad toda; y las consecuencias son más graves cuanto mayores los medios materiales al alcance para su protesta: en este caso nada menos que la posibilidad de cortar directa o indirectamente el abastecimiento de alimentos.
Lo más probable es que las conducciones formales de esta protesta sean conscientes de la altísima sensibilidad política que generan las decisiones que asumen. Parece que, para usar palabras de Marx, prefieren “un final terrible antes que un terror sin final”, o sea cualquier deriva política que no sea ser arrastrado por las bases de su propio movimiento. Cierta oposición “republicana” acompaña el rumbo. La doctora Carrió, con su habitual impostura profética, asegura que “éste es un mes de tristeza pero después vendrá la alegría”. ¿No aconseja la situación que la comunicación de los políticos con el pueblo asuma una mayor transparencia? ¿No sabe la líder de la Coalición Cívica que le habla a una audiencia que teme por su acceso a los alimentos? ¿No tendría a bien decirnos a los plebeyos en qué consistirá la alegría que nos espera?
Si volver atrás no se puede y permitir el desabastecimiento es una forma de la claudicación, ¿qué puede hacer el Gobierno? Queda el camino de hacer cumplir la ley y la Constitución. Es decir, despejar las rutas y asegurar la libertad de circulación en todo el territorio. Claro es que, como lo demostraron los hechos de ayer, la formulación es más sencilla que su puesta en práctica. Y claro es también que están quienes esperan hechos de sangre para profundizar su estrategia desestabilizadora. De modo que empezamos a caminar por un desfiladero muy estrecho. Un desfiladero flanqueado por el abismo de la violencia y por el de la prepotencia antidemocrática.
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