En 1976 fundó junto al obispo Jaime De Nevares la filial Neuquén de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, que contuvo a sobrevivientes y organizó las primeras denuncias. En 1982 publicó con los fundadores del CELS seis folletos sobre terrorismo de Estado. En democracia impulsó la causa y tras las leyes de impunidad publicó “Buscados. Represores del Alto Valle”. Mañana se sentará sobre el almohadón de su temible Falcon amarillo, cruzará a fondo el río que separa Cipolletti de Neuquén y se explayará ante un tribunal sobre vida, obra y atrocidades de los militares que investiga desde hace tres décadas. Noemí Labrune, una señora menuda de 78 años con energía de treintañera, abrirá la ronda de testigos del primer juicio por delitos de lesa humanidad del sur argentino.
–¿Recuerda la primera vez que fue a reclamar a la Brigada?
–Sí, junio de 1976, tras un operativo en Cutral-Có. Ya estábamos organizados como APDH. Habían detenido a una compañera de Cristian (su compañero, fallecido) y a su esposo, Schedan Corbalán.
–¿Qué les respondieron?
–Que en Cutral-Có había actuado el Ejército pero que lo de Schedan seguro era “un operativo de la subversión”. A él lo mandaron a Bahía, está desaparecido. Hace poco un hombre que fue con él desde la cárcel hasta Bahía contó que al volver a la celda leyó en la pared: “Virginia y Natalia son lo que más quiero”. Son la esposa y la hija. Creemos que fue asesinado en Bahía porque hasta julio, cuando vino Sexton (José Luis, jefe de la Brigada de Infantería VI, fallecido), se interrogaba y decidía allá.
–¿Cómo era el trato en las reuniones?
–A Sexton lo vimos poco. Era necesario que De Nevares pidiera la entrevista. Farías Barrera (hoy imputado) era como un suboficial, sin un discurso coherente. En 1984 fui a su casa. Tenía un mástil chiquito sobre la mesa. Cuando supo quién era, izó la bandera. Admitió que él tenía el control de los detenidos en La Escuelita pero que las decisiones las tomaba Sexton. Al volver escribí todo. Se negó a firmarlo. Le aclaré que ib a agregarlo a la causa. “Va a ser su palabra contra la mía”, dijo.
–¿Y Reinhold (ex jefe de Inteligencia, hoy imputado)?
–Reinhold nos quería doblegar, con la pistola sobre el escritorio, pero no dábamos el brazo a torcer. No decía “obedezco órdenes”. Negaba, como mucho asumía algo y pasaba a la ofensiva. “¿Cómo puede preguntar por ese subversivo?” Con Farías Barrera fue autor de muchas amenazas. “Si hablan van a flotar en el lago Pellegrini”, ha dicho a sobrevivientes. También amenazó a la mamá de las chicas Seguel, que fue con su hija (sobreviviente de La Escuelita bahiense) a decirle que había estado en cautiverio con la hermana. Era un maleducado, muy desagradable.
–¿Y cómo lo ve ahora?
–Está increíble, gordo, esposado, parece que se ha ensanchado y ha bajado de estatura (sonríe). A nosotros nos parecía alto. Lo vi salir del juzgado con la mirada para abajo. No lo hubiera reconocido.
–¿De Nevares los acompañaba a la Brigada?
–No, él iba por las suyas, a ver a Sexton. El que llegó a traer información siempre fue De Nevares.
–¿Y cómo los ayudaba?
–Su personalidad nos ayudaba. Nos empujaba a acompañar, a denunciar, a reunirnos. Vino gente a refugiarse que después fue al obispado y él los sacaba del Valle. Era nuestro paraguas, incluso con los medios. Rajneri (Julio, director del diario Río Negro) tuvo una buena actitud, pero detrás estaba De Nevares. En el primer aniversario del golpe se hizo un informe que publicó el Río Negro. Era De Nevares, aunque Rajneri arriesgó su diario y salvó a periodistas. Después como ministro firmó el proyecto de ley de Obediencia Debida y Punto Final, pero acá fue impecable.
–¿Tenían miedo?
–Mucho, pero nos empujaba a no darnos manija. Cuando venía gente con dramas no había que compadecer, había que presentar hábeas corpus. Estando en Neuquén no faltó a ninguna reunión de APDH. Una vez cayó al local una señora con un sobrino desaparecido. Eso dijo. A la reunión siguiente le preguntó su nombre. Escuchó la respuesta, le hizo un versito bastante grosero y agregó “me parece que llegó tarde al reparto de nombres”. La mujer salió corriendo. “El servicio de informaciones del obispado descubrió que la mandaron del Ejército”, dijo. Eso nos divertía y fortalecía.
–¿Sobre La Escuelita supo primero por sobrevivientes o por colimbas?
–Por sobrevivientes. Recién liberado vino a casa Luis Genga e hizo un relato completo. Fuimos con el auto y vimos dónde era. A De Nevares venía a verlo mucha gente que necesitaba contar. Uno de los servicios de la APDH era escuchar, para que pudieran elaborar lo sufrido. El segundo paso era lograr que escribieran y firmaran, proceso que duraba meses. Cuando vino la OEA nos organizamos y fueron todas las víctimas.
–La causa tiene un testimonio atípico: el de Miguel Suñer (civil, fallecido, que fotografió a secuestrados en La Escuelita). ¿Por qué habló? (Labrune muestra una declaración del ex juez Federico Rivarola sobre Suñer que habla de culpa, de necesidad de sacarse un peso de encima.)
–Sentía que había hecho algo turbio, no pudo más. Era un tipo periférico, que escarchaba las marchas. Creo que algo lo impresionó. No fue un valiente que dijo “denuncio y me exilio”. ¿Vio que hay gente transparente, linda, y otra que no? Bueno, no era una persona hermosa. Después fue perseguido, la Justicia militar lo citó y se mantuvo en sus dichos.
–¿Tiene esperanzas de que con el avance de la Justicia los militares den información?
–No, para mí esto está cerrado. Sí me asombró que los suboficiales en testimoniales tampoco dieron datos sobre asesinatos. Es como si ese momento hubiera ocurrido entre personal seleccionado.
–¿Qué significa juzgar a ocho militares por sus crímenes?
–Hay dos niveles. La gente que se sintió victimizada seguro tuvo una reacción afectiva positiva relacionada con la idea de venganza. Nos hemos sentido vengados por la Justicia, no me avergüenza decirlo. La Justicia se construyó para regular la vindicta pública: cuando alguien es herido tiene derecho a la venganza, aunque no por propia mano ni de cualquier modo. Otras personas, y me incluyo, sentimos que a través de los ejecutores estamos juzgando al poder militar, al proyecto que fracasó con Onganía y volvieron a intentar en el Proceso. No sé si el Ejército debe existir, pero de existir no va a ser nunca más aquel que dictaba leyes por encima de la cosa profesional. Es importante que la gente se dé cuenta de que se puede desmontar instituciones cuando su accionar ha sido nocivo. A las Fuerzas Armadas las vamos a cambiar si castigamos en las personas sus planes de hegemonía, de dominación ideológica. La sociedad civil ha ganado una gran batalla, espero que para siempre. No sólo a los de acá: al militarismo, porque tiene que haber guerras para que ellos existan.
– ¿Sabe por qué los imputados usan chaleco antibalas?
–Porque la población civil es muy peligrosa y podemos estar apostados. Puede haber francotiradores en la azotea de la Catedral (sonríe).
–Neuquén tuvo a De Nevares y hoy tiene como obispo a Marcelo Melani, que a diferencia de la Conferencia Episcopal apoya los juicios y reivindica a mártires como monseñor Angelelli. ¿Es una isla?
–No sé cómo es en otros lugares pero sí que es totalmente opuesto a las manifestaciones del Episcopado. Ignoro cuántas islas hay. Entre el Papa y el Episcopado deber ser muy difícil ser isla.
–¿Se imagina diciendo “hasta aquí llegamos, la dictadura es tema cerrado”?
–Sí. A mí me interesa enjuiciar a los ejecutores del plan, que incluye a otras fuerzas, pero no los casos marginales. Hay culpables que me gustaría que estuvieran condenados pero no hay pruebas y esto es un juicio con las reglas del proceso penal. Tendríamos que haber tenido la fuerza política durante la dictadura o después para llevarlos ante tribunales regulares o irregulares, pero no se hizo. Hay otros temas, esto no puede ser eterno. Y aunque no estuve de acuerdo con la obediencia debida hago una frontera entre el personal inferior, que a veces fue pervertido por la ideología militar, y el consustanciado con el Ejército. Hablo de los suboficiales, no de quienes hicieron cursos de inteligencia sino de quienes fueron usados por el sistema. Excluyo, por supuesto, a los torturadores.
–He visto que el Falcon la obliga a usar almohadones. ¿Nunca pensó en un auto más chico?
–Nooooo. ¡Usted no sabe lo que es un Falcon!
–¿Es para intimidar o para acotar distancias con los militares?
–No, nada que ver, siempre tuve Falcon.
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