“¡Rezá un Padrenuestro!”, le exigieron los interrogadores de Mansión Seré a Conon Cinquemani para demostrar que no era judío. “¡Ahora un Ave María!” Recién cuando concluyó las oraciones, los oficiales de la Fuerza Aérea dieron por probado que el militante de la Juventud Peronista era católico, apostólico y romano y dejaron de torturarlo. El relato de Cinquemani, querellante y fundador de la Juventud de Trabajadores Peronistas de los actores, abrió la ronda de testimonios del juicio contra los brigadieres retirados César Comes e Hipólito Mariani y contra el coronel Pedro Barda, que no presenciaron la audiencia.
Como ya ocurrió durante los juicios por crímenes de lesa humanidad anteriores, el Tribunal Oral Federal 5 prohíbe a los reporteros gráficos cubrir las audiencias y a las Madres de Plaza de Mayo, usar sus pañuelos. La tríada que preside Guillermo Gordo rechazó la solicitud de los querellantes argumentando que las cámaras pueden “amedrentar” a los testigos, que es su deber “controlar la publicidad negativa para el imputado” y que los pañuelos son “formas de opiniones o sentimientos” que el Código Procesal prohíbe manifestar en la sala.
Cuando la Asociación de Reporteros Gráficos de Argentina le planteó la importancia de permitir el ingreso de cámaras fotográficas durante la lectura de la elevación a juicio, los alegatos y la sentencia, como ocurre en el resto de los juzgados del país, el tribunal se remitió a un escrito suyo previo, que no argumenta en contra del pedido. Al no haber en el banquillo celebridades rentables como Alfredo Astiz, los grandes medios aún no se interesaron por el tema.
La jornada de ayer tuvo cuatro testigos: dos sobrevivientes de Mansión Seré –bajo el mando de los brigadieres– y dos que relataron el secuestro de Analía Magliaro, por cuyo asesinato en Mar del Plata se juzga a Barda. Cinquemani fue secuestrado el 22 de octubre de 1977. Lo torturaron para que admitiera que Mario Galvano, su nombre artístico, era su “nombre de guerra”. “Sabían que si tomaba agua iba a reventar como un sapo. Entonces pusieron una garrafa, tomaban y decían `qué rica agüita’. Después me colgaron de un gancho y me usaron como bolsa de boxeador”, graficó. En cautiverio supo que los secuestradores pertenecían a la Fuerza Aérea. “El jefe de los interrogadores, Huguito, me dijo: ‘Soy oficial de la Fuerza Aérea y estuve infiltrado en Montoneros, no me como ninguna’”, relató. Agregó que “varios tenían tonadita de cordobeses” (Córdoba es epicentro de esa fuerza) y que los guardias se llamaban entre sí por números.
Américo Abrigo también estuvo en Mansión Seré, donde lo obligaron a escuchar las torturas a su mujer. Antes de ser liberado confirmó que el centro dependía de la Fuerza Aérea. “Me llevaron a la cocina y me hicieron levantar las vendas para llamar a mi mujer. Pude ver un escudo de la Fuerza Aérea, el mismo que tenían los platos”, recordó. Otro secuestrado le contó que lo habían llevado a la Base Aérea de El Palomar. Abrigo entregó al tribunal una ordenanza de 1980 firmada por el brigadier Osvaldo Cacciatore en la cual consta que la casa donde funcionó Mansión Seré había sido cedida al Comando en Jefe de la Fuerza Aérea.
Graciela de la Torre y Roberto Chirria relataron el secuestro de Magliaro el 19 de mayo de 1976. “Nos interrogaron en la cocina mientras tocaban la guitarra y cantaban”, contó De la Torre, que compartió cautiverio con su amiga en la Comisaría 5ª y en El Vesubio. “En la comisaría, la violación era una amenaza permanente. ‘Elegí’, nos decían”, entre picana o violación. “En Vesubio, la tortura tuvo todas las vertientes”, agregó. Para evitarle el padecimiento de recordarlas en un juicio sin imputados de esa cueva, el fiscal Félix Crous le sugirió continuar con el relato del caso Magliaro.
El 16 de julio las cargaron a un furgón, donde tuvo su último contacto con su compañera. “Se va a la cárcel”, le dijeron los guardias. Magliaro estuvo en la Comisaría 34ª porteña hasta el 4 de agosto, cuando el teniente coronel Roberto Eduardo Berazay –miembro de la Compañía de Policía Militar 101, que declarará hoy– se la entregó al capitán Valentín Rezetti, del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601 de Mar del Plata, a cargo de Barda. Fue asesinada el 2 de septiembre en un falso tiroteo. Magliaro y De la Torre eran compañeras de la esposa de Chirria en la carrera de Ciencias de la Educación y fueron secuestradas en su casa. Durante el operativo, Chirria tuvo la mala idea de invocar su condición de administrativo de la Policía Bonaerense. Sin explicaciones lo trasladaron a Tornquist y, a fin de año, le negaron el ascenso, pese a que tenía calificaciones óptimas y era segundo en orden de méritos. “En marzo nos fuimos del país”, concluyó su relato entre lágrimas.
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