La ronda de alegatos del juicio contra los responsables de los centros clandestinos Mansión Seré y La Cueva de Mar del Plata tuvo un comienzo atípico. Mientras un líquido nauseabundo que supuraba del piso obligó al Tribunal Oral Federal 5 a desalojar la sala, organizaciones sociales nucleadas en la Mesa por el Juicio y Castigo teatralizaron la audiencia en la vereda de Comodoro Py en rechazo a la decisión del juez Guillermo Andrés Gordo de prohibir el ingreso a los reporteros gráficos.
“El juez niega a la sociedad la posibilidad de seguir este acontecimiento histórico. Por eso sacamos el juicio a la calle”, anunció el actor Norberto Gonzalo. Otros miembros de la Asociación Argentina de Actores, a su lado, se habían calzado uniformes de la Fuerza Aérea Argentina para representar a los brigadieres César Comes e Hipólito Mariani, y el del Ejército en el caso del coronel Pedro Alberto Barda.
Minutos antes, la audiencia real había sido suspendida. Comenzó con un intento frustrado de los abogados de Barda por mostrar que su cliente era incapaz de afrontar el alegato. El Cuerpo Médico Forense lo revisó y determinó que el jefe del mayor centro de exterminio de Mar del Plata, de 82 años, goza de buena salud y comprende más de lo que quisiera.
Minutos después de que el abogado Pedro Di Mani, de Justicia Ya, comenzara su acusación, la rotura de una cloaca provocó filtraciones en la sala. Gordo ordenó un cuarto intermedio, pero finalmente debió suspender la audiencia, que en principio continuará hoy. Los imputados –excarcelados los brigadieres, con arresto domiciliario Barda– no pudieron zafar de concurrir y tampoco podrán hacerlo hasta el día de la sentencia.
–¡Silencio, por favor! –ordenó el falso Gordo en la vereda.
En primera fila no había actores, sino símbolos de la lucha por la justicia, como Lita Boitano, Fátima Cabrera y Julio Morresi. Detrás de los magistrados, fotos de desaparecidos y la bandera de HIJOS Capital.
–Estos señores fueron y son responsables de secuestros, torturas, violaciones y desapariciones –acusó la querella.
Mientras el pintoresco Comes, con su bigote de Salvador Dalí, no paraba de temblar, Mariani sólo atinó a agachar la cabeza. En pleno alegato dejó de funcionar el micrófono, tal como ocurre en las audiencias reales.
–¡Actuamos en legítima defensa! ¡Teníamos obligación de defendernos de los grupos terroristas! –bramó Comes.
–Son ancianos, recibían órdenes. La Fuerza Aérea no hizo nada. El Ejército ordenaba –agregó el actor que imitaba al abogado José Garona.
–¿Qué querían que hiciéramos? Los subversivos marxistas querían imponer el control. Tuvimos que liberar a la patria –continuó el brigadier.
–¡Hay 30.000 desaparecidos! –dijo el querellante.
–¡Otro invento! ¡Los que murieron eligieron la muerte! No tendrían que juzgarnos, tendrían que condecorarnos –intervino Mariani.
–¡Vendieron la Nación! ¡Asesinos! –gritó el público.
Con la sala fuera de control y la prensa en primera fila, el juez ordenó el desalojo, que a falta de uniformados concretaron HIJOS con carteles esclarecedores: Rati. “Fue sólo una representación. Nos hubiera gustado ser parte de un verdadero juicio. La sociedad debe poder ver este hecho histórico. Nada hay peor que un pueblo sin memoria”, concluyó Gonzalo.
El tribunal real prohibió el ingreso de cámaras con el argumento de que atentan “contra la espontaneidad de los testigos”. El fiscal federal Félix Crous solicitó la transmisión de las audiencias de las que no participan testigos, como alegatos y sentencia, pero Gordo lo rechazó sin dar explicaciones. Crous denunció entonces la “arbitrariedad manifiesta” del juez y la “gravedad institucional” del caso. De la Sala IV de la Cámara de Casación Penal depende que la sociedad pueda ver la sentencia.
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