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El país|Domingo, 2 de mayo de 2010
LAS CUENTAS DE BERGOGLIO

Fama, dinero y poder

La administración de Bergoglio dejó un faltante de unos seis millones de dólares en la contabilidad de la Compañía de Jesús, provenientes de aportes y donaciones que no se registraron en los libros. Un testimonio de primera mano. El acto político para el Bicentenario.

Por Horacio Verbitsky
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Los buenos tiempos. El provincial Bergoglio sonriente con el joven novicio Mom Debussy.

Miguel Ignacio Mom Debussy ingresó al noviciado jesuita en 1973 y Bergoglio lo ordenó sacerdote en 1984. Dos años después se alejó de la Compañía de Jesús y recién en 1990 el provincial Víctor Zorzín firmó el decreto de dimisión como jesuita. En ese momento quedaron en evidencia los manejos económicos de Bergoglio en la administración de la Compañía de Jesús, donde se detectó un faltante equivalente a seis millones de dólares. Así lo relata el ex sacerdote:

“Cuando murió mi abuelo, la herencia se repartió entre mis dos hermanas y yo. Le entregué mi parte a Bergoglio, en su despacho del Colegio Máximo, en billetes, y ni siquiera me dio un recibo”, dice. Cuando se retiró de la Compañía supo por el provincial Zorzín que tampoco lo registró en los libros contables de la Curia Provincial. Entre 1988 y 1989, Zorzín le devolvió 7300 dólares, en tres entregas. Ese monto correspondía a la actualización calculada por el sacerdote Vicente Pellegrini, Ecónomo de la Provincia en esos años. Mom Debussy entiende que esa fue una estimación muy conservadora, ya que lo que él le había entregado a Bergoglio equivalía al valor de un departamento de tres ambientes en Recoleta. Además de devolverle el dinero, Zorzín y el ex provincial Hipólito Salvo, quien era doctor en Derecho Canónico, le explicaron que Bergoglio debería haber depositado ese dinero en una cuenta bancaria a nombre del novicio, hasta que terminara su formación y pronunciara los votos solemnes o se le negaran. “En cualquiera de los dos casos, al llegar a esta instancia está prescripta la redacción de un testamento y la libre disposición de los fondos (siempre desprendiéndome de ellos, en virtud del solemne voto de pobreza) a favor de la Compañía, o de mis familiares, o de los Bomberos voluntarios de la Boca, pero siempre según la exclusiva voluntad del testador”. En el momento de la dimisión debería haberle restituido íntegro ese y cualquier otro dinero que hubiese sido depositado en la cuenta. “De haberlo sabido y existido la cuenta y los fondos, no hubiera esperado casi cuatro años para dimitir”, dice Mom Debussy, quien vivió con mucha angustia su regreso al mundo. Cuando dejó la Compañía fue pintor de brocha gorda, empleado en la Caja de Previsión para abogados de la Provincia de Buenos Aires, profesor de filosofía en los Colegios Andersen y Lincoln de Belgrano y director de estudios de un colegio en Patricios. También se casó y ahora trabaja como acompañante terapéutico.

Mientras estaba en el Noviciado también vendió un departamento de un ambiente y medio, grande, con baño y cocina completos, alfombrado y con aire acondicionado, en Juncal entre Uriburu y Azcuénaga, para pagar los gastos médicos y de alimentación de su madre, hasta que murió en noviembre de 1975. Zorzín y Salvo le dijeron que la Provincia jesuita debería haberse hecho cargo de esos gastos y que también el dinero de ese departamento debería haberse depositado en la cuenta bancaria que nunca existió. “Bergoglio, como jesuita profeso y, más aún, como Provincial, no podía ignorar el normado y correcto modo de proceder (que yo no tenía por qué conocer, como jesuita novel que era)”. También le comentaron que la administración de Bergoglio dejó una contabilidad “plagada de omisiones y ocultamientos de ingresos (donaciones de particulares y aportes de la Curia General de la Compañía, de la Iglesia alemana y del Estado Nacional destinados al sostenimiento de los novicios y estudiantes jesuitas). Por auditorías internas y recolección de datos entre donantes y aportantes, calculaban un faltante de casi seis millones de dólares”.

La carta manuscrita en la que Mom Debussy pidió al papa que lo dispensara del celibato sacerdotal y a la Compañía de Jesús de sus votos de pobreza, castidad y obediencia, en febrero de 1989 contiene observaciones categóricas sobre el ex Provincial. Escribió que “mi relación con el p. Jorge Mario Bergoglio me despersonalizó, me impidió madurar y acabó con la poca autonomía que me quedaba”. Mom Debussy escribe que debió soportar “opresión, falsedad y desprecio”. Su ingreso a la Compañía y su ordenación sacerdotal fueron errores influenciados por “mi falta de libertad y la opresión ‘paternal’ y ‘lavado de cerebro’ provocados con el consentimiento de mi debilidad, confusión y temor a la soledad y el desprecio por el p. Bergoglio”, a quien “considero un demente en el mejor de los casos y una mala persona en muchos otros”. Luego de dos años de alejamiento, en los que “he podido conocerme mejor, sentirme un ser humano y un ser libre”, Mom Debussy dice que “prefiero este mundo pecador, donde los corruptos no pasan por virtuosos, o al menos, buscando fama, dinero y poder, no se camuflan detrás de profesiones de pobreza ni proclaman la virtud suprema de la caridad, mientras impunemente destruyen a otros seres humanos, tan hijos de Dios como ellos. Fuera de la isla eclesiástica las cosas son llamadas por su nombre y finalmente nadie engaña a nadie”. Luego de consignar que guarda un amable y afectuoso recuerdo de muchos jesuitas, concluye que “a los otros, a los mentirosos y los hipócritas, los indignos y los cobardes, ya es hora de olvidarlos”. Para Mom Debussy, “Bergoglio es un sociópata que no titubeó en someter psicológicamente a todos los jesuitas que pudo, empezando por los novicios y escolares (entre los cuales me contaba). Logró su cometido, en general. Varios de los damnificados terminamos dimitiendo de la Compañía. También, me consta, actuó sin ningún escrúpulo contra otros jesuitas (del Centro de Investigaciones y Acción Social, CIAS) y laicos allegados a la Compañía, especialmente en la Universidad del Salvador”. Cuando Ubaldo Calabresi sucedió como nuncio a Laghi, en 1981, Bergoglio lo llevó al Máximo y lo invitó a celebrar la misa en latín. “Nadie entendió nada”, dice Mom Debussy. Cuando su compañero Jorge Seibold fue designado Rector de Filosofía de la sede San Miguel de la Universidad del Salvador, Bergoglio lo hizo arrodillarse en la capilla del Máximo y decir el juramento contra el modernismo que Pio X estableció en 1910 y que estaba en completo desuso. (El contenido de ese juramento es muy similar a los cuestionamientos del cardenal Antonio Caggiano al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo). “Bergoglio se jactaba de haberlo obligado a ese juramento, y uno de sus libros de cabecera era El Príncipe”, recuerda Mom Debussy.

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