Decía Carlitos Cajade, hablando sobre la moral del capitalismo: “El capitalismo ha moralizado la sexualidad y sexualizado la moral”. Esto puede aplicarse a la Iglesia Católica, institución si las hay, funcional al neoliberalismo. La sexualidad ha sido siempre un tema complejo para la Iglesia Católica, que hasta el día de hoy navega en contradicciones muy notorias que no puede superar. El deseo, el placer, la construcción de identidad, la libertad, entre otros, son temas que a la institución eclesial se le escapan de las manos. La Iglesia necesita definir para controlar, dogmatizar para manipular y todavía no ha podido hacerlo en este asunto. Esto se ve claramente en el interior del clero y de muchas comunidades religiosas, en donde temas como el celibato, la pedofilia, la vida en pareja heterosexual u homosexual de muchos sacerdotes y religios@s o el papel de la mujer provoquen distintos y encontrados discursos. O en el peor de los casos, la hipocresía de un discurso eclesialmente correcto para que la jerarquía no moleste y una práctica opuesta que es la que los hace sujetos plenos y felices.
Frente a esto, el discurso oficial recurre sistemáticamente a la “ley natural” para intentar dejar sentados principios que niegan la evolución y la capacidad de construcción social de la que es capaz el ser humano o utilizando argumentos bíblicos y teológicos de una inconsistencia absoluta. Seguir diciendo que el matrimonio existe en orden a la constitución de una familia, la cual tiene como fin principalísimo la procreación, es negar el placer, el deseo y la realización de una pareja (sea ésta hetero u homosexual) como primer y principal objetivo del amor.
El obispo auxiliar de La Plata, Antonio Marino, envió a todos los sacerdotes una “Guía de preguntas y respuestas sobre homosexualidad” (¿no resuena el catecismo de las 100 preguntas?) en donde “define” lo que hay que sostener frente a la posibilidad de que se apruebe la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo.
La Iglesia está disputando poder. Esta es la clave de todo. El poder que da la interpretación de los símbolos. Que el término matrimonio sea ampliado a uniones entre personas del mismo sexo le quita el control de la situación y no tiene cómo manejarlo. Todo esto dejando de lado el proyecto inclusivo y liberador de Jesús de Nazareth, de respeto, convivencia y celebración de y con lo diferente, de un Reino para todos y todas desde y con los pobres. Ya perdió parte de ese dominio en la década del ’80 con la sanción de la ley de divorcio vincular (perdón, ¿se destruyó la familia como se pregonaba en ese tiempo?) y ahora lucha por conservar esa porción de poder usando muchos de los argumentos de esa época.
Es impresionante la pretensión de la Iglesia Católica de querer hegemonizar el pensamiento y negar la capacidad de criticidad y de construcción de la verdad con otros. Ya no sólo abarca “lo religioso” (donde tampoco es dueña de la verdad, recordemos simplemente el pasaje de Jesús con la samaritana), sino que quiere invadir lo público, donde simplemente es un actor más.
Bergoglio, Aguer y otros obispos que forman el “núcleo duro” del Episcopado argentino son el exponente del pensamiento de cristiandad, en el que el poder religioso está por encima del político. La base teórica de esto es la llamada “Doctrina de las dos espadas” del papa Bonifacio VIII (siglo XII), ya anticipada por Gelasio I en el siglo V, que sostiene que la Iglesia, depositaria y guardiana del poder de Dios, delega en el poder político lo “temporal” de ese poder, para ser ella la que guíe en lo “espiritual”.
No hay una sola manera de vivir el amor y de expresarlo sexualmente. Esta ley busca la igualdad de derechos y el crecimiento como sociedad en la convivencia y la inclusión. Los derechos no se plebiscitan. No podemos encerrar ni dogmatizar el amor, éste se expresa de múltiples maneras, en donde la única clave tiene que ser la de no dominar ni oprimir al otro.
La Iglesia Católica, que ha promovido la muerte, la tortura, el no permitir un pensamiento distinto, no tiene autoridad para esto. Seguramente tenga poder, pero no autoridad, porque su práctica, en la historia, como institución estuvo del lado de los poderosos y no de las minorías débiles. Hoy emprende una nueva cruzada, en donde se arroga el derecho de defender los fundamentos morales de la sociedad, de defender a Dios. Lo fundamental y paradigmático de esto es que Dios, en Jesús, está en el lugar que quiere: en el de las víctimas, de los desposeídos, de las minorías sin derechos, de los desaparecidos durante la dictadura, de los abandonados por el sistema y por la institución eclesial.
Durante las marchas que hagan, va a estar en la vereda de enfrente.
* Profesor de Teología. Coordinador del Seminario de Teología de la Liberación, Facultad de Trabajo Social. Ex sacerdote.
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