Ramón Camps acababa de publicar un libro sobre Jacobo Timerman. “Estaba deseando hablar de ese libro, aceptó recibirme, tenía dos cosas encima de su mesa: una pistola con la que estuvo jugando y apuntándome durante toda la entrevista; una pistola que decía haberle arrebatado a un montonero cuando iba a disparar contra él”, y un libro del ex director del diario Pueblo de España, para el que en ese momento escribía Vicente Romero Ramírez, un periodista español que volvió a recordar esa escena frente al Tribunal Oral Federal 6 en el juicio oral por el robo de bebés. Lo del libro que tenía en su escritorio “provocó que Camps creyera que yo era uno más de la cuerda, y hablara con absoluta desfachatez”. En un momento, abrió la caja fuerte. Sacó un informe escrito por él y remitido al Vaticano: “Me dejó ver el informe donde estaban detallados más de cinco mil muertes y los lugares donde habían sido eliminados y arrojados esos cadáveres”.
El miércoles de la semana próxima terminará la etapa de pruebas y testigos del juicio y a mediados de marzo llegarán los alegatos. En medio de los últimos testigos ayer se oyeron dos declaraciones. Desde Córdoba, habló María Cristina Bustamente, secuestrada del circuito Camps que recordó el llanto de un niño, un bautismo, la presencia del capellán Christian von Wernich y el embarazo de Elena de la Cuadra (ver aparte). Vicente Romero Ramírez describió sus primeros días en Buenos Aires durante el golpe, las amenazas por las que tuvo que dejar el país, los contactos con las primeras Abuelas de Plaza de Mayo y lo inverosímil que para la prensa extranjera parecían aquellas historias. Se detuvo, sin embargo, en otros ejes: su entrevista con Camps y más tarde con Adolfo Scilingo. Habló del informe al Vaticano y otro de la Cruz Roja Internacional hasta ahora nunca difundido. Y conectó el juicio con lo que sucede en España: los parentescos entre el robo de niños argentinos y las prácticas del franquismo.
“A los periodistas nos costó inicialmente mucho trabajo creer en la cosas que nos contaban –dijo–, hasta que por nuestra propia experiencia de amenazas y presiones acabamos convencidos de que aquello que nos resistíamos a creer era cierto.”
Romero cubría conflictos internacionales, había estado en Chile, lo habían detenido y expulsado y trabajaba para el diario Pueblo, que dejó de existir en 1984. En marzo de 1976, intentó quedarse en el país, pero poco tiempo después le dieron siete días para irse. Volvió varias veces. “Era muy difícil de creer que se detuviera a embarazadas y que hubiera una política de apropiación, era difícil de creer treinta años después de la barbarie nazi.” Casos como la apropiación de niños tenían precedentes en la Alemania nazi, dijo, “en Vietman, en Estados Unidos pero sobre todo había un clarísimo precedente en España, donde se produjo la apropiación de los niños de las presas republicanas a las que se las dejaba parir en la cárcel y eran eliminadas; todavía hoy están apareciendo y saliendo a la luz. Pese a todos esos precedentes o a las simples sospechas como España, o casos entonces más recientes como Vietman, pese a todo, nos costaba mucho trabajo creer que eso fuera posible en Argentina”.
Romero contó que hasta después del Mundial se resistían a publicar esas cosas. “Ayudó a convencernos ver cómo se asesinaba o detenía a periodistas. Ya era difícil no creer que en la cafetería sonaba un pito y te encontrabas encañonado por las fuerzas militares. Y nos ayudó mucho el ver cómo se acercaban a nosotros las Madres de Plaza de Mayo, las Abuelas, pidiéndonos ayuda porque aquí eran silenciadas.”
De España describió escenas que explican de alguna forma por qué Abuelas de Plaza de Mayo ahora es querellante en la causa que se abrió en Argentina. El mismo trabajó en los últimos tiempos en la edición de un programa para la televisión española en la que entendió alguna de esas lógicas que lo remitieron a lo que había sucedido en Argentina.
“Es exactamente igual a la española”, dijo. “En España se les dejaba tres o cuatro días a los niños, quizá porque en esa época de posguerra se entendía que médicamente era más seguro que las madres los amamantaran antes de arrebatárselos. En España se fusilaba a la madre.” Aquellos “hijos de los rojos” iban a parar “tanto a familias de militares, como del aparato político falangista, como al aparato económico, como a familias ligadas a medios de expresión de la dictadura”. Participaron instituciones como orfanatos y hubo colaboración de la Iglesia Católica para determinar los destinos de esos niños. Dijo que los casos del libro Los niños perdidos del franquismo valdrían para explicar los de Argentina.
Entre el público, lo escucharon algunas de aquellas mujeres de la Plaza que él conoció en los años de dictadura. Chicha Chorobick de Mariani, Elsa Pavón y Paula Logares, la nieta recuperada de Elsa, a quien él mismo entrevistó cuando ella conoció su nombre.
En la época de la entrevista con Romero, Camps dio varios reportajes como aquel de Cambio/16 en el que admitió el robo de niños. La fiscalía le preguntó a Romero si Camps le dijo algo sobre el asunto: “Cuando se hizo la entrevista no estaba el tema tan presente”, explicó el periodista. “Pero efectivamente me habló de las mentiras que articulaban, en su opinión, los grupos de defensa de derechos humanos y especialmente Madres y las Abuelas. Y me citó como ejemplo un caso que parecía preocuparle, el de Anahí Mariani, la nieta de Chicha, diciendo sin yo preguntarle que Anahí había sido muerta en un tiroteo y que la abuela seguía empeñada en que no fue así.”
En esos años Romero –que a la tarde siguió camino a La Plata para declarar en el juicio por el circuito Camps– entrevistó a otros represores, entre ellos a Emilio Massera. Años después, Scilingo le habló de Cecilia Viñas. De cómo en un verano, él y su hijo se encontraron en la pileta de oficiales de la marina con Jorge Vildoza –entonces segundo jefe de la ESMA y prófugo desde 1986– y el hijo de Viñas.
Un abogado de Abuelas de Plaza de Mayo le repreguntó por el informe del Vaticano, un documento que describió de 6 o 7 centímetros de grosor, en el que pudo mirar el dato de los números y la palabra Avellaneda, cuyo cementerio fue uno de los depósitos donde se enterró a desaparecidos como NN.
El otro documento que mencionó es un informe de la Cruz Roja Internacional hecho en Argentina y que nunca se difundió: “La Cruz Roja mundial tiene una razón poderosa para no hacerlo público –dijo– porque inclumplió con sus propios estatutos que la obligan a informar a los familiares de los prisioneros y haber actuado de correo de los prisioneros”.
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