Oscar Beccaluva es abogado, todo terreno. En 1995 conoció al grupo de empresas del marino Jorge Vildoza, el segundo jefe de la Armada durante la dictadura, prófugo desde hace veintitrés años por los crímenes cometidos durante su dirección de la ESMA. Los Vildoza le pidieron unos arreglos en la licitación de un bingo en Posadas; dos años después volvieron a llamarlo por unos pagarés de un millón y medio de dólares y al poco tiempo lo mandaron a Sudáfrica. Desde hace un tiempo, Beccaluva viene declarando en distintos juzgados sobre los negocios de Vildoza. Pidió que lo releven del secreto profesional para poder defenderse en una causa, y así abrió las puertas de una historia que se hunde en las profundidades del infierno. Dio nombres de quienes mantenían la estructura de prófugo del marino: documentos falsos, dominios y registros, datos de los socios ocultos. La clave hay que buscarla en una conversación que tuvo con el marino, de hora y media o dos horas, en un bar de Tierra del Fuego, donde le dijo que el casino empezó con el dinero del robo de bienes de los detenidos desaparecidos de la ESMA. “Todo eso me lo dijo el viejo Vildoza en esa reunión: me dijo que parte de las cosas que se fueron apropiando, que las administraba Massera y su staff, le tocaron a él y con eso empezó con los casinos. Otros se dedicaron a otras actividades, ganaderas, agropecuarias; a él le tocó ésta.”
Beccaluva está al otro lado de una línea de teléfono. Uno de los muchos números con su nombre que aparecen en la guía de Misiones. Parece sencillo ubicarlo. Alguien atiende, pequeño filtro, y luego responde él. Unos días más tarde, aterrizado en Buenos Aires, se entrevista con Página/12 en un bar frente al Abasto. La cara semiparalizada por un virus que pescó en Perú. No tiene pinta de hombre de la city ni corbatas de tribunales. Campera de cuero negro muy trash, y los ojos que no dejan de moverse. Van de la vidriera a la mesa, una y otra vez, como si fuera un tic más que un estado de alerta. Es la primera vez que habla con un diario.
“Vamos a ver cómo empieza toda esta historia...”, dice y arranca. “Creo que el mío es el estudio más grande del nordeste del país, entonces siempre cae alguien... siempre tenemos poderes interesantes. En este temita, como yo era abogado de los Casinos del Plata y de los Casinos de La Rioja y de San Luis, una vez hubo una licitación de los bingos en Posadas y había que armar los pliegos. Ahí se plantearon algunas situaciones, entonces creo que alguien de los Casinos de La Rioja le dijo a Vildoza: ‘Andá a verlo a Beccaluva al estudio’. Era a mediados del ’95, septiembre u octubre.”
–¿Vildoza padre o hijo?
–Vildoza hijo. Al final participé del temita ese, con resultados negativos. Ya sabes cómo es esto: el tema estaba armado, estructurado, direccionado. Quedó ahí, pasó, no lo vi más. Volvió tiempo más tarde por otro temita relacionado precisamente con los casinos. A Vildoza le habían robado unos pagarés que dejó en garantía por unas licitaciones, eran de alrededor de un millón y medio de pesos, que en esa época era un millón y medio de dólares, y aparecieron ejecutados en San Nicolás. Como habían desaparecido los pagarés me encargaron la cancelación judicial y vuelvo a entrar en contacto con ellos. Al final se terminó arreglando ese juicio, recuperamos los pagarés, se los devolvieron. Esto habrá sido hacia fines del ’97. A comienzos del ’98 me llaman de vuelta.
A la mesa del bar, a la entrevista con Página/12, se suma Carlos Viñas. Carlos es el tío de Javier Penino Viñas, que conecta el tema de los casinos con otra historia. Javier es el hijo de Cecilia Viñas, y el niño que alguna vez Vildoza robó de la Escuela Mecánica de la Armada. Carlos quiere preguntarle a Beccaluva por Javier. Pese a que recuperó su identidad hace tiempo, en medio de una gestión en la que intervino este abogado, Javier tiene poco contacto con su familia y permanece entre sus apropiadores. A comienzos de 1998, cuando lo llamaron por tercera vez, el abogado se encargó de ir a buscarlo a Sudáfrica: el juzgado de María Servini de Cubría tenía la causa de la apropiación, él todavía no había sido identificado y como parte de la investigación el juzgado decidió detener a otros dos hijos del marino.
–Doña Servini de Cubría estaba por detener al hijo de Vildoza y a su hermana Mónica. Al parecer, (los Vildoza) habían ido a ver a unos cuantos abogados y nadie aceptó. Porque, en esto, creo que la cosa es así: muchos de los abogados que defendieron a militares, en el tema específico de la apropiación indebida de chicos, no quisieron saber absolutamente nada. Nada. Entonces, cuando me llaman a mí, fui y les dije: “Sí, pero con una condición: que aparezca ese chico”. Y así fue que fuimos a hablar con (el ex secretario de Servini, Ricardo) Parodi. Nos preguntamos: “¿y cómo lo hacemos aparecer?” E hicimos un acuerdo en el juzgado: quedamos en que me dijeran a mí dónde estaba Javier y que yo vaya a verlo para comunicarle la real situación, porque por ahí Javier podía tener una versión diferente de la cosa. Podía pensar que era un chico adoptado en otras condiciones, o abandonado. Así que diez o quince días más tarde fui y me encontré en Sudáfrica con Vildoza padre, con la mujer de Vildoza (Ana María Grimaldos, que fue detenida este año después de estar más de dos décadas prófuga) y con Javier.
–¿Dónde?
–Nos encontramos en un shopping que está pegado al Hotel Intercontinental de Johannesburgo. Ahí estuve alojado. Los vi dos o tres veces. Llegué un sábado y me volví el lunes: todavía me acuerdo que salí de acá el jueves santo del ’98 y volví el domingo, fue muy breve. Y ahí le dije a Vildoza: “O colabora usted o sus hijos también quedan presos. Y el chico tiene que ir, tiene que someterse a los ADN para saber quién es”. Con toda la bronca, odio, insultos de por medio, me responde. Y un poco a raíz de que Javier se posiciona por el deseo de conocer su identidad, hizo una carta. Yo la traje y yo la presenté en el juzgado.
–¿Qué decía?
–Decía que tomó conocimiento y que quería someterse a los estudios, que se iba a presentar. Digamos que fue un primer acto de buena voluntad para empezar a desentrañar todo esto.
–¿Javier se enteró por usted de todo?
–El tenía una versión, sabía que era hijo adoptivo, pero no sabía en qué circunstancias. Tenía algunas sospechas, pero creo que con esto termina de cerrarle. Así fue que traje esa carta. Y después fui a recibirlo al aeropuerto de Guarulhos en San Pablo y vino conmigo hasta Foz de Iguazú. Vino con Vildoza hijo y por ahí andaba (Luis Alberto) Campi, que era el encargado de todas las documentaciones.
Luis Alberto Campi es abogado, actualmente representa al hijo de Vildoza, pero a lo largo de la charla su figura irá creciendo. Beccaluva se acuerda por ejemplo de que en un momento, antes de cruzar la frontera, Javier creyó perder los documentos. A punto tal este Campi se ocupaba de todo, dice el abogado, “que Javier dijo: ‘total qué problema hay, si hacemos otro’, teníamos ahí al fabricante, que era Campi”.
–¿Cómo era la relación entre Javier y Vildoza? –pregunta Carlos– ¿De adultos?, ¿de subordinación?
–Cuando yo lo conocí, Vildoza era un individuo abatido, un individuo quebrado, no era el tipo que daba órdenes y que sometía a todo el mundo. Creo que era un tipo ya gastado, no sé si enfermo, pero sí quebrado psicológicamente. Esto me lo termina confirmando él mismo tiempo después, cuando volví a verlo en Ushuaia. Ahí yo me llevé la gran sorpresa cuando lo vi en la oficina de (el ex gobernador de Tierra del Fuego, Carlos) Manfredotti, porque me di cuenta de que ese tipo Vildoza estaba casi todo el tiempo acá, adentro del país.
–Antes de ir a Ushuaia, ¿cómo siguió lo de Javier?
–Yo lo traje, vinimos a Buenos Aires, fuimos a Comodoro Py. Al otro día fuimos al Hospital Durand con Parodi donde le hicieron los análisis de ADN. No sé cuántos días habrán pasado después hasta que llegaron los resultados, pero se hicieron los primeros días de septiembre del ‘98. Mientras esperaba, ese chico estaba por Misiones porque Vildoza tenía varios casinitos por allá en aquella época y tenía casa. El chico venía cada dos por tres a comer a casa porque estaba solo. Y en realidad después de eso pierdo contacto otra vez con Vildoza. Creo que charlé unos diez o quince días más, después cortaron las relaciones conmigo, me ignoraron completamente. Inclusive me tenían que pagar algunas cuestiones... yo vivo de mi profesión. Y bueno, se llamaron a silencio. Después aparece el tema de Tierra del Fuego.
–En un momento se vinculó a Vildoza con el negocio de las armas. Y eso con Sudáfrica. ¿Usted supo qué hacían allá?
–Yo no sé que hacían en Sudáfrica. Yo creo que en Sudáfrica ni siquiera vivían. Iban y estaban, se tomaban una excursión de dos semanas o un mes dando vueltas y volvían acá. Y hasta creo que por ahí lo tenían internado a Javier en un colegio por allá. Que por eso iban pero estos vivían acá.
Beccaluva habla finito, con esa campera de cuero negro y los ojos que van y vienen a veces parece uno de los personajes de Osvaldo Soriano.
American Data S.A. es la empresa de casinos que Vildoza tuvo en Tierra del Fuego, alrededor de la cual florecieron una serie de negocios donde aparecen los nombres que Beccaluva empieza a señalar. El presidente de American Data es el hijo biológico de Vildoza que lleva su mismo nombre: Jorge Ernesto Vildoza, integrante del SIN (Servicio de Inteligencia Naval) hasta 1988 y ya de 18 años cuando nació Javier. El vicepresidente de American Data es su cuñado: Fernando Giromini, marido de Mónica Vildoza, piloto del Ejército entre 1978 y 1983 y todavía en Aerolíneas Argentinas. El 3 de julio pasado, Servini detuvo a Ana María Grimaldos, la mujer del viejo Vildoza, prófuga como su marido. El 13 de julio allanó el edificio de American Data S.A. en la calle Repetto al 3300 de Vicente López porque las intervenciones del celular de Grimaldos indicaron que desde ahí le pagaban el teléfono. Cuando los funcionarios del despacho de Servini llegaron al suntuoso edificio, el hijo de Vildoza llamó a Alfredo Astiz: “Alfredo estoy acá con el personal de Servini”, le dijo. “¿Le mando un saludo de tu parte?”
Giromini y Vildoza hijo están presentes en los relatos que Beccaluva sitúa en el sur del país, pero alrededor de ellos menciona a cuatro personas: como parte de la estructura más cercana señala a Luis Alberto Campi, como responsable operativo y cabeza política; una línea más abajo ubica a un tal Marcelo Sempé y luego, en el circulo de acuerdos más grandes, a dos abogados de Tierra del Fuego, uno de ellos, Demetrio Martinelli, ahora ex integrante de la lista de conjueces federales de Ushuaia apartado en 2010 por “ayudar, asistir, brindar refugio, documentación apócrifa, etcétera a personas acusadas de delitos de lesa humanidad y que registraban órdenes de captura vigente”. Lo apartaron después de las declaraciones de Beccaluva. El cree además que el 50 o 60 por ciento de las utilidades del casino se destinaban a pagar la protección: a los dos abogados de Tierra del Fuego y a Campi por los documentos falsos y renovaciones. “O sea para mantener toda esa bandita de soporte para la impunidad”, explica.
–¿Por qué lo llevaron a Tierra del Fuego?
–Volvieron a llamarme en el 2001 porque les habían hecho caducar las licencias de los casinos ahí y, como yo había sido jefe de asesores de (Ramón) Puerta, soy medio pariente de él, hablamos con Manfredotti para ver si podían volver a participar en las licitaciones nuevas. Ahí aparece otro tema: unos juicios porque la provincia había cobrado indebidamente algunos cánones. Cobró un canon a todos los casinos que era un tributo nacional, pero que debió eliminar cuando pasó de ser “territorio nacional” a provincia. Es decir, había una superposición de cobros de cánones que daban una suma interesante: nueve millones de pesos de ese momento, que eran nueve millones de dólares ¿Qué ocurrió? Yo voy y vengo por ese tema. Muevo la demanda junto con otros dos abogados pero firmo yo porque estos habían sido funcionarios públicos en el Ipauss, que es el Instituto Provincial Autárquico Unificado. Llevé adelante el tema. Fui de acá para allá. Y un día sorpresivamente me revocan el poder. ¡Yo había hecho todas las gestiones! Hasta había hablado con el ministro de Economía para tener un apoyo extrajudicial una vez promovida la demanda, pero ellos me revocaron el poder y desistieron de la demanda. Por otro lado, me entero de que en realidad habían empezado a cobrar ¿Y por qué me desistieron el poder? Para no pagar los honorarios acordados. Esto es así: son “vil” de Vildoza. Vildoza viene del conjunto de cosas “viles”, ése es el origen de la palabra, eso es así.
Entre la demanda y el momento que le sacaron el poder, Beccaluva tuvo un encuentro casual con el viejo Vildoza. Hoy está convencido de que aquel encuentro encierra la explicación del por qué lo sacaron del medio.
–¿Cuántas veces vio a Vildoza padre en el sur?
–Yo lo veo al viejo primero en el estudio de Martinelli y me sorprendo cuando lo vi ahí. Y una semana o diez días más tarde, me lo encuentro caminando por Ushuaia en la esquina del Free Shop, donde había un barcito que ya no está más. Me encuentro con el tipo abatido ¡que me anuncia lo que me iba a pasar! Me dice: “Tenés que cobrar vos el dinero porque ésa es la única garantía que yo tengo para irme. Porque si vos no cobrás, ellos se quedan con todo el dinero, lo que quieren es todo el dinero atrasado de todos estos años que no estuvo funcionando el casino. Estos me quieren enredar, me quieren mandar al muere, Campi me aprieta”. Todas penurias de un tipo que estaba doblegado. Ahí me cuenta que conoció a Martinelli a fines del ’83, Massera lo llamó a Vildoza y le dijo: “Este va a ser nuestro hombre, va a ser funcionario nuestro”. Massera tenía un proyecto político, el hombre en el sur era Martinelli. “Va a ser el que nos va a proteger a todos los que hemos tenido problemas. O sea, se va a encargar de acomodar o cobrar las propiedades, de administrarlas.”
Martinelli, que es un abogado conservador, formador de opinión en la provincia, recibido en la UCA y el autor de una denuncia contra el primer matrimonio igualitario, cuando se defendió de este tema dijo que nunca estuvo con Massera. Los argumentos no le sirvieron para evitar quedar afuera de la lista de conjueces.
–¿Le creyó a Vildoza?
–Yo lo escuché, tampoco me fiaba mucho porque vos sabés que es un mundillo de cosas en las que uno no sabe qué es cierto y qué no. Vas armando un rompecabezas. Pero fue una charla de hora y media, dos. De contarme. Eran lamentos y lamentos. Los aprietes de Campi... Y, según Vildoza padre, Campi habría sido uno de los encargados de administrar los dineros de los desaparecidos: por eso lo mantuvieron ahí.
–¿Por eso no se lo podía sacar de encima?
–Campi era el garante de Martinelli, de que éstos iban a cumplir. Tenía un poder de sometimiento, de señorío sobre los Vildoza que uno no se imagina. Otro de los que estaba con ellos era Oscar Sempé, que es el cerebro de todo, el ideólogo de todos los temas financieros con Campi. Porque Vildoza hijo es un tipo pesado, pero un tipo de pocas luces; los ideólogos son Sempé y Campi. Andaban con un tal González, un arquitecto, mediana estatura, que había estado en la ESMA. Pero Sempé era importante porque, cada movimiento de diez pesos, era Sempé al que había que pedirle autorización de Campi. O sea Vildoza tenía temor reverencial hacia Campi, o sea que es otro de los que manejó seguramente el encubrimiento.
–¿No se quejó usted cuando dejaron de pagarle?
–Se cortaron todos los lazos porque éstos me empezaron a perseguir. Ahí vienen las persecuciones, vienen amenazas; éstos fueron los que me patotearon, me reventaron autos, todas las cuestiones. Habían cobrado diez millones de dólares y no querían pagar a nadie. Campi me apretó, me llamó acá a su estudio, a punta de pistola.
–¿Cree que Vildoza se llevó la plata de la ESMA o más bien es un administrador de fondos?
–Yo creo que Vildoza era una pata más de todo el sistema. Creo que acá nadie sienta bien la investigación. Creo que hay que mirar a los otros. Sempé tenía o tiene mesas financieras, manejadas también bajo la supervisión del otro y tenían relación con varios marinos, con (Jorge “El Tigre”) Acosta, por ejemplo.
-¿Cómo lo sabe?
–Porque él se jactaba de decirlo. “Porque esto lo manejo”, decía. “Porque yo vivía en el edificio tal”, por el redondito. Decía que vivía en sesión permanente con quienes eran los militares que conducían la cúpula de la Armada de esa época. Eran amigos de Camps y de Suárez Mason y frecuentaban negocios en la Recoleta donde tenían un restaurante de categoría. Yo creo que era el agente financiero, el que hacia la ingeniería financiera con grandes mesas de dinero, descontaban cheques, compraban prendas. Había un tal Gianni que yo nunca conocí, también una novia de Vildoza hijo, y a través de Sempé se hacían los giros, eso me lo dijo el viejo aquella vez porque estaba enojado porque se giraba dinero y siempre había problemas.
–No la tenía fácil –dice Carlos.
–Y, es como alguien que nombra testaferros y después no puede salir a reclamarle a nadie porque se le crea un conflicto. Principios de diciembre de 2001 fue mi último contacto con Campi, el día del apriete me quiso hacer firmar un poder desistiendo del mandato. Se armó tal escándalo, un griterío, por eso a lo mejor estoy acá.
–¿Qué relación tenían con Astiz?
–Solía frecuentar Posadas con Vildoza hijo, pero supongo que de estos negocios no tiene nada...
–¿Cuándo vio a Vildoza por última vez?
–La última vez que vi a Vildoza hijo me amenazó. Me dijo: “Rata de mierda, te voy a hacer desaparecer”, porque yo le dije: “Pagame, pagame. De alguna forma, yo me voy a cobrar esto. Esto no me asusta, a mí me pueden dañar, es cierto, pero tampoco me asusta porque me voy a enfrentar”. Entonces se calentó. Me dijo: “Rata de mierda, te voy a hacer desaparecer”. Y esto fue allá por mayo del 2002. No sé si el 1° o 2 de mayo. No lo vi nunca más. Porque, ¿qué es lo que pasa? –se pone a pensar, sentado, la mirada fija en el vidrio–: Te utilizan y después te eliminan, ése es el plan de ellos. Primero dicen ‘te necesitamos’ y en este afán de trabajar vos te metés a hacer las cosas, después vienen por vos, para poder ir eliminando rastros. Creyeron que me iban a hacer cejar con las amenazas. Uno de los abogados conocidos en Tierra del Fuego me dijo: “ ¿vos estás loco?”. “Pero por qué me voy a asustar”, le dije. Al gordo después lo persiguieron allá.
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