Las electrizantes finales de un Mundial de Fútbol, o de tres finales, primer caso en la historia de ese deporte, no es lo único que une a la Argentina y Alemania. Otras cuestiones más dolorosas también las emparientan, casi tanto como en el fútbol, donde ganen o pierdan, ambas son y seguirán siendo potencias mundiales. Pero en términos no futbolísticos Alemania le lleva una ventaja apreciable a nuestro país. No nos referimos a la diferencia en los niveles de desarrollo económico, que son bien conocidos. Nuestro propósito es hacer un ejercicio de comparación, aunque desparejo no demasiado agradable, entre las responsabilidad del imperio alemán y del nazismo en las peores catástrofes bélicas del siglo, con el terrorismo político de nuestra última dictadura. Pero la idea no es quedarnos allí, sino tratar luego el tema de la deuda, que también tiene una dimensión comparativa que pocos han estudiado.
En cuanto a los horrores tienen sin duda dimensiones distintas, no sólo temporalmente o por la naturaleza o cantidad de víctimas. En Alemania, sumados a los millones de soldados y civiles de distintos países caídos en las dos guerras, se agregó, con los nazis, el holocausto de poblaciones enteras abatidas sistemáticamente por el odio irracional del racismo, fruto de verdaderos monstruos que ya preanunciaba un film alemán famoso de los años ’20, El gabinete del Dr. Caligari.
La dictadura más feroz de América latina no se puede comparar por su número de víctimas a las de Alemania, aunque el simple terror y la muerte gratuita forman parte de los crímenes de lesa humanidad. Una diferencia notable, sin embargo, es que aquí los últimos gobiernos castigaron a la mayoría de los principales culpables aún con vida, mientras que el juicio de Nuremberg puso sólo a unos pocos responsables en el banquillo de acusados.
Pero en un mundo injusto y de desiguales, también en otros aspectos los alemanes nos llevan la delantera. Por razones exclusivamente políticas, el mayor país deudor de la historia del siglo XX no es la Argentina, aunque muchos compatriotas engañados por ciertos medios pueden habérselo creído, sino nuestro rival futbolero de la final mundialista.
Con el acuerdo de Londres de 1953, que duró del 28 de febrero al 8 de agosto de 1953, en el que participaron los principales países acreedores el grueso de sus deudas y reparaciones de guerra se evaporó de un plumazo. Descargada de esos deberes, hoy Alemania está en condiciones de exigir el cumplimiento riguroso de los griegos y de otros países a los que supo endeudar con el arma de la globalización financiera.
Pero volvamos al acuerdo de Londres y a sus antecedentes. El primer paso al finalizar la guerra fue la no aceptación por parte de los vencedores del plan Morgenthau, secretario del Tesoro de Estados Unidos, que en el último suspiro del gobierno de Roosevelt tenía por objeto castigar económicamente a los germanos, reduciéndolos a un país de segundo orden, destruyendo definitivamente su poderío industrial y dándole un destino pastoril. Prevaleció, en cambio, la política de contención del comunismo y el Plan Marshall, que apuntaba a la reconstrucción de Europa y, sobre todo, de Alemania.
Estados Unidos y sus principales aliados occidentales (el Reino Unido y Francia) decidieron, dentro del marco de la Guerra Fría, un alivio radical de la deuda de la República Federal Alemana (RFA), la parte del país que quedó en Occidente. La RFA recibió una primera gran concesión cuando se fijó el monto total de la deuda a ser renegociada: 29.800 millones de marcos, de los cuales 13.600 millones correspondían a las de preguerra y 16.200 millones a créditos contratados en la posguerra (ambas cifras basadas en el valor del oro). Por el acuerdo alcanzado en Londres el 27 de febrero de 1953, estos montos se redujeron más de un 60 por ciento.
Este acuerdo promovido por las naciones vencedoras establecía para Alemania en forma sintética las siguientes ventajas:
1 Al renunciar a la mayoría de sus pretensiones en contra de la RFA, los poderes victoriosos de la Segunda Guerra Mundial ayudaron a un país que, apenas unos pocos años atrás, había atacado y destruido parcialmente sus propios territorios. Según Eric Toussaint y Fernando Fayas, que estudiaron el tema, fueron motivaciones políticas fríamente calculadas las que condujeron a una renuncia extensiva de reclamaciones no canceladas, que iban más allá de lo estrictamente necesario.
2 Es cierto que existía otro motivo que incrementó el interés por esta solución: las demandas a Alemania después de la Primera Guerra Mundial, debido al Tratado de Versalles, fueron una de las razones de la inestabilidad económica de la República de Weimar, como lo había señalado Keynes, facilitando el surgimiento del nacional-socialismo y la toma del poder por Adolf Hitler. Esta lección parece haber sido olvidada por los actuales acreedores en Europa y otros países.
3 Los acreedores pensaban que no se debería dislocar la economía alemana a través de efectos indeseables sobre la situación financiera interna. Tampoco se podía correr el peligro de drenar indebidamente los recursos existentes o potenciales, emanados del comercio exterior. Por otra parte, el arreglo no debería aumentar notablemente la carga financiera de ninguno de los tres gobiernos.
4 Por otro lado, se decidió que, durante los primeros cinco años (1953-57) se suspendería el pago de las deudas, y desde 1958 hasta 1978, se realizarían pagos anuales de 765 millones de marcos.
5 Los países acreedores estaban conscientes de que, para poder cobrar sus deudas, Alemania debería alcanzar un superávit comercial. Consecuentemente, a fin de ayudarla en sus esfuerzos, impulsaron políticas de liberalización comercial. Su propósito era “permitir que Alemania cubriera sus obligaciones solamente por medio de sus excedentes de exportación; quedaba fuera de discusión que pudiera esperarse que cancelara sus deudas mediante un castigo permanente a sus reservas monetarias”.
6 El objetivo principal del acuerdo de Londres partió del hecho de que Alemania debía estar en condiciones de cancelar la deuda manteniendo un alto nivel de crecimiento y una mejora de las condiciones de vida de la población. Pagar sin empobrecerse. Con este fin, los acreedores acordaron:
a) que Alemania reembolsara en su moneda nacional lo esencial de lo que se le reclamaba;
b) que al comienzo de los años ’50, mientras el país todavía tenía una balanza comercial negativa, las potencias acreedoras aceptaban que redujera sus importaciones puesto que podía producir muchos bienes que antes importaba. Los acreedores se comprometían también a disminuir sus exportaciones hacia este país;
c) la relación entre servicio de la deuda e ingresos por exportaciones no debía superar el cinco por ciento. Alemania occidental no podía dedicar más de una vigésima parte de sus ingresos en este sentido al pago de la deuda. Y una medida excepcional fue la aplicación de una reducción drástica del tipo de interés, que osciló entre cero y cinco por ciento;
d) en caso de litigio con los acreedores, por lo general, los tribunales alemanes eran competentes. El acuerdo dice, explícitamente, que, en ciertos casos, “los tribunales alemanes podrán rechazar (...) la decisión de un tribunal extranjero o de una instancia arbitral” cuando la ejecución de ésta fuera contraria al orden público.
En octubre de 2010, Alemania terminó de pagar la deuda pendiente según el acuerdo de Londres de 1953. Recordemos que no se trató, como en el caso argentino, de un canje de deuda solicitado a los acreedores, fueron estos mismos los que lo decidieron; tampoco había fondos buitre revoloteando alrededor, Estados Unidos no lo habría permitido. El match de la deuda lo ganó Alemania con el arbitraje a favor, como en el Campeonato Mundial de Fútbol de 1990.
* Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires.
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