Si hubiera que pensar el empobrecimiento de las urbes, no ya en términos materiales y económicos sino de diversidad cultural y patrimonio histórico, quizás habría que abordar el reciente libro de Gabriela Massuh: El robo de Buenos Aires. La trama de corrupción, ineficiencia y negocios que les arrebató la ciudad a sus habitantes (Sudamericana). La autora –periodista cultural, ex directora del Instituto Goethe de Buenos Aires y actual titular de Editorial Mardulce– explora el proceso de especulación inmobiliaria y construcción desenfrenada que ocurre en el mundo y también en Buenos Aires. Advierte que lo que ocurre con Mauricio Macri “no es como en los ’90” sino peor: “Hay un proceso puesto en marcha en el que las grandes empresas y gobiernos se alían para apropiarse de lo público”.
–¿Por qué plantea que el espacio público está desapareciendo?
–El espacio público, entendido como el espacio de la diversidad, se está perdiendo velozmente a partir de los años ’90, con una pequeño impasse en 2001 y 2002. Buenos Aires como ciudad de convivencia de la diversidad, donde en un barrio podían habitar clase media, clase alta y clase baja, eso se está perdiendo. Lo que se está haciendo es echar a la clase media de la Ciudad y construir una ciudad de enclaves. La palabra “circuitos” es típica de las exenciones impositivas que funcionan como pretexto para que la tierra se valorice y se invierta en vivienda sin usarla. La primera medida en cultura que tomó Macri fue un gran atentado contra el espacio público: fue querer cerrar los centros culturales en los barrios.
–Los macristas suelen reivindicar otra idea del espacio público: su discurso señala que pusieron en valor las plazas.
–Ponerle rejas a una plaza no es fomentar el espacio público. ¿Cuántas plazas ha creado el macrismo? Una o dos, a lo sumo, en ocho años de gestión, en una ciudad que tiene un 1,2 por ciento de verde por metro cuadrado por habitante, cuando debería tener el 11, que es lo que tenía al comienzo del siglo XX. No sólo hace desaparecer el espacio público, sino que el hormigoneo de las plazas y el pasto implica dividir a la ciudad: los ciclistas, los que van en patines, los que van a caminar van por otro lado. Es una diferenciación muy militar. Los militares hacían eso.
–La política del cemento...
–Los militares le metían cemento, hamacas. Era una cosa horrible. Eso pasó en Olleros, pasó muchísimo en Belgrano. Y Macri tiene un poco eso, eso que él llama “poner en valor”.
–¿Qué consecuencias tiene la política de crear distritos o polos?
–Las consecuencias son bastante discriminatorias: la gente que tradicionalmente habitaba un barrio, como puede ser Barracas o Parque Patricios, es expulsada. Al facilitar que se puedan hacer torres, valoriza el suelo urbano y la clase media no tiene poder adquisitivo para solventar eso y se tiene que ir de ahí. Por un lado destruye el conjunto edilicio heterogéneo de esa ciudad tradicional y, por otro lado, genera vigilancia privada, entran los shoppings, las escuelas privadas. Enseguida se produce una estratificación social en el barrio. Lo que pasó en Flores o Floresta o Caballito: son zonas dinamitadas para construir de nuevo, como ese espacio en Balvanera donde se quiere construir un estadio. En vez de construir, se destruyen las ciudades. Se hacen proyectos como la Villa Olímpica para las olimpíadas juveniles de 2018. La gente que vive en el sur no va a ser beneficiada por esto. Se hace un enclave de deporte en Lugano para gente con poder adquisitivo.
–Este proceso inmobiliario, ¿tiene su puntapié inicial con Puerto Madero?
–La especulación inmobiliaria es de larga data. Hay una intensificación de la construcción a nivel mundial a partir de los ’90, cuando se producen las grandes privatizaciones. La Argentina no es una excepción, pero lo que es específicamente argentino es la escala del descontrol. En Berlín o en Hamburgo nunca te tiran abajo una cuadra entera para construir un estadio sin pasar por el Parlamento y sin tener en cuenta lo que opinan los vecinos. Eso sí empezó con Puerto Madero, que fue la bomba atómica que signó lo que se iba a construir después. Por decreto, privatizaron 170 hectáreas de la ciudad, que nos pertenecían a todos. No tenemos acceso al río, no hay escuelas, no vamos a comer ahí porque es muy caro. Empezó con Puerto Madero y eso legitimó lo que vino después: los countries.
–¿Qué influencia tienen los countries en las recientes inundaciones?
–Los countries últimos, de Nordelta para acá, están construidos con lagos artificiales polderizados y están emplazados sobre la estructura de los humedales de la cuenca baja de Luján. Esos humedales funcionan como esponjas para contener y largar el agua. Absorben el agua excesiva. Si cementás eso, el agua rebasa. Las inundaciones, como la que hubo, cada vez van a ser más recurrentes. Y cada vez se va a notar más que la culpa es de los countries. Una especialista en esto, Patricia Pintos, una geógrafa de La Plata, estudia que estos lagos artificiales tienen una consecuencia grave: por debajo, pasa el acuífero Puelche, que es el que nos da de beber al conurbano, a Buenos Aires y a La Plata. Esos lagos reciben muchísimo químico para mantener el agua azul. Esos químicos van horadando y van a terminar contaminando el acuífero.
–En el libro analiza distintos casos en el mundo, con la idea de que se intenta construir en todas partes lo mismo...
–Es parte de esta etapa del capitalismo extractivista, donde hay un proceso puesto en marcha en el que las grandes empresas y gobiernos se alían para apropiarse de lo público. No es como en los ’90, donde el Estado era víctima en las privatizaciones. Ahora el Estado pacta con los empresarios para facilitarles la privatización de grandes áreas de las ciudades, con la idea de que se va a producir un derrame. Nunca ocurre.
–En las reuniones por el presupuesto, un ministro macrista señaló que buscan un Estado facilitador, no un Estado constructor de viviendas.
–Ya está construido. Hay un 30 por ciento de vivienda ociosa. ¿Qué quieren facilitar? No hay créditos y la ciudad está cada vez más cara. Hay aproximadamente 400 mil viviendas vacías y, a la vez, 500 mil personas con déficit habitacional. Este Estado es facilitador del horror. El número de habitantes en la ciudad no varió. Somos tres millones. Y la construcción sigue creciendo. La única manera de pararlo es poner un impuesto a la vivienda ociosa.
–¿Qué rol juega el empresario Nicolás Caputo en este esquema?
–Y también el Grupo IRSA y Constantini. No puedo entender cómo IRSA quiere seguir construyendo con la fortuna que amasa ese señor. El presidente de IRSA es el presidente del Banco Hipotecario. Es el banco que tiene que dar crédito a la gente para que compre una vivienda. IRSA construye sólo shoppings y edificios de lujo. La presencia de Elsztain en el Banco Hipotecario es una contradicción enorme. A su vez, la presencia de Caputo como amigo de Macri, como ministro sin cartera. Se fomenta a cuatro o cinco empresas constructoras, que son siempre las mismas. Los empresarios de la basura son de un nivel realmente mafioso.
–¿Cómo se trabajó sobre estos problemas de hábitat en Medellín?
–En Medellín se trabajó en la urbanización de centros culturales, urbanización y transporte dentro de las villas. Abrió las villas al tejido urbano, instaló bibliotecas digitales, o sea, que hizo atractivas culturalmente para gente que no iba. Y construyó el verdadero metrobus, con un carril colgante y energía renovable. Acá no se hizo nada de eso. Las cuatro villas que por ley debían ser urbanizadas no lo fueron. Se le facilita al mercado, entregando escrituras a los habitantes de las villas. Lo que pasó en el Parque Indoamericano empezó porque Rodríguez Larreta dijo que iban a entregar escrituras en la Villa 20. Fue azuzado.
–Usted define al gobierno de Macri como un “aparato de imaginería propagandística”. ¿Se diferencia de otros gobiernos?
–Sí, por la exacerbación, por confundir comunicación con la traslación de la propia imagen. Ese dinero, en verdad, es para comunicar cuándo te tenés que vacunar, cuándo es la inscripción de los chicos. El gobierno nacional lo hace cuando hay vacunación de dengue. El gobierno porteño, nunca. Dentro de la publicidad entra el metrobus. Otra inscripción en la ciudad. “Estamos haciendo”. “Estamos trabajando para usted”. Nunca vi nada igual, salvo los Rodríguez Saá en San Luis. Grosso tenía ese sistema. Todo esto entró brutalmente con Durán Barba.
–¿Qué relación encontró entre la especulación inmobiliaria y la campaña del desierto del siglo XIX?
–La Argentina está hecha sobre el mito de conquistar el desierto, al que se considera como tierra vacía, res nullius. El desierto está lleno de cosas y personas. Siempre se tendió a avanzar sobre lo ajeno y lo peligroso, al que se llamó “desierto”. Y siempre se lo tomó como un acto civilizatorio. Ahora se avanza sobre los barrios, a los que se los asimila a que están venidos a menos, a que no hay nada, a que quién vive ahí, hay que mandarlos al conurbano. Cuando la Presidenta habló de la Isla Demarchi dijo “ahí no hay nada” y cuando Macri habla de la zona sur dice que son “puntos negros en el mapa”. Está lleno de gente. En Sarmiento, era ideológico. Acá, es el negocio. Es el menosprecio de la pobreza, de una manera muy darwinista.
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