El represor Jorge Raúl Vildoza, jefe del grupo de tareas de la ESMA, tuvo un confesor ante quien relató sus crímenes. Entre todas las personas de su confianza eligió a Javier Penino Viñas, el joven de quien se había apropiado cuando tenía apenas unos días de vida. Cuando Javier se convirtió en adulto, y después de que se escaparan de las citaciones judiciales, primero con una estadía en Paraguay y luego instalándose en Sudáfrica, el marino le habló de la “lucha antisubversiva”, de las torturas y hasta de los vuelos de la muerte: “Fue piloto en vuelos de la muerte. El volaba. Y tenía alto rango. Siempre cuando le tocó hacer el vuelo estaba a cargo del avión. Parece que hubo una cierta influencia religiosa. La idea era que ser tirados del avión vivos aunque dormidos era una forma humana y cristiana de llevar a cabo la ejecución. A mí me pareció un horror. Creo que se dio cuenta de que era algo difícil de explicar”, relata ahora Javier.
Javier Penino Viñas nació en el centro clandestino que funcionó en la ESMA durante la última dictadura militar. De allí se lo llevó Vildoza, lo anotó como su hijo y lo crió como tal. Las Abuelas de Plaza de Mayo lo ubicaron tempranamente, en 1984 y, para no entregarlo, los Vildoza se escaparon, primero a Paraguay y luego a Sudáfrica. Javier fue Javier Vildoza, pero luego fue Julio Sedano. Y, finalmente, en 1998 viajó a la Argentina para presentarse ante la jueza María Servini de Cubría, hacerse el estudio de ADN y ser Javier Penino Viñas, hijo de Cecilia y Hugo, secuestrados y de- saparecidos durante la última dictadura. Conoció a su familia biológica, con la que tuvo y tiene una relación con altibajos, pero nunca cortó el vínculo con los Vildoza. Su apropiadora, Ana María Grimaldos, fue arrestada en 2012, en la Argentina. Durante las dos décadas que estuvieron prófugos, ella y Vildoza entraban y salían del país –aquí vivían sus dos hijos biológicos– con identidades falsas. Cuando la detuvieron, la mujer se declaró viuda. Según su relato, Vildoza murió en 2005 y fue cremado bajo uno de sus nombres falsos. No hay manera de comprobarlo.
Ana María Grimaldos está siendo juzgada. Javier no justifica el robo de niños, incluso habla del “plan sistemático de apropiación”, pero asegura que ella “no sabía” y descarga la culpa sobre Vildoza. Con el marino, cuenta, tuvo largas charlas. Javier comparte parte de esas conversaciones “de adultos”, de las que surgen grandes revelaciones.
–¿Cuando eras chico y se escaparon a Paraguay qué te decían de la dictadura?
–No hablaban mucho. Decían que había sido una guerra muy... una guerra sucia. Que se habían cometido errores, en su opinión. Tenía una visión que no era, digamos, apologista. No defendía todo. Creo que él sentía que había tenido que hacer cosas de las cuales no estaba orgulloso. Y no le gustaron las decisiones que se tomaron. A él le constaba que en ningún momento iba a ser indultado, perdonado. Cuando empezaron los indultos se enojó mucho porque le parecía que había que blanquear lo que había pasado, que lo que habían hecho respondía a la orden de aniquilar a la subversión inicialmente de Isabel Perón y que luego el gobierno militar la profundizó. Y que la única forma de sanar, o, por lo menos, dejarlo claro en la historia, era blanqueando lo que pasó y asumiéndolo. El indulto le sonaba como que habían sido criminales indultados, en vez de presentarlo como que ellos hicieron lo que hicieron porque sintieron la necesidad de hacerlo. Pero bueno, es un tema muy complicado.
–¿Leíste cosas sobre Vildoza?
–Un montón.
–¿Y cuál es tu impresión?
–Es completamente consistente con lo que él me habló como adulto. El era un tipo de acción. Muy de acción. Muy de aventura. Aceptaba cualquier oferta rara que le tiraban. Se fue al Canal de Suez durante la guerra con Egipto como casco azul de Naciones Unidas. Se presentó al toque cuando tuvo que hacer vuelos raros al exterior para traer aviones, llevar aviones. El siempre se anotaba. Se anotó cuando le ofrecieron o le pidieron meterse en la guerra antisubversiva. Se anotó y se puso al frente en el sentido de que era el jefe de Operaciones del Grupo de Tareas 3.3.2. Actuaba en operativos, no era un tipo de oficina. ¡Por eso me da bronca! Veo que lo tildan de tesorero de (Emilio Eduardo) Massera, medio que manejaba fondos. Eso nada que ver. Creo que de todas las cosas que dijeron sobre él, lo que más le molestaba era el tema de los supuestos...
–No le molestaba que le dijeran asesino, pero sí que era ladrón.
–Si lo quieren plantear así, sí.
–Pero es así.
–Sí. Está bien. Podés plantearlo así.
–Es lo que se desprende de lo que decís.
–O sea, no le molestaba que lo acusaran de cosas que hizo, le molestaba que lo acusaran de cosas que no hizo, como cualquier persona.
Un bar en Chacarita, aunque podría ser Palermo: mesas anchas de madera, ofrecen brunch y limonada con jengibre. Javier pide un café y un tostado. Está en Buenos Aires por el juicio a Grimaldos. Está enojado porque cree que ella no debe ser responsabilizada por su apropiación, que era manejada por Vildoza. También se queja de la investigación de la Unidad de Información Financiera (UIF) que hizo que congelaran los bienes de la empresa del hijo y del yerno de Vildoza, porque se usó para financiar a los prófugos pero, además, porque se sospecha que desde allí podrían haberse blanqueado bienes robados por el grupo de tareas de la ESMA a víctimas de la dictadura. Javier dice que es una locura y, en este punto, señala al represor Jorge “El Tigre” Acosta. Vildoza, dice, “le tenía cero respeto. Era un tipo que estaba un poco loco, como un ser malvado. Como que se jactaba mucho de lo que hacía. Le gustaba. Y robaba. Había muchos rumores alrededor de él, que se había quedado con mucha guita, joyas”.
Tiene una chomba negra, es grandote, corpulento. Es serio pero a la vez cálido. Graba la conversación en su Ipad y atiende su teléfono en inglés, para resolver temas pendientes en Londres, donde vive y trabaja en un banco de inversiones. Está casado y tiene dos hijos. Durante la entrevista llama a su apropiadora por su nombre, por su apellido, le dice “mamá de crianza”, “adoptiva”. “¿Les molesta si para agilizar les digo mamá y papá?”, pregunta en un alto en la conversación, en referencia a Grimaldos y Vildoza. Su abuela materna, Cecilia Viñas, dijo en el juicio que Javier tiene los ojos de su madre y el pelo de su padre.
Vildoza lo eligió a Javier para descargarse y contar detalles de sus crímenes. No a su hija Mónica, ni a su hijo Jorge Ernesto, que trabajó en el Servicio de Informaciones de la Armada y ya eran grandes cuando Javier llegó a la casa. No a su mujer. Lo eligió a él, el bebé al que separó de su madre con la certeza de que ella sería asesinada. ¿Fue una forma de reforzar su cercanía, una forma de buscar el perdón, la expiación de sus pecados o fue la forma más elaborada del cinismo que se pueda pensar? Difícil saberlo. Vildoza murió. Se supone, aunque no hay forma de comprobarlo.
–Cuando creciste, ¿qué te contó Vildoza sobre la ESMA?
–Que había sido una unidad antisubversiva que había sido establecida con principios parecidos a los que operaría una unidad subversiva misma. Ese era el concepto.
–¿Y qué significaba eso?
–Operativos vestidos de civil, usando autos no identificados, no decía secuestros probablemente, pero algo que sonaba como secuestros. De ir a buscar gente que se pensaba como terrorista, que muchas veces terminaban a los tiros y granadas y a veces no.
–¿Te habló de las torturas?
–Me dijo que había picana. Que en realidad para él era como un poco de show para asustar a la gente.
–Les dejaron algunas marcas como para entenderlo como show.
–Pero me admitió que había gente que eso le gustaba. No sé si disfrutaban, pero lo usaban no como para asustar.
–¿Te habló de los vuelos?
–Sí. El fue piloto. Y me contaba cómo era. A mí me pareció un horror. Creo que se dio cuenta en el momento de que era algo difícil de explicar. Creo que él en cierta forma se confesó conmigo, cosas que no pudo hablar nunca con nadie. No era el tipo de persona que hubiese ido a un psicólogo. Ahora le cuento a mi hermano o hermana cosas que no sabían.
–¿Qué más dijo de los vuelos?
–Que en cierto momento se decidió la manera. Que había un argumento interno entre la gente de la cúpula sobre cómo se debía condenar y ejecutar a gente determinada que tenía un accionar terrorista. Y que hubiese sido preferido un juicio militar con un fusilamiento. Creo que eso es lo que él pensaba que era correcto. Parecería que en la idea de los vuelos hubo una cierta influencia religiosa. En el sentido de que no sé quién, si Acosta, Massera o alguien habló con curas castrenses sobre cuál sería una forma cristiana de efectuar estas ejecuciones sin que repercutan en la conciencia de la gente y, además, tenían miedo de lo que podía decir el Papa, porque aparentemente en esos tiempos el Papa había salido a criticar a Franco. La idea era que ser tirados del avión vivos aunque dormidos era una forma humana y cristiana de llevar a cabo la ejecución. Decían que a la gente que le pasaba eso no se daba cuenta. Y, para los que estaban involucrados, no era como ser un verdugo, alguien con un hacha o fusilarlo. Obviamente tenés que estar confundido o no pensarlo muy bien para creer que eso era sano o cristiano. El vuelo de la muerte es la figura horrorosa de lo que se hizo. Y con buena razón. Me imagino que desnudar cuerpos de gente dormida, y tirarlos vivos por una puerta...
–¿Qué te contó?
–El volaba. Era piloto. Y tenía alto rango. Siempre, cuando le tocó hacer el vuelo, estaba a cargo de volar el avión. Pero es algo que a él le parecía muy extraño.
–Dijiste que para nadie debe ser natural desnudar los cuerpos en el vuelo. Eso indica que Vildoza te habló de los procedimientos, ¿Qué dijo?
–Que hacían eso. Y que empezaron a hacer eso porque inicialmente se habían encontrado en Uruguay cuerpos con ropa o cosas que permitieron identificar que venían de Argentina, por ejemplo. Que cambió el procedimiento de hacer eso. Me había dicho que iba un médico con ellos que mantenía dopada a la gente durante todo el procedimiento.
–¿Qué aviones volaba?
–Creo que en ese momento eran Electra, pero voló de todo, pero que más que nada eran Electra.
–¿Te dijo algo sobre cómo funcionaba la ESMA?
–Que tenían una independencia total. Que usaban sus autos. Robaban autos. Que tenían tipos que se especializaban en robar autos. Y después los usaban en operativos, a veces los guardaban, a veces los dejaban tirados. Y que era como una entidad que operaba... que estaba más allá de la ley. Que ellos le decían a la policía si tenían que hacer ciertos operativos, que eso pasaba a veces si pensaban que había una chance de enfrentamiento, que eso se planeaba con la policía. Que a veces se coordinaba con ellos para armar como un cordón.
–¿De los vuelos algo más?
–No. Sobre todo me contó de los enfrentamientos con granadas, tiroteos. De que se elaboraban documentos falsos.
–¿Le hicieron alguno?
–El único fue para ver una carrera de Fórmula 1. Le elaboraron una credencial para entrar a la PITs, una anécdota boluda. Muy de Argentina. Me contó que estaba mucho Massera en la ESMA. Por eso me parece que se tiene que asumir como el arquitecto de la forma de operar, pensar. La idea de combatir el fuego con fuego, aniquilar lo más eficientemente.
Jorge Raúl Vildoza fue en 1977 y 1978, con el grado de capitán de navío, jefe del Estado Mayor del Grupo de Tareas 3.3.2 de la ESMA. Los sobrevivientes lo mencionan como inmediatamente debajo del contraalmirante Rubén Jacinto Chamorro, entonces director de la ESMA. Pero el equipo de investigadores del Ministerio de Defensa que trabajó sobre los archivos de las Fuerzas Armadas lo piensan en una escala paralela, como jefe de la “unidad de combate” en la que se convirtió la ESMA a partir de 1975-1976. “Vildoza fue aviador, especializado en aviones de caza y ataque y con capacidad para pilotear Electra. Todos los marinos que pasaron por la ESMA fueron evaluados por él y en los informes no se limitaba a una declaración formal o a validar los conceptos de otros oficiales; él mismo agregaba información, lo que da cuenta de su conocimiento de todos y, lo que es más relevante, de las tareas desempeñadas por ellos. También calificaba a quienes llegaban en comisiones desde otros destinos o fuerzas. Sus apreciaciones incidían en la carrera de personal propio y ajeno a la Armada. Sin escatimar información Vildoza y Chamorro dejaron marcas que en sus días podían significar un pasaporte al ascenso y hoy en día solo conducen a la Justicia”, señala Laura Guembe, coordinadora del equipo de relevamiento documental del Ministerio de Seguridad.
Los secuestrados lo conocían como “Gastón” y bajo su mando estuvieron varios de los represores ya condenados en el juicio por delitos de lesa humanidad en la ESMA, como el capitán Jorge “El Tigre” Acosta, su jefe de Inteligencia, Adolfo Donda o Jorge Perren. El ex capitán Adolfo Scilingo, que cumple su condena en España, recordó a Vildoza como quien condujo desde la ESMA hasta Aeroparque, a los vehículos que trasladaban a un grupo de secuestrados que serían arrojados al Río de la Plata.
Varios ex detenidos declararon que el represor visitaba con frecuencia el cuarto de las embarazadas. Juan Gasparini, al dar su testimonio en el juicio sobre el plan sistemático de apropiación de bebés, aseguró que “había un militar a cargo, los jefes de las embarazadas que los llamaban, primero fue Vildoza y después fue (el prefecto fallecido Héctor) Febres”. Dijo que se encargaban de organizar los partos de las embarazadas en una pieza del 3er piso acondicionada a tal efecto y señaló “que ellos eran los encargados de llevarlas, traerlas, el momento del parto”. Gasparini dijo que vio a ambos trasladar a las mujeres luego de los partos, llevando ellos en sus brazos los niños recién nacidos. “La imagen que retiene mi memoria, son a Febres, alias ‘Selva’ y a Vildoza, vestidos de civil, llevando cada uno de ellos un niño en sus brazos”, luego aclaró que ambos vestían ropas veraniegas y que los casos no ocurrieron simultáneamente.
Miriam Lewin, Alicia Milia de Pirles y Graciela Daleo contaron que siempre iba vestido de civil y que le gustaban las armas, las motos y los coches. Ana María Martí afirmó que se angustió al enterarse que el hijo de Cecilia Viñas había sido apropiado por Vildoza. “Me daba la impresión de ser una especie de robot satánico, un tipo de una frialdad increíble, nunca se le movía un pelo, y me dio realmente mucho dolor y mucha preocupación que ese chico estuviera en los brazos de Vildoza.”
Hugo Reinaldo Penino y Cecilia Viñas Moreno de Penino eran de Mar del Plata, pero en julio de 1977 estaban en Buenos Aires. Los secuestraron el 13 de julio de 1977 en un departamento de la calle Corrientes y los llevaron a Mar del Plata, probablemente a Buzos Tácticos, pero como Cecilia estaba embarazada de siete meses la trasladaron luego a la maternidad clandestina de la ESMA.
Sara Solarz de Osatinsky, que ayudó a parir a varias mujeres secuestradas en ese centro clandestino, también afirmó que Vildoza pasaba seguido por el cuarto de las embarazadas y que lo visitó mientras estaba Cecilia Viñas.
“Cecilia Viñas era una mujer muy especial, muy bonita, muy inteligente, tal vez un poco mayor que la media de las embarazadas. Y creo que tenía muy claro qué era lo que iba a pasar con ella, sabía que estaría viva mientras tuviera su bebé en la panza y sabía que luego... no sabía lo que iba a pasar, pero lo tenía clarísimo”, declaró Milia. Osatinsky contó que pocos días después del parto Cecilia fue trasladada sin su hijo y que el bebé fue llevado por personal de la ESMA pocas horas después de ser trasladada su madre.
El caso de Cecilia es particular (todos los son) porque su familia tiene grabaciones que indican que siguió viva aún después del regreso de la democracia. Hubo llamadas desgarradoras entre octubre de 1983 a marzo de 1984 en las que pedía que busquen a su hijo y en las que los captores reclamaban plata para dejarla en libertad. Fueron ocho comunicaciones. Luego, la nada.
–¿Nunca te enojaste con Vildoza?
–Tuvimos momentos tensos. Pero él fue honesto conmigo. Entonces para mí era muy difícil enojarme. Por ahí si hubiese tenido algo que ver con el secuestro de mis padres ahí sí me hubiese costado más. Pero a ellos los habían seguido desde Mar del Plata, los de Buzos Tácticos.
–Pero Vildoza estuvo involucrado en el secuestro de muchas personas. Fue jefe de los que por ahí secuestraron a tus padres.
–El como ser humano nunca se jactó. Si se jactaba de algo era de los enfrentamientos a tiros. Una vez que le tiraron una granada y se tiró detrás de un auto. Eso es lo que le gustaba a él. Eso y la aviación. Lo demás le pareció... en el momento que lo hizo, lo hizo consciente, y eficientemente porque era la forma que le habían planteado de efectuar las órdenes que tenía, pero a la distancia creo que él le tenía mucha bronca a la Argentina. Por todo. Por lo que causó la subversión violenta. De la militarización de Montoneros, ERP, la reacción de los militares, la reacción primero política y después militar. A él le molestaba muchísimo el tema del los indultos. Le escribió una carta a Ma-ssera donde le dice que le conviene irse del país porque los indultos no van a servir para nada a largo plazo. Y tenía razón. El miró mucho como se hizo en Sudáfrica, como yo, la Comisión de la Reconciliación, donde se cometieron muchas barbaridades bajo el régimen del apartheid, no tantas como acá.
-–¿Qué pensás de que hagan los juicios acá? Más allá del caso de Grimaldos, que se hagan los juicios por las violaciones a los derechos humanos.
–Me parece que por la forma que se dieron las cosas está bien que se hagan los juicios. Creo que lo de los indultos fue una guasada. La figura del desaparecido es una guasada. Creo que si se hubiese blanqueado en ese momento la lista de los desaparecidos, quién murió, quién decidió que muriera y se hubiese juzgado civilmente o militarmente a la gente en ese momento, ésta sería una sociedad más balanceada en la forma de mirar el pasado y el futuro.
–Decís que Grimaldos no es responsable, ¿no te parece que Vildoza se tendría que haber hecho cargo entonces? ¿No debería haber muerto en la cárcel?
–Creo que se hizo cargo moralmente. No creía en la Argentina. No creía en nada.
–Es medio cómodo hacerse cargo “moralmente”.
–Así es. Y ya murió. No queda otra.
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