El trámite de ingreso al pabellón femenino 3 de la Unidad Penal de Alto Comedero, en las afueras de San Salvador, es engorroso: hay que sortear dos mesas de entradas, donde se controlan los documentos de los visitantes y se cotejan con unas tarjetas de cartulina donde constan los nombres de las personas que cada detenida ha autorizado. O donde deberían constar, porque a menudo faltan nombres que fueron consignados y el excluido debe volverse a casa. Luego es el turno de la requisa, que puede ser humillante o formal según el humor de quien la realice y la condición social y racial del requisado. A mí apenas me palparon, como se hace en los aeropuertos, pero a un pibe morocho le hicieron quitar hasta el calzoncillo. A otro de piel más clara le abrieron las humitas que traía en una bolsa de plástico. Durante quince minutos el guardia cortó con una tijera cada piolín, abrió cada una de las chalas en cruz y separó la masa de maíz, que pasará pasará en este cicatero Martín Pescador, mientras las pancas de la mazorca, como el último que quedará en el juego infantil, fueron retenidas por la autoridad. Le pregunté al guardia qué amenaza para la seguridad constituían las chalas.
–Si las secan, con estas hojas pueden hacer la yisca. ¿Usted sabe lo que es la yisca? –me preguntó sobrador.
–Claro –le contesté para ocultar mi ignorancia.
–Y si las hierven hacen la chicha –agregó el yuga.
Al trasponer la reja me recibió Milagro Sala, con un jogging y un buzo blanco, como las canas que matizan su pelo bien oscuro. Le transmití la solidaridad del CELS, que está haciendo todo lo posible para que cese su arbitraria detención. En un abrazo fuerte y lento me agradeció y me dijo al oído:
–Sí, sáquenme de aquí, por favor.
Nos sentamos con ella y su familia a una larga mesa con dos bancos bajo unos árboles en el amplio parque de pasto ralo de la cárcel. Al rato comenzó a llover y entramos mesa y bancos a un comedor que las reclusas mantienen bien limpio. Cuando conté la imagen vejatoria que había visto en la requisa, que el visitante soportó rescatando con sus dedos la masa que quedaba adherida a las pancas para comerla ahí mismo, me explicaron que la yisca es la ceniza que se mastica junto a la hoja de coca y acelera su efecto.
También pregunté por la tela negra que obstruye la visión de la ruta que lleva al barrio de la Túpac, a pocos minutos del penal. El 20 de febrero, Milagro cumplió 52 años. Muchos tupaqueros quisieron saludarla, pero los horarios de visita son restringidos: sólo miércoles, sábados y domingos, de 14 a 18. Milagro es la jefa de una familia numerosa, con hermanos, hijos, nietos, que no quieren perderse un minuto de su compañía. Mientras ella habla, su nuera le acaricia el pelo, la besa, su hijo da cuenta en forma sistemática de una pizza y sus dos nietos con equipo deportivo de River Plate retozan en el parque. Además no se admiten más de doce visitas simultáneas por detenida. La larga cola de los que aguardan para entrar sólo avanza con cuentagotas a medida que se retiran algunos de los que pasaron antes. De modo que para festejarle el cumpleaños, un grupo de tupaqueros trajo un mariachi a la ruta. Desde el otro lado del alambre le dieron una serenata. Para impedir tan grave afectación a la disciplina el gobierno del contador Morales ordenó colocar la tela negra que me había intrigado.
Cuando le pregunté por los dos emisarios del presidente Maurizio Macrì que le plantearon que pidiera la prisión domiciliaria, Milagro fue categórica:
–No voy a someterme a esa extorsión. La prisión domiciliaria es para los genocidas. Yo no he cometido ningún delito y sólo acepto la libertad.
“Nos están desmembrando, como a Tupac Amaru”, dice con pesadumbre Raúl Noro. Este hombre blanco, canoso, de hablar pausado, conoció a Milagro Sala cuando el diario La Nación de Buenos Aires, del que era corresponsal, lo destinó a cubrir las tremendas movilizaciones sociales de hace dos décadas. Pese a todas las diferencias se enamoraron y se casaron, primero por el rito andino, lo cual escandalizó a la buena sociedad jujeña, y luego también ante la ley argentina. “Extraño a mi Flaquita”, dice con expresión devastada, mientras muestra la casa que comparten en el centro de San Salvador, una típica edificación de clase media, amplia, sólida y sin lujos, que un periodista dado a la hipérbole y el oficialismo, se animó a comparar con el Palacio de Buckingham.
En cada cuarto hay retratos de Eva Perón, del Che Guevara y de José Gabriel Condorcanqui, descuartizado en represalia por la gran rebelión indígena del siglo XVIII contra el colonialismo español. Los mismos tres rostros están impresos sobre los tanques de agua de las 4500 viviendas construidas por la organización en el barrio Alto Comedero, en las afueras de San Salvador, a cuya entrada un cartel lo describe como “El Cantri de la Tupac Amaru”. Sea en serio o en broma, estas cosas alimentan la exasperación de las clases altas y el sistema político por el crecimiento de formas de organización popular que acaban con el clientelismo y la marginalidad.
En cuanto se ingresa en ese lote de 150 hectáreas, de tierra arcillosa e inundable, que los cooperativistas sanearon para levantar allí un barrio único en el país, se perciben los efectos de la división propiciada por el gobierno: está cerrada la fábrica de bloques y adoquines, que fue fundamental para el crecimiento de la organización, y un grupo de hombres apostados junto a un par de camionetas controla cada movimiento, con actitud desafiante, porque están entre aquellos que el contador Morales consiguió quebrar, con la combinación de promesas y amenazas que caracteriza su gestión. Más allá, algunos lotes vacíos han sido intrusados por familias que se instalaron en carpas precarias, de las que nadie los corre porque ésa es la provocación que el gobierno ha montado para justificar mayor represión. Al revés, son funcionarios oficiales los que asaltan las viviendas de los cooperativistas. El Instituto de Vivienda y Urbanismo está en manos de Walter Morales, un hermano del gobernador, que las asigna a gente de su confianza. Los títulos de propiedad no los entrega la cooperativa constructora, sino el IVUJ y el municipio. Al volver de la huelga de hambre cuando detuvieron a Milagro, el tupaquero José Gómez encontró su casa ocupada. Cuando reclamó que se la devolvieran, le dispararon una bala de goma al estómago con una escopeta recortada de uso oficial. Quien la accionó era un miembro de la policía de Morales. Gómez quedó tendido en el suelo. El policía lo dio vuelta y le revisó los bolsillos, “a ver si tenía armas”.
–No, la tenés vos al arma –le respondió Gómez antes de desvanecerse.
Fueron precisas dos operaciones para que pudiera contarlo.
A sus abrumados 72 años. Noro sólo se enciende cuando describe un día en la vida de su compañera, que comienza muy temprano en la mañana y se extiende hasta más allá de la medianoche, a un ritmo tan extenuante que sus colaboradores deben turnarse para seguirla. Noro come y duerme poco, y sus pantalones caídos acusan los cinco kilos que perdió desde que se la llevaron. Lamenta que su energía no le baste para suplir la ausencia de la Negra, como también la llama. A todos les pasa lo mismo. El gobierno lo sabe y por eso la primera tarea que se propuso al asumir la gobernación el 10 de diciembre fue descabezar a esa organización gigantesca que llegó a ser el tercer empleador provincial, después del Estado jujeño y del ingenio Ledesma. Esos son los tres protagonistas de esa historia, y ésa la clave de lo que se discute. Con el bipartidismo peronista-radical, Carlos Pedro Blaquier y el ingenio fueron el poder real en la provincia, que controló el Estado a través de gobernantes que antes fueron sus empleados, hasta que la Túpac Amaru expresó el descontento popular con el sistema político y logró organizarlo como no se ha dado en ningún otro lugar del país. En todos sus sitios hay carteles con frases de los tres númenes de la organización. “Campesino, el patrón no comerá más de tu pobreza”, proclama Tupac Amaru. “Endurecerse sin perder la ternura” es la consigna del Che. El repertorio de Evita es más diverso. Milagro me dijo que de noche aprovecha un rayo de luz que viene de afuera de la pieza que comparte con otras cuatro reclusas para leer.
Le pregunté qué leía. Desde que está detenida leyó tres veces “La razón de mi vida”, escrito por otra plebeya amada y odiada por igual.
También quise saber por qué el Perro Santillán la acusaba de promover la narcopolítica y la venta de drogas.
–Porque ésa es la línea de Morales. ¿Quién ha hecho más que nosotros para rescatar a los chicos de la marginalidad y la droga? –se enfurece.
–Pero ¿por qué el Perro?
–Hay que preguntarle a sus compañeros que lo echaron del PCR. Siempre hace lo mismo.
Cuando Blaquier tuvo que ejercer su defensa en la causa en la que fue procesado por el Apagón de Ledesma, que la Tupac recuerda cada año con una interminable manifestación, los muy organizados militantes de la Túpac se apostaron a cien metros del trayecto que debía recorrer para llegar al juzgado. Cuando llegó, dos miembros de la organización del Perro Santillán golpearon y sacudieron el auto del patrón.
–Son unos provocadores –dice Milagro.
Me cuenta que pese a ello Ledesma acusó a la Túpac y los medios lo reprodujeron como verdad revelada.
–Me he reunido con uno de sus gerentes y le he dicho que saben mejor que nadie que no hemos sido nosotros.
–Sí, pero ustedes tienen peso y nos dan visibilidad –le respondió.
Milagro deja constancia del efecto que tuvo aquel episodio en el juzgado:
–Blaquier se mandó a mudar, no volvió nunca más y consiguió que le tomaran declaración por videoconferencia en el Consejo de la Magistratura.
En el aeropuerto de San Salvador, un hombre grande, en ropa deportiva de muy buena calidad, se despegó por un instante de los hijos y nietos que celebraban su regreso para decirme:
–Vengo de México y cada persona que vi me preguntó por lo que le están haciendo a la Milagro. Usted verá la historia que le han inventado. Yo no me beneficié en nada y como puede ver soy de otro sector social –sobreabundó–, pero lo que ha hecho esta gente es extraordinario.
En el trayecto desde el aeropuerto a la ciudad le conté el diálogo a Raúl Noro.
–Uno por lo menos –comentó.
Su escepticismo sobre las posiciones de la clase media jujeña se nutre de los recuerdos de infancia, cuando en su propia familia se repetía como una lección de vida:
–Al negro y al mulo, palos por el culo.
Miguel Pereira es el interventor designado por el actual gobierno en Radio y Televisión Argentina. Es difícil imaginar que hoy le permitieran emitir el documental sobre la Túpac y su creadora que filmó en 2007. Chica de la calle, Milagro Sala comenzó su militancia la primera vez que estuvo en la cárcel, por una refriega con la policía. Allí organizó una huelga de hambre cuyo resultado fue que se permitiera cocinar a las presas, con mejor alimentación a igual costo. Al salir obtuvo un empleo municipal y participó en las masivas movilizaciones de ATE. Luego de cada acto, que comenzaba con gases y balas de goma policiales y terminaba con un cambio de gobernador, un grupo de chiquilines la acompañaba de regreso a su casa, ninguno con menos de seis hermanos, hijos de familias en situación precaria, en una de las provincias más pobres, carcomida por las enfermedades y el clientelismo. Todos cuentan que alternaban changas con choreos y consumían sustancias poco recomendables.
“Tenían restos de pegamento en la naricita”, dice Milagro. En forma gradual se fueron quedando con ella, que llegó a albergar a treinta en su casa. Los sorprendió con la propuesta de organizar en cada barrio un merendero (ellos le llaman con modestia una copa de leche) para los chiquitos más necesitados. Ése fue el rudimento de su organización, que creció en forma incesante. Al estallar la crisis de fin de siglo administraron con criterio social bolsones de comida y planes de ayuda monetaria, lo cual les permitió organizarse mejor e incluir a más personas. A partir de 2003, cuando Néstor Kirchner llegó a la presidencia con una política de incorporación de los movimientos sociales, recibieron planes para la construcción de viviendas de 54 m2, con dos habitaciones, cocina-comedor, baño y lavadero. Cada casa da empleo a cuatro personas, contra un puesto y medio cuando son construidas por empresas comerciales, y a un costo muy inferior. Aún así, con el excedente obtenido, todos los barrios tienen pileta de natación, cibercafé, telecabinas, minimercado y polideportivo con canchas de fútbol, básquet, hockey, rugby. También construyeron dos escuelas. Una fue bautizada Olga Arédez y la otra Germán Abdala, donde los trabajadores terminan sus estudios primarios o secundarios y obtienen títulos legales reconocidos por la provincia. Además del programa de estudios se dictan tres materias obligatorias: “Autoestima”, “Historia y cultura de Jujuy y de los pueblos originarios” y “Lucha del movimiento obrero”. Entre ambos colegios tienen 150 profesores, cuyos sueldos paga la organización. Allí asisten jóvenes y adultos, de 17 años en adelante. En una provincia con paternidad precoz, muchos jóvenes van con sus hijos. “No competimos con el Estado, nos metemos allí donde el Estado falló, como las villas”, dicen. Tiene biblioteca, laboratorio y sala de cómputo. Los fines de semana, los profesores realizan trabajo voluntario en los barrios más humildes de Jujuy cuenta Juan Manuel Esquivel, un profesor de filosofía responsable del sistema educativo tupaquero. Recién cuando fue candidato a diputado provincial los compañeros aprendieron el nombre de quien siguen llamando El Dire. Durante todos esos años las principales decisiones de la organización se adoptaron en asamblea semanal, de 900 delegados. La organización tiene unas 400 unidades barriales en Jujuy y está implantada en diecisiete provincias. Su estricta disciplina ha dado pie a las versiones sobre actitudes dictatoriales de Sala, que prohibió el consumo de alcohol y estupefacientes y dispuso que todos los trabajadores estudiaran, como forma de rescatarlos de la marginalidad. Con fondos del ministerio de Desarrollo Social se establecieron seis fábricas, que ya no dependen del Estado, y que emplearon a 600 ex desocupados. Varias produjeron los materiales para la construcción de viviendas pero también hay una textil, donde se cosen guardapolvos, jeans, etc. Todas ellas venden su producción al público. En dos centros de salud, atienden 42 médicos, farmacéuticos, bioquímicos, y enfermeros y funcionan una farmacia y un laboratorio. Adquirieron un tomógrafo y un mamógrafo y dos ambulancias de alta complejidad. La atención y los remedios son gratuitos. También construyeron el primer Centro de Rehabilitación para personas con enfermedades invalidantes o capacidades diferentes.
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