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El país|Domingo, 24 de septiembre de 2006
REPORTAJE UN MES ANTES DE SU MUERTE

Gorriarán Merlo cuenta su versión

En una larga charla realizada el 16 de agosto con un periodista marplatense, el dirigente del ERP y del MTP contó su vida política, desde la campaña por Frondizi y las luchas por “laica o libre”, hasta el copamiento de La Tablada. Cómo planeó el atentado contra Somoza. La fuga de Rawson. El debate sobre el foquismo y la coordinación con Montoneros.

Por Juan Carrá
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Enrique Haroldo Gorriarán Merlo vive en un amplio departamento en un edificio antiguo y muy bien cuidado. Su estudio atiborrado de libros tiene una mesa con una computadora y muchos papeles. A los 64 años, cuenta su carrera política en sus términos.

–¿Cómo empezó su vida política?

–La primera actividad política que hice, sin tener un grado de conciencia sino más que nada por cuestiones familiares, fue cuando tenía 16 años, al apoyar la candidatura de Frondizi en 1958. La segunda fue contra Frondizi el mismo año, cuando mandó al Congreso un proyecto para reglamentar la enseñanza libre. La enseñanza libre consistía en que las universidades privadas podían otorgar títulos habilitantes, entonces nosotros que estábamos con la enseñanza laica tomamos varios colegios, hubo meses de huelgas y conflictos que terminaron con una solución intermedia, a partir de una propuesta de un diputado radical. Para nosotros en el momento lo tomamos como una victoria, sin embargo, visto a la distancia, esto es lo que empezó la privatización de la enseñanza, porque se promulgó una ley que permitía que las universidades privadas otorgaran títulos habilitantes siempre y cuando lo aprobaran las universidades de Estado. A partir de este conflicto me tuve que cambiar de escuela, a una de Pergamino, y ahí conocía Luis Pujals, que ya era militante revolucionario, de izquierda, y fue el primero que empezó a hablar conmigo de un proyecto revolucionario, del socialismo. Al año siguiente terminamos la secundaria en lugares diferentes pero volvimos a encontrarnos en Rosario. El estudiaba Derecho y yo Ciencias Económicas, y al año siguiente volvimos a coincidir en el servicio militar. Ahí justo se produjo el enfrentamiento entre Azules y Colorados, del que participamos sin saber para qué era. Cuando salimos de ahí, yo ya lo acompañaba, él estaba en una organización que se llamaba Palabra Obrera pero estaba con divergencias con la cuestión del trotskismo y participamos en la campaña electoral de 1962 en la provincia de Buenos Aires, apoyando la candidatura de Andrés Framini, candidato peronista. Bueno, ganó y se anularon las elecciones. Después viene el golpe contra Frondizi, el reemplazo por Guido y después el gobierno de Illia. Esas elecciones de 1963 fueron las primeras en que yo voté y también las últimas hasta el año pasado. Más de cuarenta años hasta que voté por segunda vez. Asume Illia y empieza toda esa conspiración que termina en el golpe de Onganía. Yo, ya en el ’65 estaba incorporado al Partido Revolucionario de los Trabajadores.

–¿Cómo recordás los primeros pasos del PRT?

–Yo me incorporo cercano al sector de Roby (Mario Roberto Santucho), que venía del Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP), el otro afluente en la formación del PRT. En la fusión con Palabra Obrera se buscaba, desde la óptica nuestra, fundamentalmente de Roby, no una adhesión al trotskismo, sino extender la organización a nivel nacional y llegar a los sectores del movimiento obrero industrial. El PRT se funda el 25 de mayo de 1965 y su primer acto político es ir a las legislativas en Tucumán en alianza con el peronismo que encabezaba un tal Riera, un sector disidente. Esas elecciones fueron en marzo, unos meses antes de la fundación del PRT, pero ya era el PRT, nada más que todavía no tenía el nombre. Esas elecciones se ganaron, tuvimos dos diputados nacionales y un senador provincial, del lado nuestro. Ahí impusimos un método novedoso, y que creo que no se ha vuelto a repetir en la política argentina, que fue la elección de los candidatos por las bases y eso lo aplicamos fundamentalmente en los ingenios, donde las asambleas populares elegían los candidatos que nosotros llevábamos a la alianza que habíamos formado. Uno de los diputados era Benito Romano, del peronismo revolucionario, que siempre trabajaba con nosotros. El otro fue Simón Campos, secretario general del ingenio Santa Rosa, miembro de la dirección del PRT. El senador provincial era Leandro Fote, del ingenio San José, también del PRT.

–En 1966 se produce el golpe de Onganía. ¿Cómo lo viven en el partido?

–Lo primero que hacen es proscribir los partidos políticos, cerrar el Congreso, intervenir los sindicatos. Empezamos a promover movilizaciones con el objetivo de recuperar las libertades perdidas, sin plantear todavía la lucha armada, a pesar de que en América latina ya se discutía mucho este tema. La respuesta de la dictadura fue la represión arbitraria, la persecución indiscriminada y la muerte. Cayó primero Santiago Pampillón en Córdoba. Así hasta el ’69, hasta la muerte del estudiante Cabral, ahí se hacen marchas de repudio en todos lados. En estas marchas en Rosario matan a otros estudiantes. Ahí se viene el Cordobazo, los Rosariazos; comienzan las desapariciones con Alejandro Baldú en marzo del ‘70. Recién en junio de ese año se funda el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

–Usted estaba en Rosario, donde ya venían funcionando comandos.

–En enero de 1969 habíamos hecho una acción para recaudar fondos en el Banco de Escobar, la dirigió Roby, estaban Batalles y Negrín. En septiembre hacemos una acción en Rosario que recuperamos dos fusiles FAL y unas pistolas 45 que se las sacamos a los gendarmes. Estas fueron las primeras armas de guerra que tuvimos. Después, ya formado el ERP, se hacen las acciones explicando y firmando, también en Rosario.

–¿Qué los lleva a tomar el camino de la lucha armada?

–Nos decidimos abiertamente por la lucha armada cuando vimos que no había ninguna otra posibilidad de enfrentar a la dictadura, que tenía una particularidad respecto de las anteriores: se planteaba dentro del concepto de la Doctrina de Seguridad Nacional, impulsada por los Estados Unidos, sin “plazos sino objetivos”, pensando en veinte años. Este panorama ayudó a que surgieran diferentes organizaciones armadas.

–¿Tenían algún tipo de preparación militar? Se dice en varios libros que Santucho había tenido entrenamiento en Cuba.

–Roby viaja a Cuba en 1961. Mientras está ahí sucede lo de Girón y la declaración por parte de la revolución de su rumbo al socialismo. Este viaje lo define tajantemente por el socialismo. Ahí se dice que él hizo entrenamiento, pero eso no es así. Recién a fin de julio, principios de agosto del ’71, viajamos él y yo a Cuba y establecemos relaciones formales con el Partido Comunista de Cuba y con Cuba. En ese viaje arreglamos por primera vez para unos treinta y pico de compañeros que fueran a entrenar por algunos meses en táctica guerrillera, urbana, rural. Hasta ahí no teníamos demasiado entrenamiento, era todo imaginación.

–¿Y desde el punto de vista teórico?

–En esa época había diferentes modelos, estaba lo que se llamaba el foquismo cuyo teórico era Regis Debray, a partir de una tergiversación de la experiencia cubana. Nosotros no compartíamos esa teoría. Después está la guerra popular y prolongada que había descripto Mao. Había teorías insurreccionales. Nosotros intentamos, siempre influidos de alguna manera por las teorías predominantes de la época –al no tener experiencia uno se guiaba por lo que leía o podía conocer–, tratamos de elaborar una doctrina propia para el enfrentamiento militar a la dictadura, que constaba en la combinación de la lucha en el campo y la ciudad. Lo que pensábamos era que en la ciudad había que organizarse en estructuras pequeñas precisamente porque el enemigo ahí tenía más posibilidades de represión. Y pensábamos que, si bien socialmente en la Argentina la mayoría de la población se concentra en las ciudades, el campo albergaba una población favorable, más en Tucumán, donde paralelo a la montaña existían la mayoría de los ingenios de la provincia, donde había una tradición de lucha. Estos lugares ofrecían condiciones para formar grandes unidades militares, poder dar combate de igual a igual con el ejército enemigo. Los Montoneros, por ejemplo, a partir de la predominancia de la ciudad, de la composición urbana de la población y del movimiento obrero industrial, cosas que nosotros también considerábamos mucho también, pensaban que la guerrilla debía darse sólo en las ciudades. Esta posición de Montoneros se modificó a finales del ’75 y tres compañeros de ellos hicieron una experiencia con nosotros en Tucumán y después intentaron la instalación de una unidad guerrillera en el monte. Pero son sorprendidos antes de entrar y es donde, en una zona cerca de El Cadillal, al norte de la ciudad, muere el hijo del general Alsogaray, en febrero del ’76. Esto se da en el marco de retomar las relaciones de unidad que pretendíamos que terminaran en la creación de la Organización para la Liberación de Argentina (OLA)

–¿Cómo fue la fuga del penal de Rawson?

–Llego a Rawson con Humberto Toschi, Alejandro Ulla y Roby en abril del ’72, después de haber elaborado un plan de fuga en Devoto que se frustró porque nos trasladaron. En esa época, como no había una instancia legal, como ahora, que estuve preso por La Tablada, lo primero que planificábamos era la fuga. En lo de La Tablada apostamos a una defensa jurídica para lograr un pronunciamiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y a partir de ahí presionar por la libertad. Cuando llegamos a Rawson había un plan para seis compañeros basado en el apoyo de un guardiacárcel de apellido Fazio, de quien el “Gringo” Domingo Mena se había hecho amigo. Era para hacer un túnel que cruzara el muro, de ahí tomar un auto para ir hasta Bahía Blanca aprovechando el tiempo que va entre el último recuento de la noche y el primero de la mañana, lo que daba unas nueve o diez horas. Comenzamos analizar la situación vimos que Fazio podía entrar armamento, que es lo que hizo, y un uniforme militar. Eso nos permitía copar el penal desde adentro hacia afuera, que era fundamental porque el ejército tenía todo el sistema de seguridad previendo una incursión desde afuera y no desde adentro. Esto requería un apoyo externo muy limitado, tres vehículos para trasladarnos del penal al aeropuerto y ocupar el avión para lo cual iban a estar dos compañeros en el aeropuerto y otros dos en el avión que venía de Comodoro Rivadavia. Ahí se habló con las FAR y con Montoneros, todavía no estaban unidos, de las FAR estaban los dos máximos dirigentes: Roberto Quieto y Marcos Osatinsky, y Fernando Vaca Narvaja por Montoneros. Montoneros no apoyó el plan de fuga pero permitieron que participaran los que estaban adentro. O sea que el apoyo externo estaba a cargo de las FAR y del ERP. El responsable externo fue Jorge Marcos, del ERP. A este compañero se suman dos más del ERP que venían en el avión, Ana Weis de las FAR, que estaba con Jorge en el aeropuerto, y tres compañeros también de las FAR que son los que estaban encargados de los vehículos. Esta es la parte que falla del plan: cuando tomamos el penal se produce un pequeño enfrentamiento armado, entonces uno solo de los compañeros de los vehículos, Carlos Goldemberg, ingresa con el auto con el que nos íbamos nosotros a ver cómo podía ayudar. Mientras que los otros dos se retiraron, creyendo que se había abortado la operación.

–En la película Trelew el responsable de los vehículos dice que ve la señal de que la operación estaba abortada.

–Eso es falso. Había una sola señal, para entrar. Lo que pasa es que ellos tenían la concepción de que la operación podía fallar, así que cuando escucharon los disparos es como que se les confirmó la suposición.

Entonces se retiran y se van. Cuando los encuentra Jorge Marcos en el aeropuerto, Jorge les dice que fue un error y vuelve con ellos al penal. Peor: ya estaba todo rodeado. Después se da lo más conocido, llegamos nosotros al aeropuerto y el avión ya estaba carreteando. Vaca Narvaja y yo fuimos a la torre y les dijimos que éramos del ejército y que pararan el avión porque había una denuncia de atentado. Cuando los compañeros arriba del avión se enteran de que supuestamente el ejército lo había frenado lo ocupan. Nosotros vamos para la pista, copamos el avión, vamos para la cabecera de la pista y cuando nos enteramos que la represión estaba al tanto de todo decidimos salir para Chile. Ahí el gobierno de Chile nos dio las garantías de no devolvernos a Argentina, pero nos pedían los tiempos políticos para que la cosa no generara un resquebrajamiento brutal de las relaciones entre Chile y Argentina. Es lo que hizo Allende y cumplió estrictamente.

–¿El los recibió personalmente?

–No, a Allende nunca lo vimos, eso que se dice que se reunió con Roby es mentira y mucho menos que le regaló un arma. Allende te podía regalar un libro pero nunca un arma, era pacifista y murió creyendo en eso. Lo digo respetuosamente porque él creía en esa forma de actuar. El que hacía los contactos entre él y nosotros era Juan Bustos, secretario general del Partido Socialista de la zona centro, que ahora es diputado.

–Saltando un poco en el tiempo, ¿por qué siguen adelante con la acción de Monte Chingolo si, se supone, estaba cantada?

–Fue un error. No sabíamos que estábamos infiltrados, sino que había indicios de eso. Ahora eso se hizo público en seguida, y el que se hizo responsable fue Roby, que fue quien tomo la decisión. Eso sucede inmediatamente después, cuando se hace el balance de la acción, que fue dramático. La muerte de muchos compañeros. Algunos mueren arrojando granadas que, como el infiltrado estaba en la parte de logística, las había fabricado sin el retardo.

–¿Y cuál es la decisión política que hay detrás de La Tablada?

–Creíamos que no iba a haber repetición de intentos de golpes militares en esa época, fundamentalmente por el efecto psicológico que había provocado sobre las Fuerzas Armadas la derrota de Malvinas y porque calculábamos que la brutal represión que habían hecho sobre el pueblo los años anteriores iba a crear un repudio cada vez más grande, y no hay golpe que se pueda dar sin apoyo de los civiles. Entonces nos sorprendió Semana Santa en abril del ‘87, y lógicamente nos opusimos a la actitud del gobierno. La bandera que se ve en la plaza ese día que dice “Entre todos paramos el golpe”, era del Movimiento Todos por la Patria (MTP). Nos opusimos a la política de Alfonsín, la considerábamos una política equivocada, pero una política. Alfonsín consideraba que iba a evitar el golpe haciendo concesiones a los militares. Nosotros lo que considerábamos era que eso iba a generar nuevas sublevaciones, cosa que ocurrió. Pero creíamos que según cómo evolucionaba la situación con el tiempo se podría revertir. Lo que políticamente nos alertó mucho fue cuando nos enteramos de las reuniones del menemismo con Seineldín. Eso lo averigüé por un informe de un agente de la Guardia Nacional panameña, que había estado conmigo en Nicaragua en la guerra contra Somoza. Corroboramos esa información, se la pasamos al gobierno. Ellos estaban seguros que podía ser, pero no sabían qué hacer, estaban impotentes. Y corroboramos las relaciones del menemismo con ese sector del ejército. Con todos los dirigentes menemistas con los que hablamos, lo que nos decían, más precisamente lo que nos dijo Jorge Busti, el actual gobernador de Entre Ríos, era que entre un ejército liberal y uno nacional preferían el nacional, con lo que nos daba a entender que apoyaban a Seineldín. Cuando nos enteramos de la primera reunión directa entre Menem y Seineldín, que se hizo en las primeras semanas de enero del ’89, hicimos la denuncia pública primero y la judicial después, presentamos dos testigos que tenían vínculos con los golpistas. A pesar de eso seguían con el plan y es por eso que decidimos tomar La Tablada. La causa política es que la alianza entre Menem y Seineldín tendía a repetir la sociedad cívico militar que fue el sustento de todos los golpes del ’30 en adelante y todos teníamos familiares, compañeros o amigos desaparecidos y los más grandes habíamos vivido en carne propia la persecución, la tortura, la prisión. No queríamos que de ninguna manera se volviera a repetir.

–¿Llegan a tener alguna reunión con Alfonsín?

–Todas las reuniones son con Nosiglia y con Gil Lavedra, ministro del Interior, con Alfonsín no. Le hicimos llegar a través de Nosiglia una grabación donde Seineldín explicaba el plan del golpe. Como no respondió, hicimos pública esa grabación, salió en muchas radios. Empezaron a decir que no era la voz, que podía ser un imitador.

–¿Cuál es el saldo de La Tablada?

–Hubo 43 muertos, 32 compañeros nuestros y 11 militares. De éstos, eran 5 militares, 2 oficiales de policía y 4 soldados. De los soldados tres cayeron por balas militares. Los otros son bajas hechas por nosotros, no con la intención de matar a los soldados sino por la ubicación en el combate. De los compañeros nuestros 13 fueron fusilados después de detenidos, 10 producto de las bombas de fósforo, o la quema de cuerpos que estaban muertos, cinco de ellos están todavía sin reconocer por este tema. A Pancho Provenzano lo reconoció su hermano por una operación que tenía de columna, no había quedado casi nada. Y tenemos todavía tres desaparecidos. Otros estuvieron presos 14 años, yo ocho y nueve Ana María Sívori.

–¿Cómo fue el atentado contra el dictador nicaragüense Anastasio Somoza?

–Esa, a diferencia de lo que se dice, no fue una acción por venganza, fue una emboscada al jefe de la contrarrevolución. El se escapa a los Estados Unidos, posterior al triunfo de la revolución sandinista, estaba Jimmy Carter como presidente, que fue una especie de pausa en la Doctrina de Seguridad Nacional, por lo tanto no recibió apoyo. Por eso Somoza se va a Paraguay, por el apoyo que le da Stroessner y los vínculos del paraguayo con la dictadura argentina. Desde ahí buscó el apoyo a través de un grupo de asesores, previo acuerdo con la dictadura que en ese momento gobernaba en Honduras, para que se establecieran ahí. La Argentina le dio ese apoyo y ahí se quedaron. Digamos que cuando actuamos contra Somoza ya estaba el grupo de asesores argentinos en Honduras, encabezado por el mayor Silveira, hoy acusado de la desaparición de 164 persona en Honduras. Anda por acá en la calle. Así se estaba conformando la contrarrevolución y ya hacían las primeras acciones para recuperar el poder en Nicaragua. A partir de eso surgió la idea de atentar contra él, lo único que sabíamos era que estaba en Paraguay. Fuimos unos cuarenta días, para poder ubicarlo la primera vez. Después, ya de acuerdo a los movimientos que íbamos observando, fuimos buscando las distintas formas posibles de actuar, hasta que nos dimos cuenta que mantenía movimientos muy irregulares. Por esto decidimos ubicarnos en un punto fijo en un paso obligado, sin llamar la atención, a la espera de que se den las condiciones para actuar.

–¿En el equipo estaba Hugo Irurzún?

–Claro, es el que maneja la bazuka. Eramos tres los que actuábamos directamente contra Somoza. Dos compañeros y yo. Mi tarea era contener a la guardia que venía en un auto detrás. Irurzún tenía que dispararle un cohete al auto y el tercer compañero servía de apoyo y cortaba el tráfico. Como se trabó el cohete, yo me encontré con Somoza a menos de tres metros, el auto estaba frente a mí. Entonces, desde la vereda disparé contra él. Para esto, los guardias que yo tenía que controlar, se parapetaron detrás de una casa y empezaron a disparar. Entonces el compañero que estaba cortando la calle dispara sobre ellos y tienen que esconderse. Eso me permite meterme adentro de la camioneta, cubrirme y cambiar el cargador. Lo mismo hace Irurzún, con el segundo cohete cargado. Lo tira y ahí culmina la acción.

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