“La naturaleza frentista” y la definición de candidaturas mediante “procesos poco articulados” son constantes en la historia del peronismo. A partir de esas características que define como constitutivas, más los fragmentos irradiados por la crisis de los partidos, hallando más persistencias que rupturas, Miguel De Luca, profesor y secretario académico de la carrera de Ciencia Política (UBA), analiza en esta entrevista con Página/12 la fisonomía que exhibe el peronismo –y en contraste el radicalismo– en el tránsito hacia las elecciones nacionales. También explica por qué cree que la aparente disolución del bipartidismo en Argentina no va hacia un modelo de confrontación entre el centroizquierda y el centroderecha (ver aparte).
–¿Qué hay de nuevo y qué de continuidad en la actual división del PJ –entre kirchneristas, antiK, lavagnistas– y la construcción de acuerdos con sectores radicales y otros espacios políticos?
–En general, se piensa a los partidos como organizaciones con alto nivel de institucionalización formal, con autoridades, convenciones y procedimientos claros. Esto es así para muchos partidos europeos, norteamericanos, y algunos argentinos, como el radicalismo. El peronismo es un partido, pero no tiene nada de esto, y eso no lo descalifica, lo hace diferente. El PJ tiene un bajo grado de institucionalización formal, con un conjunto de reglas no escritas que habitualmente se cumplen. Entonces, esto de que el PJ esté acéfalo, que su consejo superior no exista, que el Presidente y los líderes nacionales se ocupen poco y nada del partido, se vincula con la naturaleza de una organización desorganizada. Como decía Perón, lo importante es el movimiento, el partido lo armamos para las elecciones. Esa es la naturaleza constitutiva del peronismo.
–¿Cómo entra en ese cuadro la definición cerrada de una fórmula como la del kirchnerismo?
–Al haber pocas reglas de juego formales dentro del partido, es común que el peronismo no tenga un mecanismo único de resolución de candidaturas y que surjan de procesos poco articulados. Por eso, en momentos de conflicto, tenemos más de una lista que se reclama peronista: típico ejemplo, la elección de 2003, con tres candidatos que no podían ser desconocidos como peronistas. Antes, el conflicto entre ortodoxos y renovadores en 1983, Herminio Iglesias contra Cafiero. La naturaleza del peronismo hace que sea posible resolver esos conflictos apelando directamente al electorado. En muchas provincias, esto se trasladó a reglas electorales, como la ley de lemas. Ahora está la candidatura de Cristina Kirchner por un lado y, por otro lado, el peronismo antiK buscando otro candidato. Todo esto es una constante en la historia del peronismo, mientras que sería impensable en otros partidos, como el radicalismo, donde las elecciones internas son la vida central del partido.
–¿También es constitutiva la búsqueda de coaliciones?
–El peronismo siempre tuvo como aspiración ser el representante de todos los argentinos. Por eso, la interna tiene poco sentido: que eso lo resuelva la elección general. Buscar aliados o socios forma parte de las estrategias para ganar. Otra característica del peronismo es que los conflictos internos aparecen cuando cruje la disputa por el liderazgo. Una vez que esto se resuelve, todos se encolumnan detrás del ganador: los que habían sido cafieristas pasaron a ser menemistas, luego duhaldistas y luego kirchneristas, y el día de mañana tendrán el rótulo de quien se imponga en la elección. Es la tradición de sumarse al carro del vencedor. En otros partidos más institucionalizados, hay corrientes internas que persisten en el tiempo. En el PJ eso no sucede, hay una alta capacidad pragmática para alinearse en torno de quien gobierna. Esto es lo que hace que el peronismo tenga una capacidad mucho mayor que otros partidos para adaptarse a situaciones críticas y garantizar la gobernabilidad. Por ejemplo, en cualquier otro país, un viraje como el de Menem en los ‘90 hubiera provocado o bien la ruptura del partido o bien un conflicto insoluble entre el presidente y su partido; pero eso no ocurrió, hubo un reacomodamiento y la mayoría se encolumnó, porque Menem demostró que podía seguir ganando elecciones. En otros países, virajes similares terminaron muy mal: típico caso, Carlos Andrés Pérez en Venezuela. El peronismo no es programático, sino más bien pragmático, al menos en este aspecto.
–¿Cómo se interpreta la no apelación del kirchnerismo a la liturgia y la iconografía del PJ, la tradición que ahora pretende recuperar el espacio antiK conformado en Potrero de los Funes?
–Tiene más que ver con una cuestión de experiencia generacional. Una cosa era apelar a los símbolos peronistas en los ’70 y en los ’80, cuando el PJ tenía dos o tres décadas de historia, y otra cosa es cuando el partido ya pasa el medio siglo de vida. Hoy, nombrar a Perón y a Eva, o a Yrigoyen y Balbín en el caso de los radicales, tiene un rédito político mucho menor que hace algunas décadas, son figuras que forman parte de la arqueología política sobre las cuales la mayoría del electorado no tiene experiencia directa. Además, en la experiencia política de Kirchner, Néstor o Cristina, probablemente haya una visión crítica del rol de Perón dentro del movimiento. En cambio, Duhalde, Menem, Rodríguez Saá, son de una generación más vieja. Es un cambio natural. Otra continuidad importante dentro del peronismo es el bajo apego a los procedimientos formales de gobierno. Se le reclama al peronismo que el Congreso es mero apéndice del Ejecutivo, que no respeta las instituciones republicanas, y esto también está en la naturaleza constitutiva del partido. Se lo tilda de autoritario y ahí hay que hacer una aclaración: el peronismo es democrático, porque se basa en el gobierno de la mayoría. Si en algún lado muestra déficit es en el respeto a los procedimientos establecidos sobre cómo se debe gobernar: el peronismo no encaja dentro de una matriz republicana, piensa su legitimación más por resultados que por procedimientos. Eso está incorporado en su dirigencia. Un radical o un representante de la derecha liberal piensa primero en los procedimientos, en guardar las formas. Entonces, el discurso de la república aparece hoy en el radicalismo o en personajes que se han ido de la UCR, como Lilita Carrió o López Murphy. En el caso de Macri, este componente no está tan presente, pero también el nombre de su partido refiere a la república.
–¿Qué cambios comunes se están produciendo en los grandes partidos políticos?
–Las etiquetas partidarias están devaluadas: hasta hace veinte años, los comités o las unidades básicas eran lugares de socialización, de reclutamiento de adherentes, proveían no sólo una identidad simbólica sino también incentivos, recursos. La organización partidaria de base era un espacio de contención. Hoy todo eso está en crisis y afecta más al radicalismo que al peronismo. ¿Por qué? Porque el peronismo siempre fue un continente muy amplio, mientras el radicalismo siempre tuvo más presente el adentro y el afuera. Del PJ se puede entrar y salir, pero es casi imposible que Carrió o López Murphy puedan volver. Lo único que hoy atrae de los partidos es la obtención de beneficios puntuales. Con lo cual, la adscripción al partido pasó a ser algo secundario o inexistente. Y esto que pasa en las bases también se observa en los cuadros intermedios, en la dirigencia y los representantes electos. Es el fenómeno que llamamos borocotización, el “transfuguismo político”, algo impensable en otra época, cuando, por ejemplo, la oposición peronismo/antiperonismo cruzaba toda la sociedad. Hoy tenemos lo opuesto. De la confrontación se pasó a la cooperación y luego a la colusión. Es bueno que los partidos se diferencien, se critiquen y negocien. Pero es perjudicial para la democracia que los dirigentes cambien de partido. También aquí hay una característica del peronismo, el abigeato de dirigentes. Lo hizo Perón, lo hizo Menem. La transversalidad no se inventó en los tiempos K, aunque sí es de un cuño ideológico diferente. Kirchner tiene más simpatía por atraer dirigentes del espacio de centroizquierda, del ARI, del radicalismo o del Frepaso, sean Ocaña, Cobos o “Chacho” Alvarez. Menem hacía lo mismo pero hacia otro espectro ideológico: cooptaba dirigentes conservadores y de la UCeDé. Esto se relaciona también con que la naturaleza frentista está entre las continuidades del peronismo. Acá aparece otra vez el contraste con el radicalismo, históricamente reacio a enfrentar procesos electorales en coaliciones.
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