“¿Sabés dónde estás?, estás en la casa de la tía Ema”, le explicó el represor “Dante” García Velazco a Ricardo Coquet cuando llegó secuestrado a la Escuela de Mecánica de la Armada. Con su testimonio se reanudó ayer el juicio contra Héctor Febres por los delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura militar. Coquet acusó al prefecto de torturar, preparar los “vuelos de la muerte” y armar el escenario para simular el secuestro de las monjas francesas por la organización Montoneros. Amalia María Larralde escuchó a oficiales responsabilizar a Febres de la muerte de Raimundo Villaflor y relató cómo, por ser madre soltera, fue obligada a registrar al represor Ricardo Cavallo como el padre de su hijo. Andrea Bello, capturada junto a su marido, aseguró que “en general la tortura la llevaban Febres, Raúl Scheller y Alfredo Astiz”. Los tres fueron obligados a trabajar como mano de obra esclava. El actual secretario de Culto, Guillermo Oliveri, secuestrado junto a su mujer Josefa Prada, también brindó su testimonio, aunque no pudo identificar la foto del acusado.
Pasaron las 11 de la mañana y el testigo Ricardo Coquet entró en la sala de audiencias. Llevaba unos apuntes con los nombres de los represores que había visto en la ESMA y en qué situación los había encontrado. Tiempo más tarde, el presidente del Tribunal Oral Federal Nº 5, Guillermo Gordo, le dijo que sólo hablara de “lo que recordara”. El 10 de marzo de 1977, cuando salía junto a su primo de la confitería Las Violetas, fue capturado y llevado en un Ford Falcon hasta el centro clandestino de detención. Es carpintero y formaba parte de la Juventud Universitaria Peronista en la facultad de Medicina. “Se tragó la pastilla el hijo de puta”, gritaron sus captores cuando vieron que se metió en la boca la pastilla de cianuro para “no ser torturado hasta morir”. Finalmente no le hizo efecto y se convirtió en el número 896. Terminó esposado, encapuchado y atado a las patas de una cama.
Roberto Pernías, alias “Trueno”, lo recibió con “paso de corriente por los genitales, la boca y el cuerpo”. “Macho, vos crees que todos tus amigos que están acá están muertos pero nosotros no matamos a nadie”, le aseguró Jorge “Tigre” Acosta, entonces director de la ESMA. Como demostración, lo dejó un rato a solas con Norma Arrostito en la sala de tormentos. “Yo creo que nos van a matar a todos, esto está armado para eso, si delatás a un compañero lo matan y después te matan a vos”, le dijo “la Gaby” en ese encuentro. Días más tarde salió “cianótica” del lugar donde la tenían cautiva. Coquet contó que fingieron un ataque de asma para ingresar a su cuarto e inyectarle cianuro. “Yo, a ustedes voto por matarlos a todos porque no quiero otro juicio de Nuremberg”, le confesó en otro momento un oficial.
Si bien algunos pocos fueron liberados, la gran mayoría murió en los “traslados” y en “la máquina”. “Si no habla lo vamos a mandar para arriba”, le advirtió Acosta para que convenza a un compañero de colaborar. “Viste, se fue para arriba”, cumplió “el tigre, sacadísimo, con la camisa desprendida”. Los miércoles un “Pedro” leía la lista de números que debían formar fila para ir a la enfermería. “Febres me vino a buscar a ‘capucha’ para que bajara al sótano, fui con él y en el sótano vi una fila de compañeros frente a la enfermería para que les inyectaran el ‘pentonaval’.” Así los adormecían, “los desnudaban y los tiraban al mar”.
“Febres era un chancho colorado, con el pelo lacio, era revulsivo, sacado, sudado con una cara de loco y de odio”, describió Coquet al jefe del sector cuatro.
Después de su testimonio, Myriam Bregman, querellante de Justicia Ya, pidió que se desgrabe el relato y sea enviado como evidencia al juez federal Sergio Torres, a cargo de la causa ESMA. Coquet había contado como un “Pedro” –suboficial a cargo de los “verdes”– le dijo: “Hoy tenemos un asadito”. Hacía referencia a la quema de un desaparecido que “cuetearon” en la calle. “Por uno solo no iban a hacer un traslado”, aclaró. En esta oportunidad, el juez Gordo dio lugar al pedido. Anteriormente había negado la presentación de un Powerpoint preparado por la Asociación de Ex Detenidos-Desaparecidos con información sobre el centro clandestino recolectada desde hace veinte años.
Amalia Larralde fue la tercera en presentarse en Comodoro Py. Como enfermera, ayudó en los partos de dos embarazadas y entregó a su familia al bebé de Carlos Lordkipanidse –víctima y querellante en el juicio–. Al “Tigre” Acosta “se le ocurrían las cosas más insólitas”, detalló. El había tenido la idea de que Ricardo Cavallo reconociera con un documento falso al hijo de Larralde. Ella explicó que “hace pocos años, a través de un estudio de ADN”, recién pudo cambiar la situación de su hijo. “Acá todos fueron responsables, todos sabían lo que pasaba”, sintetizó.
Informe: Sebastián Abrevaya.
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