A los primeros que se les ocurrió la idea del muro fue a los sedentarios. Para defenderse de los nómades. Afincarse, en fin, fue tener finca, lugar propio. Los primeros a los que se les ocurrió la idea de la propiedad privada fue a los sedentarios. Los nómades no tenían finca que amurallar. Migraban. Esa primera diferenciación humana, los que se quedaban para que la naturaleza se convirtiera en cultura, y los que iban y venían acomodándose ellos a la naturaleza, viviendo otra cultura, la del migrante desapegado de la tierra o la arena o el bosque, se repite.
Los vecinos de La Horqueta ven peligrar sus fincas, sus bienes y sus vidas a manos de nómades que no viven en San Fernando, sino que van de villa en villa buscando aguantaderos. Los nómades ya no son los que se acomodan a la naturaleza, sino más bien a los barrios lujosos que tienen salidera fácil. Probablemente la cercanía tan impune de barrios pobres los altere, puesto que es verosímil que quienes les roban aprovechen las vías de salida de esa zona.
Pero el punto no es que, hecho un análisis del cuadro de situación, un muro que los separe de los vecinos pobres de San Fernando pueda o no ser útil. El punto es que los vecinos de La Horqueta, junto con el intendente radical de San Isidro, se han creído capaces y con derecho a instrumentar esa medida, como si en realidad sus fincas fueran propiedad más privada que las casas de los vecinos pobres de San Fernando, como si de verdad creyeran que los asiste alguna dignidad humana diferencial, como si en serio se pensaran a sí mismos como el objeto del bien común, y no tuvieran que compartir esa idea con otros, por más que sean crotos, rotos, iletrados, grasitas, todos esos seres infrahumanos que habitan como fantasmas el imaginario de los vecinos como uno.
Los nuevos sedentarios lo que se niegan a afrontar, en rigor, son los riesgos, ciertos y penosos riesgos, que se corre cuando una sociedad como la que ellos contribuyeron a diseñar es tan pero tan inequitativa, cuando se excluye de forma estructural a tanta gente, sin sopesar que un diseño tal, del mundo, del país, de la Zona Norte, viene en un paquete donde constan sus contraindicaciones. Pretender resolver con un muro el problema de los asaltos y los asesinatos que perpetran pibes pasados de paco, esos pibes a los que no hace falta matar porque morirán en unos meses, es por lo menos de una torpeza memorable.
Pero además, esta medida llega en un momento preelectoral. Es una medida probablemente demagógica. Es una medida populista a la usanza argentina: una dádiva a los pocos. Si el intendente Posse, cuyo apellido de raigambre radical reina en ese distrito desde hace tantos años, cree que construir un muro que separe a los ricos de los pobres puede ser una medida que le asegure votos, este muro entonces es una declaración de principios que habría que tomar en la totalidad de su aberración.
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