Verónica Condomí, Snajer y Guevara son un grupo de tres protagonistas
Acaban de editar un álbum y lo presentaron en vivo. La riqueza musical hace que la instrumentación sea esencial a cada canción.
Por Diego Fischerman
Verónica Condomí lleva su voz desde el grito al susurro.
Ernesto Snajer y Facundo Guevara hacen más que acompañarla.
La voz va desde el ruido gutural hasta el susurro, desde la caricia al grito. La guitarra se mete entre las grietas, crece allí donde el canto por un momento se aquieta. La percusión, mucho más que el mero énfasis en la marcación rítmica, dibuja un comentario permanente, anticipa los climas y las frases, envuelve las canciones. Es que en el espectáculo con el que Verónica Condomí, Ernesto Snajer y Facundo Guevara presentan su Cielo Arriba, su CD recién publicado, no se trata de una cantante con acompañamiento sino de un trío. Un grupo en el que el trabajo sobre los matices y los planos es permanente, en que la interacción dicta gran parte del argumento y en donde el protagonismo está siempre repartido entre tres.
Un repertorio que bucea en los folklores de América y en el que tienen lugar, también, algunas composiciones de la propia Condomí, establece un territorio en que las referencias a características musicales regionales son los puntos de partida de estéticas propias. Allí las tradiciones son reconocibles pero, en lugar de permanecer como ejemplos inamovibles para alguna clase de mimetismo, funcionan como verdaderos trampolines hacia la construcción de un estilo nuevo. Podría decirse que lo folklórico, en este caso, se potencia en sus rasgos esenciales a partir, precisamente, de la libertad y creatividad con la que se lo aborda. Incluso, casi como una declaración de principios, Condomí, Snajer y Guevara hacen, a veces, canciones explícitamente antiguas. “Recuerdos de Ypacaraí”, la famosísima “Chacarera de las piedras” de Yupanqui, “Epabílate” (un anónimo cubano) o “Tzutuhil” (un tema tradicional de Guatemala) son, en ese sentido, claros. Cuanto más tradicional resulta la canción con mayor claridad se imprime sobre ella la densidad de la lectura de este trío.
La manera de encarar cada canción puesta en juego por Condomí, Snajer y Guevara explicita, en rigor, hasta dónde se puede volver tensa la vieja cuestión de la figura y el fondo, traducida al universo de la música como melodía y acompañamiento. Están los textos, por supuesto, y está la voz de la cantante. Esas melodías en las que descansa, además, el sentido narrativo y poético de cada canción, tienen un papel principal ya desde su origen. Sin embargo, la riqueza de lo que los otros dos integrantes hacen con sus instrumentos provoca que cada canción resulte una unidad en la que nada es accesorio. Si hay una palabra que queda afuera de esta concepción es “arreglo”. Nada más lejano a esa especie de decoración con instrumentos que suele practicarse en la música de tradición popular que, por ejemplo, la exquisita interpretación del “Rin del angelito” de Violeta Parra o, ya como segundo bis, de la chacarera “Para un amanecer”. Aquí, la guitarra, la percusión y la voz aparecen como indivisibles de la propia canción. Sin rehuir a lo emotivo (la “Zamba para la guagüita” que su padre compuso para Verónica Condomí cuando era una niña), el concierto de estos tres músicos excelentes tuvo como signo la variedad, la búsqueda de texturas y densidades contrastantes y una exploración consciente de timbres, modos de ataque y articulaciones. Snajer, con una palerta de posibilidades que derivan del jazz, no cae jamás en la tentación de trasplantar solos de ese género a chacareras y coplas. En cambio, desarrolla con puntillosidad los propios materiales presentes en cada tema. La manera en que el trío explota sus potencialidades convirtiéndose en los tres dúos posibles (voz y guitarra, voz y percusión y guitarra y percusión) y en la que Condomí agrega colores y registros expresivos al sumar el charango o algúninstrumento de percusión, es una muestra precisa de la inquietud creativa del grupo.