Omar Rincón, un investigador que se ganó su lugar en el campo de los estudios en comunicación y cultura latinoamericanos, ha expresado una vez más su fascinación por un medio de comunicación, ahora, el celular. Tal como hiciera en su conocido Televisión, video y subjetividad (2002), dedica su admiración esta vez a la potencialidad comunicativa del celular, a punto no sólo de considerarlo uno de los medios más democráticos (por su nivel de penetración) sino de imaginar que habilitará las revoluciones venideras.
Su texto me produjo, como mínimo, tres preocupaciones.
Que el celular cuente con un nivel de penetración más alto que el de la televisión, Internet u otros medios, ¿resulta argumento suficiente para imaginarlo como más democrático y liberador? El ABC de la ciudadanía comunicacional nos haría reflexionar acerca de la (pareciera no suficientemente trillada) diferencia entre acceso y participación.
Y claro, aquí tal vez haya también un problema de contextos. Resulta contradictorio leer un artículo como éste el mismo año en que las décadas de reflexión, debate y luchas en torno de la democratización de las comunicaciones lograron impulsar en Argentina la sanción de una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
De la importancia de este hecho quisiera resaltar dos aspectos que hacen a la segunda preocupación: Rincón sostiene a favor de la democracia celular que “la sociedad de los pobres es oral. Todos sabemos hablar”. Resulta necesario hacer una vez más algunas antiguas preguntas: ¿todos y todas podemos hablar? Y quizás, Rincón rápidamente responda, desde el acceso: “Claro, presione el botón verde”. Esa respuesta no me basta. ¿Con quién puede hablar “la sociedad de los pobres” por celular? ¿Qué asterisco bastará marcar para llevar adelante reivindicaciones por justicia distributiva o demandas de reconocimiento? Los contenidos comunicacionales (informativos, culturales y de entretenimiento) producidos para las empresas de telefonía móvil y que según el autor han hecho que el celular se comiera a los otros medios. ¿También los producimos todos y todas?
Rincón se alegra de que el Estado no haya intervenido aún en la órbita de las comunicaciones móviles. Por eso continúa siendo un espacio de goce e innovación. Aquí está el segundo aspecto que quería resaltar: democratizar las comunicaciones no es que todos y todas tengamos un celular que nos permita gozar. Este puede ser un anhelo personal, pero lejos está de ser una cuestión de Estado. Por el contrario, la capacidad de producción comunicacional de los sujetos, en términos de sus competencias de producción y recepción tanto como del acceso a los medios y canales para hacerlo, así como la disponibilidad de recursos informativos y culturales que los formen como ciudadanos capaces de decidir e intervenir en la vida social, deben ser y son crecientemente, parte de la agenda pública y política en nuestro país.
De allí la tercera y última preocupación. ¿Estas cuestiones no deberían formar parte también de la agenda de quienes nos interesamos por la lectura de las transformaciones culturales y comunicacionales?
Los estudios de comunicación nacieron a la luz de objetivos políticos claros, en muchos casos, por supuesto, opuestos a aquellos que muchas y muchos de nosotros sostenemos, pero claros. Rincón declara al celular “hijo de la oralidad”, tanto como se declaró a sí mismo “hijo de la televisión” en el libro mencionado al inicio de este texto. Sus argumentos son hijos del deslumbramiento tecnológico y la fascinación del consumo.
La posibilidad de expresar una mirada acerca de algún fenómeno o problema del campo de la comunicación y la cultura exige de cierto distanciamiento crítico.
* Magister en Comunicación y Cultura. Investigadora Conicet-UBA/IIGG.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.