Considero a Lacan un conservador subversivo, categoría que también les adscribo a Freud y a Heidegger, pero no a Marx. Para una transformación que no tenga un horizonte teleológico o progresista, apuesto por conservar el término emancipación, que parece estar menos trabajado por la metafísica marxista y todavía puede decir algo, más bien que “revolución”. Lo que se debe conservar es aquello que, si no se conserva, retornará como segregación. Una dimensión de soledad queda, si excomulgada, expurgada, elidida, suprimida, entonces con seguridad retornará por la vía de la segregación. Por eso el gran desafío histórico de un proyecto emancipatorio es hacer que la diferencia absoluta no quede excluida. ¿Cómo sería una emancipación que no excluyera la diferencia absoluta? Ese es un problema enorme en esta encrucijada. El interés político mayor que tienen los movimientos actuales es que se da en ellos una aceptación del no saber. La mayoría de los pensadores marxistas admiten que no se están dando pasos en una dirección asegurada, ni en nombre de la evolución de la Humanidad, pues ya no hay algo que garantice, como pensábamos en los años anteriores a la instauración del orden neoliberal en el mundo, la idea de un progreso ineluctable. En los años ’70 y principios de los ’80 todavía se imaginaba un horizonte de emancipación: las cosas se podrían demorar, obstaculizar, habría marchas, contramarchas, retrocesos, pero las cosas iban a ocurrir. Se creía, en los ámbitos de izquierda, en el progreso. En cambio, ahora estamos dispuestos a pensar incluso en emergencias de la soledad que simplemente inscriban una huella, pero que de ningún modo pueden ser interpretadas como un paso que va a encadenarse a otro, y a otro...
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