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Sociedad|Sábado, 11 de octubre de 2008
Dênis Petuco, de la Asociación Brasileña de Reductores de Daños

“A veces lo que mata no es la droga, sino las políticas de drogas”

El sociólogo propone ir más allá del reparto de jeringas. En Brasil, atienden a alcohólicos y consumidores de crack, pero también combaten prejuicios en el área de la salud.

Por Pedro Lipcovich
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La palabra es acolhimento. Aun el alcohólico que nunca querrá dejar de beber, aun el adicto que jamás dejará su droga merecen acolhimento, es decir, merecen ser recibidos, refugiados, abrigados. La calidez de ese término de la lengua portuguesa expresa el modo como el sociólogo Dênis Petuco –de la Asociación Brasileña de Reductores de Daños– resume su tarea. La reducción de daños –ligada desde su origen con la escena en que un operador le brinda a un adicto una jeringa limpia, sin exigirle que abandone el consumo– es aplicable a otras adicciones y actividades humanas. Petuco contó su experiencia que, en relación con el alcoholismo, se centra no sólo en el trabajo con quienes beben en exceso, sino en la acción para que los agentes de salud superen los prejuicios que los llevan a negar atención a las personas que persisten en beber. El sociólogo y reductor de daños también habló del crack, que es a Brasil como el paco a la Argentina, y explicó por qué, en su criterio, “a menudo lo que mata no es la droga, sino las políticas de drogas”. Dênis Petuco visitó la Argentina para participar en la VI Conferencia Nacional sobre Políticas de Drogas, que organizó la Asociación Civil Intercambios.

–La política de reducción de daños en Brasil, como en gran parte de América latina, empezó en relación con la prevención del VIH/sida. Nuestra primera experiencia fue en Santos, en 1989. En esa época todavía se nos planteaban problemas con policías y jueces, para quienes ofrecer jeringas estériles se equiparaba con el tráfico de drogas. El tiempo pasó y las resistencias disminuyeron, aunque no totalmente, y se desarrollaron programas de reducción de daños en todo el territorio nacional. Muchos de ellos siguen vinculados con la prevención del VIH, pero la reducción de daños fue ampliando sus alcances en salud mental: el Ministerio de Salud de Brasil tiene un programa integral para usuarios de alcohol, cuyo marco central es la reducción de daños.

–¿Cómo se aplica la reducción de daños en el alcoholismo?

–Distintos estudios reconocen que muchas personas que abusaban del alcohol, o de otras sustancias, eventualmente abandonaron el consumo pero no por acción de algún servicio de salud, sino por cambios en su vida personal: un amor, un nuevo empleo, alguna de estas mudanzas de orden simbólico. Entonces, si tantas veces el cese en el consumo llega por otro lado, ¿cuál es el papel de los servicios de salud en relación con el alcoholismo? Antes sólo se pensaba en políticas de salud que ayudaran a detener el consumo pero eso, en los equipos de salud, actuó como un prejuicio. Si alguien llega alcoholizado a un servicio de salud y es rechazado, ese rechazo le hace daño, y disminuir el prejuicio que lo causa es una tarea de reducción de daños.

–¿De qué modo se expresa ese prejuicio contra la atención al alcohólico?

–Se expresa mediante distintos preconceptos: por ejemplo, que a la persona no se le pueden suministrar determinados medicamentos mientras tome alcohol, lo cual muchas veces no es cierto y sin duda no lo es respecto de los tratamientos contra el virus del sida, que no tienen ninguna incompatibilidad con la ingesta de alcohol. Entonces, lo primero es garantizar a las personas, por más que sigan bebiendo, el acceso a los programas de salud. No ya decirle que primero deje de beber y después vuelva. No: vamos a atenderla por más que beba, y, si no para de beber, seguiremos dándole acolhimento... ¿Existe esta palabra en español?

–En español habría que decir “acogimiento”, “refugio”, “abrigo”; tal vez sea más expresiva la palabra en portugués.

–En salud pública, hay investigaciones específicas sobre estrategias de acolhimento: no se puede exigir que una persona pare de beber para recién entonces recibirla. Las personas no tienen que hacer nada para merecer acolhimento; deben ser acolhidas y punto.

–Usted hablaba de una mayor presencia de la reducción de daños en la salud mental en general...

–Desde hace más de 20 años existe en Brasil un movimiento social muy importante que llamamos de la reforma psiquiátrica, vinculado con la idea de poner fin a los manicomios. Los militantes de la reforma psiquiátrica en Brasil desarrollaron estrategias humanizadas, innovadoras, para romper el esquema manicomial, pero los servicios que trataban el alcoholismo y otras drogas seguían siendo tan medievales como siempre. Esto empezó a cambiar hace muy pocos años, precisamente a partir del diálogo entre el movimiento de reducción de daños y los activistas en el campo de la salud mental. La reducción de daños también puede ser un dispositivo de la reforma psiquiátrica.

–Volviendo a la reducción de daños en alcoholismo, ¿esta estrategia es compatible con abordajes como el de Alcohólicos Anónimos?

–Es plenamente compatible. Lo único que Alcohólicos Anónimos le solicita a la persona es que tenga el deseo de detener el consumo; puede ir todos los días a contar que no lo logró, y será recibida. Nosotros vamos más allá: tampoco exigimos la voluntad de parar.

–En este caso, el trabajo que ustedes hacen es ante todo con el personal de los servicios de salud...

–Ciertamente. En Brasil, el reductor de daños tiene clara su doble función: atender directamente a usuarios de drogas, y sensibilizar a la red de trabajadores de la salud. Claro que hay reductores de daños que trabajan directamente con alcohólicos. Por mi parte, actualmente trabajo en especial con usuarios de crack, un derivado de la cocaína cuyos efectos y alcances sociales se parecen a los del paco en la Argentina.

–Cuéntenos...

–El uso de crack tomó fuerza en los inicios de esta década. Hasta entonces era muy fuerte en Brasil el problema del uso de drogas inyectables, y la reducción de daños empezó a partir de las lógicas de intercambio de jeringas. La introducción del crack hizo necesarias nuevas estrategias. Seguían sirviéndonos las tecnologías para adentrarnos en redes de usuarios clandestinos, pero no ya la del intercambio de jeringas. En relación con el crack, usamos mucho la distribución de cremas para protección labial. A menudo estos jóvenes usan y comparten, para fumar el crack, latas de gaseosas o de cerveza. Esas latas les lastiman los labios y todo eso termina en el peligro de trasmisión de virus como el de la hepatitis; también hay personas que sacan sus latas de la basura y terminan muriendo de leptospirosis, enfermedad trasmitida por roedores. Los protectores labiales son cremas cicatrizantes; cerradas las heridas de los labios, dejan de ser puertas de entrada para infecciones.

–¿Qué alcances tiene la reducción de daños en usuarios de crack?

–Es claro que el crack, como el paco, ponen a los jóvenes en niveles de vulnerabilidad que van mucho más allá de lo que un protector labial puede resolver. Es frecuente que, cuando vamos a un lugar donde estuvimos la semana anterior y preguntamos por tal joven con quien veníamos trabajando, la respuesta sea: “Murió”. ¿Murió? “Le pegaron un tiro.” En Brasil usamos la expresión “secar el hielo” para referirnos a un trabajo imposible: en reducción de daños, muchas veces sentimos que estamos tratando de secar el hielo. Esto pasa cuando los jóvenes mueren, no a consecuencia del uso de drogas, sino de las políticas prohibitivas que conducen a lógicas de violencia; a menudo lo que mata no es la droga, sino las políticas de drogas.

–En el ejemplo que dio recién, ¿quién le pegó el tiro a ese joven?

–Pudo ser la policía, pudo morir en el marco de las guerras entre traficantes, pero tanto la violencia policial como la guerra de tráfico son dinámicas producidas a partir de las políticas de prohibición. Por eso la reducción de daños no es sólo una estrategia de salud, sino también una estrategia política. Nuestra clínica debe ser una clínica política. Muchas veces los usuarios de estas drogas son chicos de la calle, que padecen distintas enfermedades, infecciones; en un joven que vive y duerme en la calle y que usa drogas, el mayor problema no es la droga, sino la miseria. Y a menudo la mayor contribución que podemos hacer como reductores de daños es, antes que cambiar jeringas u ofrecer protectores labiales, procurar que los servicios sociales hagan su trabajo.

–¿Qué edades suelen tener los usuarios de crack en Brasil?

–Son muy jóvenes; pueden tener hasta menos de diez años. El crack, en Brasil, es consumido principalmente por los jóvenes, en particular jóvenes pobres, que viven en la calle sin vinculación con sus familias. En el orden de las drogas ilícitas, el crack es el mayor problema. Claro que la droga que más problemas trae sigue siendo el alcohol.

–¿Puede discernirse una relación entre el consumo de crack y la trasmisión del VIH, como la hay sin duda respecto del compartir jeringas?

–El crack no plantea ya esa relación objetiva que planteaba el uso compartido de jeringas. Pero sí plantea una serie de relaciones no objetivas, indirectas. Así, como decíamos, en muchas ciudades brasileñas lo usan chicos y también chicas de 14 años, de 12 años, que viven en condiciones miserables. El crack es una droga muy barata en Brasil: una dosis, una “piedra”, cuesta cinco reales, algo así como diez pesos argentinos. Estas chicas se prostituyen para comprarla: cobran lo mismo que les cuesta la droga, cinco reales. Pero no usan sólo una piedra, sino varias por noche; por lo tanto deben prostituirse varias veces, la mayoría sin preservativo.

–O sea que esa relación existe también para el crack.

–Hay una relación entre uso de drogas, miseria y VIH, pero esta relación no es ya directa, sino más sutil. Hay estudios que muestran cómo la población que usa drogas sigue siendo más afectada por el VIH, aun sin uso de jeringas. Pero los financiadores pueden no percibir que la droga sigue involucrada en la cuestión del VIH/sida. De hecho, en Brasil han disminuido los recursos destinados a programas de reducción de daños: hoy sólo unas cien ciudades reciben financiación del gobierno federal para estos programas; en la segunda mitad de los ’90, eran muchas más.

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