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Sociedad|Martes, 3 de marzo de 2009
Investigadores de la UBA estudian cómo frenar la erosión en la costa bonaerense

Arenas movedizas

El trabajo abarca los 180 kilómetros de playa, para detectar las zonas de riesgo. Ahora, los expertos analizan la Reserva Natural Faro Querandí, de Villa Gesell. Y lanzan un llamado para evitar su urbanización. También reclaman que no haya balnearios en la playa en las áreas de mayor peligro.

Por Carlos Rodríguez
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Desde Villa Gesell

“Si esta zona se urbaniza, se foresta, se pierde el equilibrio natural y la erosión costera en Villa Gesell y en Pinamar puede llegar a los niveles que hoy se registran en Santa Clara del Mar o Mar Chiquita, donde la costa retrocede a razón de cinco metros por año.” Sobre una duna cuya altura ronda los diez metros, con el faro Querandí como fondo de postal, la geóloga Silvia Cristina Marcomini hace la advertencia en diálogo con Página/12. Junto con un grupo de investigadores de la Universidad de Buenos Aires (UBA) vienen realizando, desde hace más de diez años, un monitoreo del nivel de conservación de la Reserva Natural Faro Querandí, de 5757 hectáreas, en el sur de Gesell, como parte de un estudio que abarca los 180 kilómetros de extensión de la costa bonaerense. Marcomini recuerda que los municipios costeros “viven de la playa, del turismo, y para ellos es muy necesario mantener el recurso”. Por eso sostiene que si bien “los balnearios de madera (ver nota aparte) tienen su importancia porque reducen la erosión, lo ideal, en las áreas de mayor riesgo, es que no haya balnearios en la playa. Sí podrían estar sobre las dunas costeras o en predios privados, pero no en la playa”.

Silvia Cristina Marcomini, Rubén Alvaro López, Nora Madanes y Lila Bertolín son docentes e investigadores de la UBA. Trabajan en los departamentos de Biología, Ecología y Geología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. En la recorrida fueron acompañados por Pablo Domínguez, que fue guardaparques en la reserva. Desde hace años vienen desarrollando un proyecto de la UBA para “el control de la erosión en toda la zona costera de la provincia de Buenos Aires”. Marcomini explica que “la idea es buscar indicadores naturales a lo largo de la costa, para comprobar la alteración que ejerce sobre ella la mano del hombre, además de los cambios climáticos que están produciendo modificaciones no sólo en el comportamiento del mar sino también sobre las precipitaciones” que ocurren en forma periódica.

En un trabajo realizado en 2006, los expertos precisan que la erosión “puede ser rápida, moderada y lenta”. Suele ser rápida si es causada por “una tormenta asociada a un aumento del nivel del mar”, lo que provoca “una importante pérdida de arena de playa, y un traslado de las mismas hacia aguas profundas”. Cuando las condiciones climáticas mejoran, “las olas normales retransportan la arena perdida nuevamente hacia la playa y el perfil se recompone naturalmente”. Es allí donde entra a jugar en forma negativa la intervención del hombre. Marcomini y López afirman que “la erosión y la degradación costera son un problema ambiental muy grave en el litoral”. Si bien el problema se origina en el cambio climático y las variaciones del nivel del mar, la tendencia “ha sido potenciada sin lugar a dudas por el accionar del hombre, en especial desde 1980, cuando se produjo un brusco incremento poblacional” en las localidades balnearias.

Los expertos precisan que la intervención del hombre sobre el sistema litoral “es una de las mayores causas del desbalance sedimentario en la mayoría de las localidades costeras, ya que con su accionar a través de los años ha modificado las tasas de transporte eólico hacia la playa y la saturación en sedimentos de las corrientes litorales”, interrumpiendo el reacomodamiento natural que se produce luego de cada tormenta. Para colmo, en la costa argentina se han producido varios episodios de magnitud, como fueron las tormentas ocurridas en febrero y junio de 1993, en julio de 1996, en abril de 1997, en enero de 1999, y en julio y diciembre de 2003. Las sudestadas y tormentas del oeste provocaron un ascenso de hasta dos metros sobre el nivel de la marea esperado y ocasionaron pérdidas de propiedades en Mar del Tuyú, y de balnearios en Mar de Ajó, San Bernardo, Las Toninas, Villa Gesell, Pinamar, Mar Chiquita, Miramar y Mar del Plata. Dos informes, uno de 1992 y otro de 1998, estimaron, respectivamente, que el aumento anual del nivel del mar, desde esos años, es de 0,61 milímetro y de 1,6 milímetro. Marcomini y López señalaron que si bien ese ascenso “no es muy significativo, puede producir una erosión crónica generalizada”. Al problema se suma “un aumento de las precipitaciones medias y cambios en las direcciones de vientos predominantes”, lo que ha influido “en la estabilización de los campos de dunas activos y en consecuencia en el balance sedimentario, aumentando las tasas de erosión costera y la pérdida de playa”.

Ya se han producido “fenómenos erosivos crónicos”, aunque no generalizados, por “la erosión producida por el hombre (que) es directa cuando existe alguna degradación sobre la morfología natural de las áreas costeras e indirecta cuando una acción producida por el mismo altera algún parámetro que, si bien no se percibe en el momento, producirá una modificación a futuro”. Esa acción “indirecta” se potenció en los últimos 30 años. Uno de los cambios importantes en el litoral fue el “rápido incremento poblacional, acompañado por una deficiente planificación y falta de políticas de manejo adecuadas para las áreas costeras”.

Los factores concretos de ese accionar “indirecto” del hombre fueron, por ejemplo: la construcción de defensas duras, espigones, rompeolas, paredones; la extracción de arena de la playa para la construcción; la destrucción de la duna costera y las construcciones en el frente costero; los drenajes artificiales a la playa por construcción de calles perpendiculares a la costa; la construcción de balnearios en la playa posterior; la plantación de vegetación autóctona, como tamarisco, en la duna costera; las tareas de limpieza, nivelado de playa para la instalación de carpas, la circulación de vehículos sobre la arena y la forestación de campos de dunas activos.

Esas intervenciones del hombre tuvieron como consecuencia, entre otras cosas, la generación de erosión corriente abajo y la acumulación en el sector donde están las defensas duras; la disminución de la altura de la playa, lo que incrementó la vulnerabilidad a la erosión durante las sudestadas; incremento en la velocidad de retroceso de la costa y erosión de playas durante las tormentas; pérdida de arena de la playa durante las precipitaciones y el ingreso de contaminantes provenientes de las zonas urbanas.

La extracción de arena de las playas, que está prohibida por ley en toda la costa bonaerense, “de todas maneras continúa, ya que existen explotaciones clandestinas e individuales en las distintas localidades”, aseguró Marcomini. Junto con López realizaron en 1997 un estudio sobre la extracción sufrida en una cantera ubicada al suroeste de Centinela del Mar, en el partido de Lobería, y la recuperación de las playas una vez que cesó la sustracción de arena. La explotación minera afectó una extensión de 1800 metros de playa, sobre una superficie de 200 mil metros cuadrados. El total de la arena que se llevaron de la playa fue estimado en el orden de los 150 mil metros cúbicos.

Mientras trabajan en la zona de la Reserva Natural Faro Querandí, Marcomini conversa con Página/12 sobre la importancia que tiene esta zona, al igual que la Reserva Natural Integral de Mar Chiquita. “Esto –dice– tiene que seguir siendo un área de reserva natural porque es lo que alimenta la dinámica de toda la zona costera, de acá hacia el norte. Si esta zona se urbaniza, se foresta, se pierde el equilibrio natural y la erosión costera en Pinamar y Villa Gesell corre un alto riesgo de acelerarse. ¿Por qué ocurriría eso? Porque esta duna alimenta la playa y el mar es el que transporta la arena que alimenta la duna en esas localidades.” En este punto advierte que, “si esto no se conserva, se produciría el mismo nivel de erosión que en Mar del Plata, por la construcción de espigones en la zona del puerto, que se está transmitiendo a la zona de Santa Clara y de Mar Chiquita, donde las tasas de retroceso de la costa llegan a los cinco metros por año”.

Marcomini insiste en que la Reserva Querandí “actúa como valla contra ese tipo de erosión porque satura las corrientes del litoral. A nosotros, a nivel periodístico, nos interesa que esta información se difunda para evitar lo que está ocurriendo en otros municipios. Si no se trabaja a fondo, la playa va a empezar a retroceder”. La geóloga considera que “es importante que el público que viene a esta zona tenga conciencia de que esto es una reserva que tiene que ser preservada. Se desconoce, a nivel popular, la importancia que tienen los médanos como reservorios de agua dulce acumulada en el subsuelo”.

Sobre los balnearios construidos sobre pilotes de madera, estimó que “tienen su importancia, sobre todo en la zona céntrica de Gesell, con una alta tasa erosiva que hace que se esté perdiendo la playa. De todos modos, lo ideal, en zonas de riesgo, es retirar los balnearios. No tendría que haber balnearios en zonas sectorizadas como de erosión alta o moderada. Los balnearios sobre pilotes producen menos erosión porque permiten el transporte de la arena por debajo de las construcciones, pero lo ideal es que no haya balnearios en la playa. No sería problema construirlos sobre las dunas costeras o en los predios privados, pero no sobre la playa”.

Los expertos aclaran que hay diferencias entre “costa, playa y línea de costa”. Explican que “costa es la franja de territorio cercano al mar, que se extiende hacia el continente, mientras que la playa es un depósito de material no consolidado, que en el litoral bonaerense va desde arena hasta gravas, en la Patagonia”. La línea de costa, por último, es “el límite entre la costa y la playa”. Y el buen manejo costero es “el límite entre mantener el recurso o contribuir en forma directa o indirecta a su destrucción”.

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