Ayer, alrededor de las 12.30, un educador del Hogar Juan XXIII, que la Obra Don Orione sostiene en Gerli, fue secuestrado por un grupo de desconocidos. Poco después, el teléfono celular del director del Hogar, el padre Luis Espósito, recibía un mensaje de texto: “Ojo con lo que dicen (que) la vida de uno de sus pibes está en peligro con sentencia de muerte”. E., el joven de 22 años que minutos antes había salido para ir a hacer compras a una farmacia cercana, no volvió a aparecer hasta las 18.30, pero lejos: en las cercanías de Zoológico porteño. Estaba solo, levemente golpeado y consciente, tanto que él mismo informó su paradero a sus compañeros.
Durante el cautiverio vespertino, quienes lo retenían habían dado una pista sobre el motivo del secuestro, en otro mensaje de texto que rezaba “ahora sí tienen un pibe menos”, en abierta referencia al Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo, cuyo lema sostiene “El hambre es un crimen. Ni un pibe menos” (ver aparte). No es la primera sino la novena vez que una persona vinculada con esa campaña sufre un secuestro de estas características; en ninguna de las ocasiones anteriores la investigación judicial o policial halló responsables. Al cierre de esta edición, E. se encontraba brindando declaración ante la Unidad Funcional de Instrucción 4 de Avellaneda, para luego ser examinado por un médico forense. La denuncia inicial fue radicada en la comisaría 6ª de Avellaneda.
Los secuestros se han venido reiterando a lo largo del tiempo, y en otras ocasiones tuvieron por víctimas a personas de la Fundación Pelota de Trapo, también vinculada al Movimiento. “Se llevan, secuestran a uno de nosotros, nos dicen que abandonemos la campaña contra el hambre y lo sueltan”, contó el hermano Ramón Correa, que es educador al igual que E. y quien, ante lo sucedido, debió comunicar la noticia a los 17 chicos de entre 8 y 16 años que comparten el Hogar (ver aparte) y comenzaron a inquietarse al notar la desaparición súbita de alguien que sólo había ido a comprar algo a dos cuadras del lugar.
Al recibir el primer mensaje de texto, enviado desde el celular del educador secuestrado, el padre Espósito radicó la denuncia en la comisaría 6ª de Avellaneda. “No dijeron nada, sólo que iban a buscarlo”, contó Correa que fue la respuesta en la sede policial. De todas maneras, las expectativas de una resolución institucional eficaz eran pocas, habida cuenta de que el año pasado, tras los primeros episodios, “tuvimos una reunión con (el entonces ministro de Justicia) Aníbal Fernández, que dijo que nos iba a ayudar, pero cuando el fiscal pidió seguridad para nosotros, dijeron que no tenían gente disponible. Y nosotros solamente pedíamos custodia, ayuda en la investigación”.
Correa hacía esos pedidos desde algún lugar, afuera del Hogar, porque “los chicos ya están sufriendo con todo esto y prefiero atender al periodismo en otro lado”. E. todavía permanecía con paradero desconocido. Otras veces los secuestros habían durado menos horas, e inclusive, en los dos primeros casos “nos enterábamos después del secuestro, porque aparecían golpeados o asustados directamente, nadie nos avisaba lo que estaban haciendo. Pero ésta es la primera vez que lo vivimos online, por decirlo de alguna manera.”
A las 18.30 el panorama cambió: mediante un llamado realizado desde su propio celular, E. anunciaba que había sido liberado y se encontraba cerca del Zoológico porteño. El padre Espósito, el fiscal de turno y agentes de la policía fueron a su encuentro, luego lo acompañaron a la UFI 4. En Gerli, los educadores y colaboradores que habían permanecido para contener a los chicos del Hogar, que ya habían sido informados acerca de lo que estaba pasando, pudieron dar la noticia tranquilizadora. “Recién, cuando llegué a la casa y pude decirles a los chicos E. está bien, ya va a volver’, la cara de ellos era otra. Es que, como en cualquier familia cuando pasa algo, tuve que reunirlos a todos y decirles ‘pasa tal cosa, pero tenemos que tratar de seguir con nuestra rutina normal, para no desesperarnos’”, contó Correa a poco de conocer la liberación de su compañero educador. Los chicos, dijo, no disimularon ni el alivio ni la alegría; “reacciones como las que tuvieron ellos son las cosas que nos terminan haciendo decir, a pesar de lo que pase y lo que nos quieren hacer, que no elegimos mal al vivir con ellos en el Hogar, que no tomamos la opción equivocada”.
Este, contó Correa a Página/12, “es el quinto secuestro de una persona de este Hogar: las intimidaciones comenzaron en julio del año pasado”, particularmente el 24. Eso significa que ayer se cumplía el aniversario del día en que un grupo de encapuchados secuestró a un niño del Hogar, le dijera que la Campaña debía cesar y amenazara con incendiar tres edificios de la Fundación Pelota de Trapo. El 26 de septiembre, el secuestrado fue un educador del Hogar, y el mensaje, nuevamente, la orden de cesar la Campaña. Lo mismo sucedió el 3 de octubre, pero con una educadora. El 27 de noviembre, el mismo educador del Hogar a quien habían raptado en septiembre, permaneció secuestrado durante horas y reapareció en Plaza Constitución, donde lo habían dejado tras narcotizarlo. La serie de intimidaciones (que había comenzado el 26 de abril, cuando un Grupo Comando tomó la Escuela Talleres Gráficos Manchita) también tuvo como objetivos personas involucradas en otras fundaciones de la Campaña: el 12 de noviembre en La Plata, durante una marcha en repudio a la baja de la edad de imputabilidad, una educadora de la Red El Encuentro fue secuestrada ante la gobernación, luego golpeada y tajeada. El 28 de noviembre, fue secuestrado el sereno de la Fundación Pelota de Trapo, a quien dejaron luego en un hipermercado de Lanús. ¿Por qué los secuestros? “No sabemos por qué están en contra de esto, qué intereses tocamos, lo único que queremos es que nuestros chicos se alimenten, ésa es nuestra lucha. No sabemos a quién le va a molestar que digamos que 25 pibes mueren de hambre por día”, respondió Correa. “Sólo sabemos que son encapuchados.”
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