Todo comenzó con grupos de apoyo terapéutico y de asesoría sobre derechos para la comunidad de lesbianas, gays, bisexuales y travestis. Diez años después y producto de múltiples relatos de soledad y discriminación, la organización Puerta Abierta vuelve a ser anfitriona de la diversidad. Para no invisibilizar nunca más su sexualidad, a partir de este mes la tercera edad puede compartir experiencias identitarias y etarias en el primer Centro de Jubilados y Pensionados lésbico-gay de la Argentina. Pese a su clasificación nominal, la piedra de toque del proyecto radica en la apertura total: “Nos interesa que todos los viejos y viejas que quieran y puedan se acerquen para pasarla bien. Todos, significa todos: homos, bis, trans y héteros”. Desde un dúplex de Almagro, la psicóloga Graciela Balestra y su pareja y coideóloga de la iniciativa, Silvina Tealdi, describieron detalladamente la original propuesta “para los mayores de 65” de la ciudad de Buenos Aires.
“Nuestra sociedad se rige por una regla fundamental: la heteronormalidad”, dice Silvina y explica que “para poder poner en marcha el centro, nueve jubiladas (e integrantes de PAMI) ofrecieron sus nombres e identidades en pos de conformar la comisión directiva de Puerta Abierta a la Diversidad”, explicó a Página/12 la futura coordinadora de hombres y mujeres de la tercera edad “sin prejuicios con el diferente”.
Entre infusión e infusión, sentadas literalmente en la minimalista cocina del que será el Centro de jubilados, las mujeres relataron la compleja e interesante iniciativa. “Actividades programadas para los fines de semana, asistencia psicológica, talleres culturales, gimnasia o yoga. También, la idea es hacer viajes –sostuvo Graciela–. En realidad, entre todos y según las necesidades de los que vengan se van a ir desarrollando los distintos recreos.” Después de años de experiencia terapéutica en la perspectiva de la diversidad, Graciela explicó el porqué de la construcción comunitaria de Puerta Abierta a la Diversidad: “Muchos de ellos participan de otros centros de jubilados, pero lo que constantemente narran es que no logran integrarse y deciden invisibilizar su orientación sexual”.
Paradójicamente, la decoración del centro está engamado en tonalidades binarias. En planta baja, sillas negras y lámparas blancas. Arriba, veladores negros y sofás blancos. También, los relatos y necesidades de las nueve mujeres de la comisión directiva de Puerta Abierta parecen (a veces) contradictorios. “Una de las señoras –contó Graciela sin nombrarla– no va a decir a sus amigos heterosexuales que es miembro ni que viene al centro porque, según ella, está platónicamente enamorada de una viejita de otro lugar al que concurre y le da miedo que la rechace.”
Aunque es la primera vez que gays y lesbianas sexagenarias pueden contar con un verdadero espacio de pertenencia, “todas las personas en nuestra cultura tenemos una carga de homofobia implícita”. Según Silvina, en esa fórmula radica “la verdadera importancia de tener un lugar donde poder hablar sin temor a que nos segreguen y nos discriminen”. Porque no sólo en la tercera edad el miedo constante a ser maltratado ante la diferencia produce y reproduce silencios, sino que también “hace algunos años una mujer de no más de 40 y tantos años, con una hija preadolescente, nombraba a su esposa como ‘amiga’, pese a que compartían dormitorio con cama matrimonial”, explicó Silvana, quien convive con su pareja y los hijos de su mujer hace más de 10 años.
En Quito al 4000, en un remodelado PH de Almagro y desde hoy, el centro de jubilados y pensionados lésbico-gay está en perfectas condiciones para comenzar con las actividades recreativas “para todas las personas que respeten la diversidad”. En principio y según las palabras de Silvina, la pareja de mujeres va a ser la encargada de resolver todas las cuestiones institucionales y administrativas del espacio. “Hacemos de todo, somos recepcionistas, coordinadoras de los grupos, secretarias de los profesores, jubiladas y, también, lesbianas”, dijo entre risitas la esposa de Graciela.
De todas maneras, las mujeres sueñan con la utopía de una cultura sin ghettos sexuales, donde “la idea de hacer un centro cultural lésbico-gay fuera un absurdo y cada cual se sintiera cómodo en cualquier lugar”. Hasta que las intenciones relatadas por Graciela no sean realidad, la casilla de correo electrónico puertaa [email protected] es una verdadera posibilidad de apertura para gays, lesbianas, trans, bi o heterosexuales.
Informe: Mariana Seghezzo.
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