“Me dolió mucho escuchar ciertos comentarios en la televisión: llegaron a decir que yo inducía a mi hija a ser nena. Yo invito a cualquier mamá que tiene un nene de 4, 5 o 6 años, a que le ponga un vestido, lo saque a la calle y le cambie el nombre, a ver cuánto tiempo ese nene tolera que cambien su identidad. Mi nena no solo sale a la calle, va al jardín y pide que se la respete”, dice Gabriela Mansilla, la mamá de Lulú, la niña transgénero de 6 años, que hoy, en un hecho histórico, recibirá su nuevo DNI acorde con su identidad femenina, luego de que el Registro de las Personas de la provincia de Buenos Aires diera marcha atrás en su negativa a modificar los datos registrales de la pequeña de la partida de nacimiento. En una entrevista exclusiva de Página/12, Gabriela explicó la importancia del documento para su hija y respondió a quienes, desde algunos programas de radio y televisión, la cuestionaron por acompañar a Lulú en este camino. “Para todo el mundo que dice que yo necesito un psicólogo, le digo que hace cuatro años que estoy con acompañamiento psicológico y psiquiátrico. No porque yo tenga algún problema, sino porque necesito que me den herramientas y me digan cómo proceder”, frente a una niña como Lulú, que nació con genitales masculinos.
La niña recibirá el DNI a las 14 en el piso 19 de la sede del Banco Provincia, en Capital Federal, de mano del jefe de Gabinete de Ministros bonaerense, Alberto Pérez. La semana pasada, cuando fue a sacarse la foto y firmó con el nombre que ella eligió, Lulú le pidió al funcionario si le podían dar un DNI con tapa violeta y brillitos. Gabriela se ríe cuando lo cuenta. Y espera con ansiedad y mucha emoción el momento de la entrega de la nueva documentación que reflejará la identidad autopercibida por su hija, de acuerdo con la Ley de Identidad de Género. Así, Lulú se convertirá en la persona trans más pequeña del mundo –según informó la CHA (ver aparte)– en obtener su nuevo DNI a través de un procedimiento administrativo, sin la intervención judicial.
El Registro Provincial había rechazado el trámite con el argumento de que Lulú era demasiado chica para dar su consentimiento. Pero cambió su postura al recibir días atrás un dictamen de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia, a favor del pedido de la pequeña. El organismo nacional advirtió que se estaban vulnerando sus derechos. “Siento emoción todo el tiempo, después de tanta lucha, después de un año y medio de estar pidiendo que se respeten los derechos de mi hija, que pueda tener un documento que diga que es quien ella decidió ser, es impactante, movilizante. Me lleva a cuando empezamos, a la primera vez que firmamos el formulario, cuando ella firmó por primera vez. Esperábamos que fuera un trámite más y no que se hiciera público”, dice Gabriela, en el living de su casa. Gabriela aceptó esta entrevista de Página/12 porque, quiere aclarar, fue el diario que se hizo eco del reclamo de su hija. Hoy dará una conferencia de prensa, pero después decidió guardar silencio y preservar a su familia del acoso mediático que tuvo en las últimas semanas, desde que trascendió la historia de la niña.
–¿Qué significa el DNI para Lulú?
–Queremos sacarle el DNI para ahorrarnos todas esas situaciones que teníamos cuando la llevábamos a la guardia. No me voy a cansar de repetirlo: voy con un DNI de un nene y hay una nena para ser atendida. La gente no entiende. Llevás la nena con el mentón abierto para coserla, con un broncoespasmo, con 39 grados de fiebre, con varicela y te dicen “Acá dice que hay un nene”. El DNI le da identidad, respeto. No vamos a pasar más una situación así. Ni escuchar comentarios como: “Pero parece una nena, ¿y tiene pene?”, o “¿Tiene los genitales atrofiados?”. No es un nene que quiere ser nena. Es una nena trans y tiene derechos, a estudiar, a practicar un deporte, a ir a un médico y que la atiendan como ella necesita. En todos lados piden el documento. La gente confunde identidad con orientación sexual. La tratan como homosexual.
–Se dijeron muchas cosas en los medios...
–Antes que nada quiero decir que no me senté en los medios para mostrar al mono del circo y para que se debatiera y los demás decidieran si la nena es nena o nene o si es una nena con pene. No. Agoté todas las instancias legales, todo lo que tenía que hacerse para que tuviera su DNI, para que su vida sea más fácil, para que no tengan que humillarla todo el tiempo. Es muy desgastador, no lo podés soportar. Hice el trámite el año pasado como dice la Ley de Identidad de Género que lo tiene que hacer una persona transexual menor de 14 años y llené el formulario. Pero a Lulú le negaron en aquel momento el DNI.
–Quizás lo que desorientó es la edad de Lulú...
–Pero todos los transexuales fueron chicos alguna vez. Si le preguntás a cualquier transexual, todo se resume y se vuelve a su primera infancia. Todos recuerdan lo que sentían cuando iban al jardín de infantes. Pero recibieron represión, castigo. Les dijeron “vos no sos, vos naciste con estos genitales entonces tenés que tener este género”. Pero los genitales no determinan la identidad de una persona.
–La diferencia con otras personas transexuales es que usted escuchó a su hija...
–Antes de escucharla la vi sufrir como no quiero volver a verla. Tenía un nene de dos años que tenía agujeros en la cabeza porque se le caía el pelo a mechones; no dormía, tenía pesadillas todo el tiempo, empezó a hacerse pis encima, no quería ir al baño, ni que la bañen, se hundía el pene hasta hacerlo desa-parecer, se presentaba delante de mí y me decía: “Así quiero, mamá”. Tenía terror de que se lastimara. Se daba la cabeza contra la pared.
A esa altura del recuerdo, a Gabriela se le llenan los ojos de lágrimas. “No es fácil”, dice, como disculpándose por la emoción. “Son situaciones muy difíciles –sigue contando–. No es que vino el nene y dijo ‘yo quiero ser nena’. Y yo le dije: ‘buenísimo, te pongo un vestido y salgamos a la calle y ya que está pedimos un documento’. Son cuatro años de lucha, dos años de no saber qué hacer. Primero consulté al pediatra y me dijo que necesitaba más presencia del padre, que era pasajero, que los chicos fantaseaban. Pero ella –dice Gabriela y hace una pausa para aclarar que no la puede nombrar en masculino aun cuando se refiere a Lulú cuando todavía era Manuel–, ella no me dice ‘quiero ser una nena’, me dice ‘yo soy una nena’, le explicaba al pediatra. Terminó en una psicóloga, la primera que consultamos, que aplicó un método correctivo: nos dijo que le teníamos que decir que era un nene y que cuando la viéramos con algo de nena, sacárselo. Yo no entendía por qué mi hijo decía que era una nena, por qué quería jugar con las muñecas, por qué no quería su cuerpo, por qué se mordía, se arañaba. Hubo mucho sufrimiento en esta familia. Esa psicóloga la terminó de destruir. Durante los seis meses que duró ese tratamiento o acompañamiento, la estábamos castigando, torturando, pensábamos que así se le iba a pasar. Tenía mi habitación cerrada con llave para que no me usara mi ropa. Finalmente la tuve que sacar de ese lugar y la llevé a otra psicóloga. Con cuatro años se plantó delante de mí y me dijo: ‘Yo no soy un nene, soy una nena y me llamo Lulú y si no me decís Lulú no te voy a contestar’. A esa altura llevábamos dos años de lucha: recorrimos psicólogos, neurólogos. Neurológicamente la nena estaba perfecta, no había motivos para tanta manifestación de disconformidad con todo, no lográbamos que encajara en nada. La nueva psicóloga me dijo que me hacía una derivación, que veía que tenía un conflicto con su género, pero que ella no era especialista. ¿A dónde voy? No sabía a quién consultar. Lo único que conocía por un documental era el caso de una nena transgénero de Estados Unidos. Yo no tengo computadora. Le pedí a mi hermana que buscara en Internet por favor un lugar adonde llevarla. Fue ahí que le mandó un mail a la licenciada Valeria Paván, de la Comunidad Homosexual Argentina, y ella contestó al día siguiente. A los dos días yo estaba sentada en su consultorio. Para todo el mundo que dice que yo necesito un psicólogo, le digo que hace cuatro años que estoy con acompañamiento psicológico y psiquiátrico. No porque yo tenga algún problema, sino porque necesito que me den herramientas y me digan cómo proceder.”
–Ya pasaron dos años desde que Lulú empezó el acompañamiento terapéutico con Paván. ¿Cómo está ella ahora?
–Al ser Lulú y al dejarla ser, duerme toda la noche, nunca más se le cayó el pelo, le creció hermoso, está feliz, contenta. Se acepta su cuerpo, que es lo que hace dos años estamos trabajando: que acepte que es una nena con genitales masculinos, que es una nena especial.
–¿Y cómo recibió la noticia de que pronto va a tener su nuevo DNI?
–Ese tema también generó muchos comentarios en los medios. Mucha gente dice cómo una niña de seis años tiene conciencia del DNI. Cómo no va a tener conciencia si sus preguntan eran: ¿por qué me dicen Manuel si yo soy Lulú? ¿Por qué el médico me dijo Manuel? ¿Por qué en la escuela me ponen en la fila de los varones? Y yo le respondía: sabes por qué... porque hay un documento que dice que porque vos naciste con un penecito sos un varón y tenés un nombre de varón. Le mostré mi DNI y le expliqué. Cuando salió la Ley de Identidad de Género, le dije que se quedara tranquila, que íbamos a hacer el trámite para que ese papel dijera que se llamaba Lulú y que nadie más la iba a tratar como varón. Ella sabe que teniendo ese DNI la van a tratar como una nena. Me dolió mucho escuchar ciertos comentarios en la televisión. Llegaron a decir que yo inducía a mi hija a ser nena. Yo invito a cualquier mamá que tiene un nene de 4, 5 o 6 años, a que le ponga un vestido, lo saque a la calle y le cambie el nombre, a ver cuánto tiempo ese nene tolera que cambien su identidad. Mi nena no sólo sale a la calle, va al jardín y pide que se la respete.
Gabriela le armó a su hija un álbum de fotos que refleja su transformación. Ver las fotos de Lulú cuando era Manuel, con su hermano mellizo, cuando tenía un año y cómo fue cambiando como una crisálida hasta convertirse en la niña que es hoy es muy conmovedor. El cabello cortito con hebillitas, más adelante dos colitas, las polleritas, las calzas. Lulú con un disfraz de princesa, en su clase de patín posando como cualquier niña de su edad.
–¿Qué la llevó a hacerle el álbum y regalárselo?
–Ella empezó a cambiar. Ella se transformó. Dejó de ser el nene que yo tenía y pasó a ser una nena. El cambio fue impactante para todos. Las fotos de nene eran las de un nenito triste, sus ojos eran tristes. Ella sabe de su pasado. No tiene por qué ocultarlo. Esta es su historia y así lo vive. Acá, en este álbum, está la transformación y ves la carita cómo le fue cambiando. Le fue creciendo su pelito. En lugar de disfrazarse con ropa mía o de cotillón, hoy tiene su propia ropa. Este es la lucha de ella. Acá está el deseo de Lulú, no el mío. Yo la acompañé. En este cambio, no está mi deseo de tener una parejita, como escuché que algunos decían en la televisión. Yo tuve dos hijos y estaba feliz. Lo único que hice fue escucharla. No recomiendo estar en este lugar, se sufre mucho. Ahora le están otorgando el derecho que ella tiene de existir legalmente.
–¿Cómo piensa la vida de Lulú hacia adelante?
–Sigue la lucha. Ella tiene que seguir queriendo su cuerpo, queriéndose. Hay que hacer mucho hincapié en su autoestima. No vamos a cambiar el mundo. Lo importante es hacerla fuerte a ella para que pueda resistir lo que el otro no comprende, porque la van a atacar por ser diferente.
La situación económica de Gabriela es muy endeble: es jefa de hogar. El papá de los chicos se separó de Gabriela y no le pasa cuota alimentaria. Ella está dedicada a llevar a sus hijos al acompañamiento terapéutico que necesitan y no puede buscar un trabajo que le demande muchas horas. Se gana la vida haciendo pizzas caseras y vendiéndolas en bicicleta por el barrio y apenas logra juntar unos 200 pesos por semana. Recibe alguna ayuda económica de gente amiga. Pero no le alcanza para mantener la casa, que tiene el techo sin terminar y se le llueve adentro.
–Al principio prefirió no dar la cara para preservar la identidad de Lulú. ¿Qué cambió ahora?
–Luchamos tanto... Yo le enseño a mi hija los mismos valores que mi mamá me enseñó a mí: la frente en alto, orgullosa de lo que sos y orgullosa yo, como mamá, de lo que ella es, y de la lucha que tuvimos que dar por Lulú, y por todas las Lulú que vendrán detrás.
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