Los 17 chicos que conviven actualmente en el Hogar Juan XXIII –que se inició, hace más de 40 años, brindando talleres– llegaron allí por derivaciones judiciales. En algunos casos no tenían familia que respondiera por ellos, en otros habían sido víctimas de distintas violencias; el más pequeño tiene 8 años, el mayor 16. Con ellos viven educadores y colaboradores, que en total son 9 y cumplen distintas funciones: cuidar la casa, lavar la ropa, preparar las comidas del día, llevarlos y traerlos de actividades fuera del Hogar (como la pileta del club del barrio).
“Salvando las distancias, venimos a ocupar el lugar de un hermano mayor”, explica Correa, quien habla como un señor maduro aunque sólo tenga 29 años, mientras de fondo suenan los ladridos del nuevo cachorro que adoptaron los chicos. El lema es “vivir como una familia normal”, y por eso los chicos que hayan sido previamente escolarizados concurren a clases fuera del Hogar, mientras que a otros, “que tal vez llegaron con 12 años y una escolaridad de 2º grado y podían tener dificultad en una escuela normal al tener compañeritos de 6”, se les dicta clases en un aula del Hogar especialmente acondicionada como escuela primaria para adultos, a la que concurren también alumnos del barrio.
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