“Lo mío era más casero. Hacíamos ciencia igual, pero como improvisando, inventando aparatos de observación, porque era divertido. Nunca fui en busca de otra cosa. Ni gloria ni dinero, ni ciencia ni saber: quería pasarla bien. Y en el naturalismo encontré, no sé, la fuente de Juvencia. Parece que algo encontré que me sirvió para estar 30, 40 años detrás de pajaritos y huevitos.” Con 80 años, Samuel “Tito” Narosky todavía tiene frescas las palabras de ese tío que cuando veía su pasión por el naturalismo sólo atinaba a exclamar: “Siempre con pajaritos y huevitos”. Es presidente honorario de la ONG de observadores Aves Argentinas; autor de quince libros de, sobre y para naturalistas; pionero: suya y de Darío Yzurieta, otro observador apasionado que fue su socio en el terreno, fue la primera Guía para la identificación de aves de Argentina y Uruguay escrita por argentinos. También incorporó especies de aves a la lista de las que pueden encontrarse en Argentina; una de ellas, el capuchino de collar, fue reconocida como novedosa por la ciencia.
Es una tarde cualquiera y en su oficina, mientras gestiona los destinos de un empresa dedicada al aluminio, Tito también admite que la observación de la naturaleza pudo haber cambiado en las últimas cuatro o cinco décadas, y que quizá, al menos en esta parte del mundo, alguna injerencia él puede haber tenido.
–La naturaleza me gustaba desde siempre, de nacimiento, pero vivía en una ciudad, en Bahía Blanca primero y después en los alrededores de Buenos Aires. Sólo cuando tenía 10 años tuve contacto con la naturaleza, porque me invitó una tía a hacer un paseo por un pueblito de campo. Se ve que lo tenía muy adentro, porque estar ahí fue un deslumbre: me sentía como Alicia en el país de las maravillas. Ahora, si la pregunta es cuándo empecé a observar, la respuesta es “mucho después”.
Era 1966, Tito andaba por los treinta y pocos. Hasta entonces no sabe cómo, pero se había contenido. Entonces no lo hizo más. “Tenía otro ímpetu, fue como un despertar de esas emociones infantiles. Y desde ahí no paré”. Diez años después publicó su primer libro, Entre hombres y pájaros. Andanzas de un naturalista. Y ya no paró. “Recorrí sin motivo la naturaleza. Bah, con un motivo fuerte interno, ninguno externo, digamos.”
–Porque sí.
–Claro. Y al mismo tiempo fui creando condiciones en derredor, encontrando amigos, procurándolos. Cuando empecé, en el país se podían contar con los dedos de una mano a los naturalistas que soñaban con mirar pájaros o encontrar rarezas. Y justo encontré por entonces a un compañero ideal para eso, Darío Yzurieta, que fue el dibujante de la guía. El tampoco tenía ningún objetivo más que salir. Era pintor de obra mi amigo Yzurieta, y tenía una condición natural fantástica para el dibujo. Pero era un aficionado mínimo, como yo. Yo no tenía nada que ver con eso tampoco. Pero salíamos y pasábamos horas de gloria. Siempre digo que el comienzo fue como una luna de miel con la ornitología.
Yzurieta fue el señor que dibujó a cada una de las cientos de especies de esa guía que hoy trae fotos, checklist, cd con cantos de aves en mp3. Fines de los ’60, principios de los ’70: Narosky y él salían a observar todas las semanas al principio; con los años, cuando los trabajos y las mudanzas se imponían, espaciaban quizá hasta dejar pasar un mes entre salida y salida, pero también se desquitaban con “aventuras” –así dice Tito– de larga duración. Observaron “el país de punta a punta”, y lo atestiguan las anotaciones de Malvinas, Formosa, Chaco, Jujuy. Tito dice que todo fue “siempre en busca del elusivo pájaro azul de la felicidad”.
A mediados de este año Tito cumple los 81. De tanto en tanto sigue observando, aunque con menos asiduidad. En parte porque sale menos, pero también porque “ya no tengo el impulso, la energía, ya no tengo el deseo de ser puntero, que eso me movió mucho”. La naturaleza sigue ahí, pero la magia es otra. Es como si antes algo hubiera estado esperándolo, como si una intuición lo empujara, como si todo le dijera que había algo por descubrir. “Pero ahora sería volver. Y seguir por la misma senda para ver si aparece algo nuevo es cansador. Ya está cumplido el desafío. Podés empezar de otra manera, con otros parámetros, pero no tengo ganas.”
–La comparación con Cristóbal Colón es exagerada... pero ponele: cuando Colón llegó acá todo era nuevo, distinto, fácil. Me pasó lo mismo. Busqué eso. Y habiendo encontrado la felicidad en el encuentro con la naturaleza busqué transmitirla en charlas, mesas redondas, conferencias, libros y haciendo periodismo. Sé que encontré un tesoro en la naturaleza que muy pocos conocen. Sería muy egoísta de mi parte no contar que lo encontré y me lo llevé para mí, para mi casa. La intención no es convencerlo al otro, sino, si tiene ganas, mostrarle un camino.
–¿Todavía hay terreno para la observación?
–Un terreno infinito. Van cambiando los modelos de observación, se profundiza el conocimiento, cada vez se sabe más, y eso permite que uno dé una vuelta de tuerca y analice otro aspecto. Yo no estoy en lo más moderno, y tampoco quiero estar, porque para mí fue divertimento. Y tampoco quiero competir con quienes fueron mis discípulos, o con los discípulos de mis discípulos. Igual se profundiza el conocimiento: ¿yo qué sé de las neuronas de un chingolo? Nada. Pero alguien estudió eso, y de eso se dedujo que las neuronas, por lo menos en las aves, se reemplazan cuando mueren. Nosotros creíamos que no y resulta que sí. Es sólo un ejemplo de que puede ser infinito todavía el terreno para esto.
Hermano del conservacionista Adelino –fallecido en 2010– y del escribano y escritor José, Tito dice que ya no tiene dudas: el naturalismo dio sentido a su vida. Que no cree que el ser humano tenga más destino que “reproducirse, seguir la especie, como los animales”, pero que “el sentido de uno, la pasión absorbente” es lo que cambia. “Cada uno encuentra un sentido en su vida.”
–El suyo era éste.
–Para mí está claro que sí. Un prologuista me escribió una vez: “La vida nos es dada vacía y hay que llenarla por cuenta propia. Narosky la llenó de pájaros”.
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