El Gobierno extendió el cierre del canje de deuda pública en default hasta el martes de esta semana. Además de solucionar problemas contractuales pendientes con el resto del mundo, la renegociación busca facilitar la colocación de nueva deuda en los mercados financieros internacionales. Hasta el desencadenamiento de la crisis helvética el mercado se mostraba líquido y optimista. El regreso a la arena de las finanzas globales debe ser tomado con suma cautela, si bien podría permitir obtener fondos frescos y quizá baratos. En particular, debido a la dudosa contribución del financiamiento externo a la inversión y la sostenibilidad de los procesos de desarrollo económico.
En los años noventa Argentina buscó resolver sus problemas económicos con la ayuda de los capitales externos. Siguiendo las recomendaciones de las instituciones financieras internacionales, el Gobierno promovió un entorno macroeconómico estable y un ambiente “amigable” para los capitales internacionales para atraer al ahorro externo: seguridad jurídica, el establecimiento de reglas de juego claras, y especialmente la desregulación de la cuenta capital del balance de pagos. Ese clima favorable al mercado, se argumentaba, jugaría un papel doblemente beneficioso para el desarrollo económico. Los capitales internacionales no sólo aportarían las divisas necesarias para superar problemas de balance de pagos, sino que además permitirían incrementar la inversión.
El financiamiento externo incrementó la formación bruta de capital en los años noventa vis-á-vis los deprimidos niveles de los ochenta, pero no promovió tasas de inversión como las observadas en los países con procesos de de-sarrollo exitosos. Entre 1993 y 1998, en un contexto en que los recursos provenientes del resto del mundo representaban en promedio poco más del 3,5 por ciento del Producto, la inversión en Argentina fue del orden del 20 por ciento del PBI, marcadamente inferior a los niveles observados en las economías asiáticas, donde ésta se ubica en torno del 30 por ciento.
Si bien a priori el ahorro doméstico o el externo deberían ser equivalentes en términos del financiamiento de la inversión, en la práctica ello no es necesariamente así. Por un lado, porque a diferencia de lo que en muchas oportunidades se sugiere desde los organismos internacionales, el financiamiento externo puede incrementar la inversión, como en China durante los ochenta, pero también puede sustituir al ahorro nacional y promover booms de consumo y el endeudamiento y refinanciamiento de los pasivos de los sectores público y privado, como en Argentina durante los noventa. Así, mientras en el primer caso el ahorro externo favorece el crecimiento sostenido, en el segundo genera las condiciones necesarias para una crisis económica.
Por otro lado, porque la inversión no se expande con financiamiento externo sino con la presencia de oportunidades de inversión. Estas dependen del crecimiento de la demanda agregada, las complementariedades con la inversión pública, la rentabilidad y competitividad de las actividades productivas y el costo del financiamiento, entre otros factores. En la medida en que las políticas económicas o el contexto internacional favorezcan tales condiciones, la economía generará el ahorro nacional necesario para su financiamiento. Al menos ello sugiere la experiencia argentina reciente. Entre 2003 y 2008, antes de que los efectos de la crisis financiera internacional afecten a los países en desarrollo, la inversión en Argentina creció un 50 por ciento y alcanzó el 24 por ciento del PBI en 2008 y fue enteramente financiada con ahorro nacional, el cual en 2008 alcanzó casi el 27 por ciento del PBI.
El acceso a los mercados de crédito internacional puede tener implicancias positivas, como por ejemplo una reducción del costo de financiamiento e incluso la consecución de recursos para financiar políticas contracíclicas, pero no es condición ni necesaria ni suficiente para el desarrollo económico
* Investigador, docente UNGS y economista AEDA.
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