Clara, con dramaturgia y dirección de Sofía Wilhelmi, es sobre todo una comedia. Pero por momentos es un thriller y también tiene destellos de telenovela y drama. De hecho, la primera escena es más bien triste, aunque habilite risas: hay un doctor (Javier Pedersoli) a quien no paran de sonarle varios teléfonos, una radiografía colgada detrás suyo, y un hombre que llega al consultorio desesperado porque su mujer tiene cáncer, con el agravante de que corre el año 2001. Este neurocirujano es el único capaz de salvarle la vida. Y con total frialdad se niega, porque a Santiago (Agustín León Pruzzo) no le da el bolsillo para afrontar la intervención a la que su mujer debe someterse. Después de esta primera escena, Clara (jueves a las 21 en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960) se convierte en otra cosa. Y quizás sea éste uno de los modos posibles de aproximarse al espectáculo: aquí, en este escenario, nada ni nadie es lo que parece.
Va a haber un secuestro a modo de venganza, y el resto de la obra es lo que sucede en medio de esa secuencia. Todo un desafío para los cinco actores, porque el texto parece escrito para que ellos brillen, para que se ubiquen en primer plano, sin que ningún otro elemento compita con ellos. Y lo que les toca actuar no es fácil: están obligados a sostener la atención y la tensión de una única circunstancia que es álgida, pero al mismo tiempo deben lanzarse a buscar la risa y la complicidad del público. Francisco Prim compone a un novio extravagante y tan enamorado que da envidia; Ezequiel Tronconi es un vecino preocupado por la inseguridad; y Claudio Mattos es Abel, hermano de Santiago, un actor que no para de actuar.
Pero nadie aquí puede ser definido con determinación. Las etiquetas son una ficción, quizás. ¿Qué o quiénes somos para los otros? Estos personajes, todos, van a cambiar. Como cambia Clara. Van a terminar mostrando algo que ocultan. Sus objetivos primero son unos, luego otros. Y este sentido termina de configurarse con el enorme ropero que forma parte de la escenografía –varias puertas oscuras de melanina, con manijas plateadas–, que para la historia cumple varias funciones: allí está colgada la radiografía en la primera escena, por allí entran y salen los personajes; también en algún momento es lo que es, un mueble convencional. Pero la fuerte presencia de esas puertas y cajones detrás de la acción parece sugerir algo más: uno de los temas de la obra es la homosexualidad, y habrá en Clara quien de pronto sale del closet. El diseño del espacio es de José Escobar; las luces, de Diego Becker.
A Clara el público no la conoce más que por su nombre: es la mujer que murió a causa del tumor. Su cáncer funciona como metáfora de un país estallado. Su cáncer es el del país, y el médico bien podría ser el funcionario devenido asesino. Casualmente o no, así como detrás de la historia hay una mujer, detrás de este espectáculo de fuerte energía masculina, de mucho humor, sostenido en la química de cinco actores hombres, hay una mujer: la dramaturga y directora, también actriz, Sofía Wilhelmi. Podría pensarse, entonces, que la obra entrega una visión femenina sobre la masculinidad y la homosexualidad, pero no se hace tan evidente.
Con alusiones a Shakespeare y algunas citas de sus obras, se instala el tema de la muerte. Y, también, el teatro dentro del teatro. No sólo la intertextualidad con el autor de Macbeth introduce en Clara al teatro como tópico, también la insistencia de Abel en actuar permanentemente. El personaje desliza algunas reflexiones, como cuando menciona “la cantidad de gente con problemas que se acerca al teatro”. Al fin y al cabo, la obra pareciera sugerir que la vida misma también es un escenario, porque, a veces, para salvarse, para esconderse, para no sufrir, no queda otra que actuar. Que actuar en el sentido de convertirse en otro.
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