El arte moderno –ahora más que nunca– exige el bálsamo de la risa. El fantasma de la judicialización de la literatura entró al escenario para adelgazar la complejidad de la creación. Que los escritores tengan que declarar en tribunales sobre procedimientos y experimentos literarios ya no pertenece al terreno de lo fantasioso. Pablo Katchadjian, autor de El Aleph engordado (IAP, Imprenta Argentina de Poesía), libro que toma el cuento de Jorge Luis Borges y lo interviene para abrirlo y generar un nuevo texto más zumbón que el original, está sumergido en un denso laberinto judicial desde que María Kodama, heredera de los derechos de la obra de Borges, le inició en 2011 una querella penal por defraudación a los derechos de propiedad intelectual. Aunque el escritor fue sobreseído en primera instancia, el abogado de Kodama, Fernando Soto, apeló (ver aparte). La Cámara de Apelaciones confirmó el sobreseimiento con mayor vehemencia que en la primera instancia. Pero Soto volvió a apelar este segundo sobreseimiento y la Cámara de Casación le dio la razón a la querella. El mismo juez de instrucción que lo sobreseyó, Gustavo Carvajal, lo procesó nuevamente el 18 de junio pasado y ordenó trabar un embargo por 80 mil pesos. Ricardo Straface, escritor y abogado de Katchadjian, apeló el procesamiento y ahora habrá que esperar. La comunidad literaria, preocupada y consternada por las peripecias de este “caso”, convocó a un acto de apoyo a Katchadjian, el próximo viernes a las 18 en la Biblioteca Nacional.
En la posdata de El Aleph engordado, edición que tuvo una tirada de 200 ejemplares, Katchadjian (Buenos Aires, 1977) explica: “La posdata del 1º de marzo de 1943 no figura en el manuscrito original de ‘El Aleph’; posterior a la escritura del cuento, es el primer agregado y la primera lectura de Borges. Esta posdata es la única parte que quedó intacta en este engordamiento. El resto, de aproximadamente 4000 palabras llegó a tener más de 9600. El trabajo de engordamiento tuvo una sola regla: no quitar ni alterar nada del texto original, ni palabras, ni comas, ni puntos, ni el orden. Eso significa que el texto de Borges está intacto pero totalmente cruzado por el mío, de modo que, si alguien quisiera, podría volver al texto de Borges desde éste. Con respecto a mi escritura, si bien no intenté ocultarme en el estilo de Borges tampoco escribí con la idea de hacerme demasiado visible: los mejores momentos, me parece, son esos en los que no se puede saber con certeza qué es de quién”. Las adhesiones al escritor aumentan en alephengordado.blogspot.com y en Facebook. Hay más de 2500 artistas que han expresado su apoyo a Katchadjian: Ricardo Piglia, César Aira, Edgardo Cozarinsky, Sylvia Molloy, Hebe Uhart, María Pía López, Sergio Bizzio, Graciela Speranza, Tamara Kamenszain, Leopoldo Brizuela, Elsa Drucaroff, Juana Bignozzi, Damián Tabarovsky, Claudia Piñeiro, Alan Pauls, Carlos Gamerro, Gustavo Nielsen, Oliverio Coelho, Juan Terranova, Federico Jeanmaire y Juan Diego Incardona, por mencionar apenas un puñado, además de varios escritores latinoamericanos como Ercole Lissardi (Uruguay), Mario Bellatin (México), Silviano Santiago (Brasil) y Dani Umpi (Uruguay).
“El comienzo es carnavalesco”, recuerda Straface en el bar Varela Varelita, un lugar que conoce como la palma de su mano, adonde han llegado las cámaras de los canales de televisión para filmar a Katchadjian. La querella la promueve Fernando Soto, el abogado de Kodama, y el juez le dice: “No me consta que Borges sea el autor de ‘El Aleph’”. El abogado se enloquece, ¡pero cómo que no le consta, es un hecho público y notorio! Entonces acompaña el expediente con un ejemplar de la revista Sur, donde se publicó por primera vez “El Aleph”. “Guárdelo en una caja fuerte, mire que esto vale una fortuna.” El juez le dice: “Esto no me acredita nada”. Entonces Soto le presenta el registro de la propiedad intelectual donde está registrado “El Aleph”. El juez le dice: “Bueno, está bien, ‘El Aleph’ era de Borges, pero no me consta que Kodama sea la heredera. Soto le llevó el testamento. A todo esto pasó un año. El juez tiene dos opciones cuando le denuncian un hecho presuntamente delictivo –porque esto es una denuncia penal, no tiene que ver con un reclamo económico, que es por vía civil–: citar a indagatoria al imputado o ponerle en conocimiento de que existe una imputación contra él y ofrecerle dar explicaciones por escrito. Esta segunda opción es la que eligió el juez. Nosotros dimos las explicaciones por escrito”, subraya Straface, autor de una biografía sobre Osvaldo Lamborghini y de varias novelas como La boliviana, La transformación de Rosendo y Frío de Rusia, entre otros títulos.
A Katchadjian se lo imputa por defraudación a los derechos de propiedad intelectual, figura contemplada en el artículo 72 de la Ley 11.723. Se considera casos especiales de defraudación: a) “El que edite, venda o reproduzca por cualquier medio o instrumento, una obra inédita o publicada sin autorización de su autor o derechohabientes”; b) “El que falsifique obras intelectuales, entendiéndose como tal la edición de una obra ya editada, ostentando falsamente el nombre del editor autorizado al efecto”; c) “El que edite, venda o reproduzca una obra suprimiendo o cambiando el nombre del autor, el título de la misma o alterando dolosamente su texto”; d) “El que edite o reproduzca mayor número de los ejemplares debidamente autorizados”. Straface revela que el problema es el inciso “c”. “El Aleph engordado, si bien agrega palabras al cuento y le cambia el título, no lo hace dolosamente porque al final tiene una posdata donde dice claramente que el texto es de Borges y explica cuál es su intervención sobre ese texto. Entonces explicamos que este procedimiento está en el marco de una gran tradición de la literatura y del arte contemporáneo. Y pusimos varios ejemplos, el más paradigmático es La Gioconda con bigotes de Duchamp y ‘Pierre Menard, autor del Quijote’” de Borges. La ley es vieja, de ladécada del 30, pero con esta ley bien interpretada y bien aplicada no habría problema. El juzgado de primera instancia aceptó nuestro argumento y sobreseyó a Pablo. El abogado de Kodama apeló y la cámara de Apelaciones aceptó este argumento y fue más enfática. El abogado volvió a apelar y la cámara de Casación, sin entrar en el “dolosamente”, revocó el sobreseimiento. Volvió a primera instancia, el juzgado lo citó a Pablo a prestar declaración indagatoria y lo hizo reproduciendo las explicaciones que habíamos dado por escrito. El código procesal dice que después de la indagatoria el juez tiene diez días para pronunciarse por la situación procesal del indagado; diez días que a veces se estiran, pero no tanto. En este caso, se tomó cuatro meses para dictar un procesamiento con razonamientos calcados de la Cámara de Casación. O sea: borró con el codo lo que había escrito con la mano, entendiendo, razonablemente, que estaba obligado por lo que dijo la cámara, porque la cámara de Casación es un tribunal de apelación extraordinaria en cuestiones de derecho que fija la interpretación correcta de ley y los tribunales inferiores se tienen que atener a eso. Yo apelé porque pienso que tengo una posibilidad, un resquicio como para que la cámara no se sienta obligada por lo que resolvió Casación. Pero la esperanza es muy pequeña. Mi pronóstico es que podría ir a juicio oral”, anticipa Straface.
–¿Es mejor o peor que vaya a juicio oral?
Ricardo Straface: –Es peor porque hay riesgo de una condena de un mes hasta seis años. Y una condena de tres años y un día es de cumplimiento efectivo. O sea que puede ir preso.
Pablo Katchadjian: –La idea es que no va a pasar, sería muy delirante, ¿no?
R. S.: –El juez de primera instancia, los tres jueces de la Cámara de Apelaciones, los tres jueces de la Cámara de Casación, la fiscal, el abogado de Kodama y yo ya somos diez... El fiscal el tribunal oral, once, y los tres jueces del tribunal oral, catorce... Seríamos catorce abogados, gente grande que, cuando en Argentina está ocurriendo un femicidio por día, estamos discutiendo si mandamos a prisión al autor de este modesto libro. ¡Es una cosa de locos, no lo puedo creer! Los jueces no tienen por qué saber diferenciar un procedimiento literario de un plagio. Eso nos costó mucho explicárselos, pero lo explicamos bien y nos dieron la razón.
Straface sale del bar unos minutos para fumar un cigarrillo. Liberado de las cámaras de televisión, Pablo pide otro café y con la cucharita revuelve el fastidio, la rabia y el estrés de esta “pesadilla”. Demasiado absurda, pero lamentablemente tan real como el cansancio que le crece desde los párpados al autor de El Martín Fierro ordenado alfabéticamente, Qué hacer, La cadena del desánimo y La libertad total, entre otros libros. “Andan diciendo por ahí que la literatura es la literatura, pero la ley es la ley, que me tengo que hacer cargo. No, no es así. Lo más evidente es que la ley no está en contra de este libro, ¿no? En un momento Soto trató de usar un caso en el que habían condenado a un vendedor de películas truchas, un mantero. “Están tratando de hacer pasar esto como si fuera una obra de piratería, una basura total que hice con un texto de Borges porque estoy loco y quiero piratear textos de una manera perversa”, ironiza el escritor.
–Ni en las peores pesadillas imaginó llegar a una situación así, ¿no?
–No, para mí está bien lo que hice. No creo haber molestado a nadie ni perjudicado a nadie económicamente.
–¿Cómo empezó la idea de abrir el cuento de Borges?
–Se me ocurrió la idea y la anoté en la libreta y agarré el cuento y empecé abrirlo. Lo hice con mucho cuidado, lo revisé, lo corregí. Puede gustar o no, pero está escrito bien; es una cosa hecha con delicadeza, hay una propuesta de algo, no es un gesto vanguardista. Es un trabajo literario. Al epígrafe de Hamlet que cita Borges en “El Aleph” –“O God! I could be bounded in a nutshell, and count myself a King of infinite space” (O Dios!, podría estar encerrado en una cáscara de nuez y considerarme Rey de un espacio infinito)–, le agregué una frase que Borges omitió: “O God! I could be bounded in a nutshell, and count myself a King of infinite space, were it not that I have bad dreams” (O Dios!, podría estar encerrado en una cáscara de nuez y considerarme Rey de un espacio infinito, si no fuera que tengo pesadillas). Borges le había cambiado el sentido al epígrafe de (William) Shakespeare. Cuando leés el epígrafe cortado, parece muy positivo, pero con la parte que faltaba el sentido cambia. El abogado de Kodama dijo: “¡Encima engordó a Shakespeare!..” (risas).
La estrategia de Soto –advierte Katchadjian– apunta a mostrarlo como un escritor intransigente que se quiere victimizar y busca publicidad. “El dijo que nos había ofrecido que le pagáramos un peso de indemnización y que renunciaba a sus honorarios y a la querella, pero es mentira. El pidió ese peso de indemnización, una declaración en la que yo pidiera disculpas, más el pago de sus honorarios y los honorarios de la mediación, pero no renunciaba a la querella. Si hacía todo esto no me iniciaba –además del juicio penal– un juicio civil. Es muy choto lo que está haciendo, está tratando de ensuciarme diciendo que busco publicidad. En general, casi no presento mis libros ni doy entrevistas. Aparte es una publicidad que no está buena porque quedo pegado a un conflicto judicial. Desde que empezó esto en 2011 no di entrevistas sobre el tema. Ahora decidí cambiar porque estoy procesado. Es horrible que mientan sobre uno. Que alguien salga a difamarte en los medios es muy desagradable. Yo no me quiero victimizar, para mí el libro está muy bien y lo haría de vuelta.”
–Borges intervenía los textos, se los apropiaba y los reescribía, ¿no?
P. K.: –En “Pierre Menard...” está esa cita en la que dice que el Quijote era un libro ameno, ahora es objeto de monumentos, billetes, ediciones de lujo Y dice que la gloria es una incomprensión y quizá la peor. Es la idea de cómo la fama monumentaliza el libro y finalmente hace que no se lo pueda entender. La profanación es una forma de sacar un texto de la muerte y volverlo a la vida; es sacarlo de lo sagrado, de lo divino y llevarlo al mundo de los hombres. La profanación es algo positivo porque restituye las cosas a los hombres. La profanación no es un saqueo.
R. S.: –Lo que hay que judicializar es el afano, no una intervención artística. Este es el centro de la cuestión.
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