Desde Puerto Madryn
El mar patagónico es una poderosa batería para los porteños que sondean el sosegado vaivén de las aguas, buscando alguna clave que permita aprehender esa inquietante inmensidad. “Este lugar conmueve hasta a una piedra”, dijo Alfredo Lichter, escritor y naturalista que preside la Fundación Ecocentro. ¿Dónde establecer, a simple vista, el límite entre el cielo y el océano? Mejor no intentarlo, es imposible. Si a Borges le debemos el hecho de haber convertido en obra maestra el género de la dedicatoria impresa, al escritor platense Gabriel Báñez, flamante ganador del Primer Premio Internacional de Novela Letra Sur con La cisura de Rolando, le corresponde el mérito de haber transformado la dedicatoria oral, en vivo y en directo, en un arte contaminado por el stand up comedy: “Les dedico este premio a las ballenas, que con tanta puntualidad y sensatez se acercan a la costa para mirar a la gente.” Nadie se animó a comprobar si alguna ballena pegó un salto, festejando con sus piruetas la mención, pero los patagónicos aplaudieron a rabiar al escritor, ese pelado que piloteó con ironía su asumida “incapacidad para hablar”.
Báñez confesó que estuvo casi dos días “secuestrado” en un hotel de Madryn, ciudad por la que siente un modo de devoción especial llamada debilidad, felizmente escondido de los periodistas. “Un amigo de la infancia, Ignacio, cuando le comenté que había ganado, me dijo: ‘¡Cuidado!, porque vos fracasando sos muy bueno’.” Pero el chiste más festejado, al menos para los que conocen el paño del mundillo editorial, llegó cuando anunció una mala noticia: “No se trata de la historia de un chico huérfano que entra en una escuela de magia”. Y para rematar, todavía con algunas carcajadas de fondo, anticipó una buena noticia ante el jurado que lo consagró ganador por unanimidad: La novela ganadora, afortunadamente, “no es un plagio”.
Báñez, atención, escritor silencioso de perfil bajísimo, es un notable narrador que prometió comprarse un telescopio con parte de los 50 mil pesos del premio. “Lo voy a usar cuando vuelva para mirar mejor a las ballenas”, bromeó el autor de La cisura de Rolando, que se publicará en diciembre por la editorial El Ateneo. “Ducho en ser segundo”, el ahora ganador repartió agradecimientos a diestra y siniestra, pero sorprendió, menos que con la asombrosa y simpática dedicatoria a las ballenas, cuando en un gesto atípico, en una ceremonia con poco almidón, le agradeció al resto de los participantes del concurso. “Todos estamos a la espera de algo o de alguien, todos somos participantes y estamos siempre participando”, reconoció. “El humor es el recurso de la de-sesperación”, señaló el escritor y periodista platense; una frase que suena, sin serlo pero acaso queriendo, un tanto chejoviana.
Antes de la pasada excepcionalmente teatral del ganador, subió al escenario el habilidoso y entrenadísimo Juan Sasturain, uno de los miembros del jurado integrado también por Claudia Piñeiro y Martín Kohan. “Es muy lindo anunciar un premio. La novela es muy buena”, resumió Sasturain. “Los premios literarios tienen mala fama, se dice que están arreglados, pero yo estoy casado con un Premio Planeta (por Liliana Esclair)...” El autor de Manual de perdedores y Arena en los zapatos, entre otros títulos, propuso hacer un inventario temático de lo que se ha ido escribiendo en la Argentina, con las novelas que se presentan al premio Alfaguara, Clarín, Planeta, “para ver qué tenemos en la cabeza y las historias que andan circulando por ahí”. Apelando a una metáfora futbolística, confirmó que “escribir una novela no es fácil, hay que tener mucho aguante”. Martín Kohan destacó un principio que suele utilizar para premiar una obra. “Prefiero una novela que está bien, pero ha corrido riesgos; acierta, arriesgándose.” La novela de Báñez, según Kohan, tiene “un sujeto desmembrado, desintegrado, pero el narrador es muy potente y tiene un enorme poder de captura sobre el lector”.
Cuando sonó el teléfono en su casa de La Plata y le avisaron que había ganado, el escritor vivió un momento de perplejidad. “Me llamó Marcos Mayer (responsable de la preselección de las diez obras finalistas) y estuve a punto de cortarle –admitió Báñez durante la conferencia de prensa–. Le dije: ‘¿Es una joda?’. Hasta que lo acepté cuando fui a la página de Letra Sur y vi que estaba entre los finalistas.” La cisura de Rolando completa el magma de las obsesiones del escritor platense. “Casi todo lo que he escrito tiene que ver con lo disfuncional, está cerca o lo roza”, aseguró. Cultura, publicada en 2006 por Mondadori, es el relato de un escritor y editor, Ibáñez, que es disfuncional. “En este sentido, porque reincidí en este tema, a lo mejor sospecho que en alguna medida, mayor o menor, todos somos un poco discapacitados –explicó–. La versión que doy de la cultura en esa novela me gusta llamarla ‘en miligramos’. Muchos dicen que es una parodia de la cultura oficial; puede ser en la superficie, pero me parece que es un acercamiento a la medicalización actual, al encarnizamiento psiquiátrico en todo caso.”
El escritor platense no pretende hacer un análisis de la disociación. “Cuando me acerco al tema o la disfunción se acerca a mí, el ‘yo’ está dentro de esa disociación. No la miro con una actitud diseccionadora y analítica.” La cisura de Rolando está narrada en dos momentos. Rolando, un chico de unos diez años, pierde el habla, queda afásico. “Uno supone que la pérdida del habla es una incapacidad, pero para el personaje es lo más natural del mundo; los que se disocian son quienes rodean a Rolando”, subrayó el ganador del Primer Premio Internacional de Novela Letra Sur. El segundo momento de la novela toma al mismo personaje a los cuarenta y pico, cuando sufre una crisis crucial. “Entonces acude a la terapia lacaniana, a través de la que hago un homenaje al lenguaje, porque Lacan es lenguaje y es ficción –planteó el escritor–. Tanto la primera parte como la segunda tienen que ver con una estructura, hay un punto muy vinculante, no sólo es el mismo personaje en dos momentos de su vida, sino que hay una estructura técnica que los une, que la llamo ‘la estructura del coyote y del correcaminos’, prueba error, prueba error, ¡bip! ¡bip!, lo intenta agarrar se escapa, lo intenta agarrar se escapa.”
“Escribo porque no sé hablar” es la primera oración de La cisura de Rolando. “Esa frase pertenece al reservorio natural de los escritores; creo que se escribe con 200 o 300 palabras, no más, pero dentro de esas palabras hay un reservorio lingüístico que pertenece al orden de lo afectivo, un bastión idiomático que empieza en la infancia –fundamentó Báñez–. Algunas palabras me parece que son verdaderas, tienen peso específico, textura. La frase ‘escribo porque no sé hablar’, no digo que sea auténtica. A mí la palabra auténtica no me gusta, como tampoco me gusta la palabra literatura; prefiero la palabra escritura. La palabra literatura es canónica, es un fósil; la palabra escritura es imperfecta, es orgánica, incluye el error y yo soy un fanático del error.” Con el insondable mar de fondo, en una tarde nublada y ventosa, Báñez dijo que “el lenguaje es la partera del pensamiento”. Pero cuando escribe, precisó, “no tengo un plan concebido, me dejo llevar”.
A Báñez, que nació en La Plata en 1951 y es periodista del diario El Día, la consagración le llegó después de haber publicado casi una docena de novelas. Como el correcaminos, el escritor intenta escapar del asedio de los coyotes con cámaras, grabadores y micrófonos, que lo persiguen por el Ecocentro. Pero, al fin y al cabo periodista, se deja atrapar, de a ratos por sus colegas, hasta que ¡bip! ¡bip! avisa que ya es suficiente, regala una última frase, “¡qué ciudad hermosa para vivir!”, y se deja llevar, dichosamente contaminado, por las callecitas de Madryn.
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