Un par de años atrás, desde Eudeba surgió una idea brillante: reeditar los Cuentos del Chiribitil, aquella colección del Centro Editor de América Latina que marcó la infancia de muchos, con una propuesta de avanzada en textos e ilustraciones, de bajo costo y distribuida en los kioscos. Los veinte títulos reeditados mostraron la potencia intacta de aquellos cuentos originalmente creados en los 70, y abrieron otra posibilidad: la aparición de los Nuevos Cuentos del Chiribitil, toda otra serie de cuentos que, manteniendo el mismo formato, premisa gráfica y espíritu de la histórica colección, ofrece los nuevos buenos cuentos que hacen hoy diversos autores e ilustradores. Ya están listos cinco nuevos Chiribitiles, y en la imprenta, a punto de salir, cinco más.
La entusiasta recepción que tuvieron las primeras ediciones (todas las primeras tiradas se agotaron en menos de seis meses), premios como el de Alija, la entidad que nuclea a la literatura infantil y juvenil argentina, y “La hormiguita viajera”, las cartas y mails de agradecimiento que llegaron a la editorial, abrieron el camino a esta idea que surgió de los mismos lectores. Los pedidos insistentes y repetidos, cuentan los editores, eran dos: que se reeditasen todos, y también que se hicieran nuevos Chiribitiles, “para continuar con la tradición de cuentos argentinos bellamente ilustrados y con la multiplicidad de estilos, voces y matices característicos de la colección”, sintetizan.
“Quisimos marcar que nuestro país tiene autores (de cuentos y de ilustraciones) que son maravillosos y que nos sobra material creativo y de excelente calidad. No necesitamos ir a buscar cuentos o escritores de otros lados, para seguir con la tradición de Los cuentos del Chiribitil ahora presentados por Eudeba, porque estamos rodeados de grandes artistas, originales y brillantes”, destaca Violeta Canggianelli, la directora editorial de la colección. Y así en esta primera salida de los nuevos cuentos del Chiribitil, aparecen relatos de Laura Devetach, Adela Basch, Silvia Schujer, Oche Califa, Iris Rivera, Angeles Durini, Valeria Dávila, Marina Elberger, Myriam Boclin y Graciela Repún. “A cada autor le pedimos que nos envíe tres cuentos de tres carillas y a partir de allí, nos guiamos por una cuestión muy personal e intuitiva para poder seleccionar uno. Nos quedamos con la sensación de que quedó afuera material muy rico, porque son todos enormes escritores, muy prolíficos y consagrados”, dice Canggianelli.
“Al ser muy conocedora de los cuentos originales, encuentro guiños y cruces con esos originales que me emocionan mucho. Presto atención a lo que me dicen los que leían los cuentos de niños y ahora son padres y lo que les dicen sus hijos sobre los cuentos”, sigue contando la editora sobre el modo de pensar estos nuevos relatos, enmarcados en una vieja colección. “En cuanto a los ilustradores, Nora Bonis fue protagonista de la selección y también pudimos sugerirle un par de artistas que nos encantaban.” Los primeros diez nuevos cuentos fueron ilustrados por Lucas Nine, Eulogia Merle, Pipi Espósito, O’Kif, Tabaré, Nerina Canzi, Ignacio Noé, Eugenia Nobatti, Dante Ginevra y Malena Cascioli.
Para los autores e ilustradores editados, formar parte de esta colección también tiene un valor especial, ligado a sus propias historias. “En 1978 llegamos a Centro Editor de América Latina Ricardo Mariño, Horacio López y yo. Nos atendió Graciela Montes y nos recibió cuentos a los tres”, cuenta, por ejemplo, Oche Califa. “A mí me aceptó La vuelta de Mongorito Flores, pero la colección se detuvo y el cuento no salió, aunque sí me lo pagaron. Estuvo, años después, entre los primeros títulos de la colección Pajarito Remendado de Colihue. El Chiribitil era una de las escasas oportunidades para los que empezábamos y tenía un aire de renovación que preludió lo que vino después, con la democracia. Esta reaparición significa para mí una segunda oportunidad en la que no quería estar ausente”. La oportunidad fue aprovechada por Califa para contar la historia de Roberta y Amanda, las muy tangueras moscas entrerrianas de “Naranjo en flor”.
También Silvia Schujer rescata un recuerdo personal para hablar sobre lo que significan los Chiribitil: “Hace muchos, muchos años, la Feria del Libro se hacía en el Centro Municipal de Exposiciones (lo escribo y me invade el aroma a choripán que lo envolvía todo apenas uno entraba)”, escribió en su Facebook. “Para entonces yo tenía pocos años, poquitísima plata y por lo menos dos trabajos (uno durante la semana y otro el finde) con los que a duras penas lograba subsistir. Ir a la feria era un paseo ineludible y dejar para el final el stand del Centro Editor de América Latina también. Básicamente, porque era el único donde podía comprar algo (algo y bueno). A las colecciones del Centro le debo –entre otros– haber sabido de Flaubert y de Carson Mc Cullers (los dos tomitos de El corazón es un cazador solitario, ¿lo recuerdan?). También le debo haber leído por primera vez algo de literatura infantil que no fuera María Elena Walsh y que me gustara mucho. Eran los Cuentos del Chiribitil. Me encantaban. Todavía yo no había incursionado en la literatura para chicos pero algo me decía que esa colección, desde su nombre en adelante, traía un aire especial. Ni en sueños se me hubiera ocurrido entonces que, tantos años después, aquellos libros serían reeditados por Eudeba y que me invitarían a sumar un cuento nuevo a la colección. Pues bien. Sucedió. Y aquí está ‘Una de perros’. Un homenaje a esos tiempos de juventud, a esos libros, a esa editorial. Y a los perros, claro.”
“Recién ahora pude saber de qué se trataba ese aire especial que se respiraba al abrir los Cuentos del Chiribitil, hace treinta y pico de años”, sigue contando la escritora a Página/12. “Por entonces yo solo lo intuía, lo respiraba, digamos. Hoy me parece que eso que los diferenciaba del resto del material que circulaba para los chicos es que eran pretensiosos en el mejor sentido. Quiero decir, tanto desde los textos como desde las ilustraciones había una pretensión estética. Las ilustraciones no estaban de adorno y las historias estaban escritas y pensadas desde las múltiples ‘gracias’ que ofrece el lenguaje, dirigidas –a conciencia– a un público al que no se le pretendía inocular mensajes morales y unívocos. A mí me gustaba especialmente la serie de los ‘odos’ de Graciela Montes y uno que se llama ‘El señor Viento Otto’, con ilustraciones de Ayax Barnes que me siguen pareciendo una maravilla”.
Todas esas características señaladas por Schujer aparecen respetadas en los cinco Nuevos Cuentos del Chiribitil (a los que se sumarán los cinco de muy próxima aparición, ver aparte). “La colección apunta a niños pequeños, por eso el formato es grande, está muy ilustrado, el cuento es breve y la tipografía y el interlineado son generosos. En muchos casos seguramente se lee con asistencia de un adulto”, apunta también Califa. Gráficamente, se sigue respetando aquel diseño original, con esas tapas que, en la memoria de esta cronista, eran el regalo que llegaba del kiosco, en una familia que, como tantas, no frecuentaba librerías pero tenía ese acceso al que tan bien supo apuntar Centro Editor. Desde las ilustraciones, se mantiene también aquel rasgo distintivo que fue de avanzada para la época: el despliegue de una ilustración central a doble página, sin texto, que resume o amplía el sentido de todo el cuento. Eran dos páginas que se miraban –se leían– también aparte, largo rato. Casi como un anticipo de lo que unas décadas después sería el libro álbum.
Con esta historia detrás, para los “nuevos” ilustradores sumarse a este proyecto tuvo una carga de desafío, y así lo entendió Lucas Nine, quien puso su arte en “Abuela de trapo”, el primero de los cuentos de la nueva colección (escrito por Angeles Durini). “Los Chiribitiles originales son una de esas cumbres en la historia editorial argentina, que participan de todo lo que significó el proyecto del Centro Editor de América Latina y Eudeba –advierte Nine–. Es complejo tratar de estar a la altura de eso, porque, en cierta forma, continuar con la colección significa enfrentarse al problema de revisar el sentido de esos proyectos retomados en un contexto como el actual.”
“Aproveché un poco esa oportunidad particular que me daba este proyecto para trabajar con una técnica nueva para mí, que en realidad es una técnica vieja: la acuarela. Es decir, un poco como los Chiribitiles. Trabajar de nuevo con técnicas no pendientes de los procesos digitales y de los sistemas que conformaron la cabeza de nuevas generaciones, en el plano técnico o estilístico, es ahora un pequeño desafío”, señala el ilustrador. El desafío parece el mismo: ir por más, ofrecer a los chicos lo mejor, o al menos lo mejor posible. Tal vez hoy estos cuentos sean descubiertos por los grandes de entonces, que se los cuentan a sus hijos. Y tal vez, como ya ocurrió, los chicos que los leen hoy por primera vez puedan contárselos a sus hijos, el día de mañana.
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