“Cada vez que terminaba un show iba corriendo a lo de mi hermana. Era la única que me daba con un caño.” Diane Denoir acaba de cantar en Notorious y recibe el típico “qué lindo estuvo” de la gente, mayoría de mujeres de su edad junto a, se intuye, hijos que la tienen por ídola. Ella les resta importancia a los halagos, pero está satisfecha: la presentación de Quién te viera (Acqua) salió como esperaba. La noche es cálida. Pica un par de aceitunas, pide agua tónica y termina redondeando una anécdota que había quedado inconclusa durante el set. “Fue en 1974. Fui a ver a Gilberto Gil a su casa de Itapoa y lo grabé, mientras tocaba la guitarra. Así surgió ‘Lamento sertanejo’... él escribió la letra para que yo pudiera cantarla y, eventualmente, traducirla.” La versión, una de las catorce que pueblan el disco, viene con bonus histórico: el manuscrito escrito por el mismo Gilberto, en portugués, con remiendos, paréntesis y pulso de birome. “También me guiñaba el ojo ‘Oriente’, pero era muy salada para arreglar. Además, la verdad es que no se cuenta mucho del tipo que viene del interior a la ciudad... es algo terrible: el que no habla, no sabe comer sin tocino, no sabe dormir en cama blanda y no tiene amigos. La ciudad, para él, es una manada de gente caminando hacia la nada”, completa sobre el alma del texto.
Cada canción, como “Lamento”, recibe un marco. Diane dirá que la letra de “Dans mon coeur” –tema de Chico Buarque traducido al francés– es terrible, pero que el cambio de idioma la endulza; que “Medo de amar” es una rareza de Vinicius (“El siempre hacía las letras, pero en ésta escribió letra y música”); que “Caramba”, de Otilio Galíndez, le recuerda a los 15 años vividos en Venezuela. O que nunca está de más cantar lo que cantan los jóvenes, cuando se refiere a “Cuando apagás la luz”, del uruguayo Rodrigo Gómez. “Fueron, junto a ‘Montevideo’, de mi coterráneo Drexler, las únicas sugerencias. La verdad es que soy incapaz de cantar un tema que no me guste, o que me guste pero no me seduzca. Me aburro. Sólo canto lo que me da la gana”, explica.
–¿Incluso las sugerencias?
–Sí. En el caso de “Montevideo” hay una frase que me pinta de cuerpo y alma: “Si dejo elegir a mis pies / me llevan camino del mar”. Yo soy absolutamente una mujer de mar. Sufrí mucho cuando tuve que vivir en Ginebra... tenía un lago cerca, pero me iba a Mónaco y hacía submarinismo, porque necesitaba el contacto físico con el mar. Sentí la canción adentro de la piel.
La gráfica del disco comulga con el aura. Está Diane, con su vestido blanco y descalza, dejándose penetrar por la geografía casi salvaje de Portezuelo, el poblado de Maldonado donde está su casa. Camina sobre la arena, mira el horizonte y se deja tocar por el agua. Uruguay es, además de su país-cuna, el lugar desde el que se instaló como precursora de la bossa nova y acompañó al maravilloso Eduardo Mateo; donde estudió arquitectura y cautivó, con su voz y sus ojos verdes, a la bohemia montevideana que captaba el ritmo de los tiempos de Dylan, Brassens, Joan Baez, Astrud Gilberto: fines de los sesenta. Dicen que, por y para ella, Mateo compuso “Y hoy te vi”, “Esa tristeza” y “Mejor me voy”: casi nada. “Diane el mito, Diane la musa” son etiquetas del pasado. “¡Hola!, estoy viva, ¿viste? Yo creo que canto mejor que en aquella época, debe ser porque dejé de fumar y trabajé un poco la voz. Tengo ganas de ser una Diane Denoir de hoy”, contrarresta ella.
–Pero Mateo es inevitable. En este disco ha versionado tres de sus canciones...
–Es que no puedo desprenderme de su repertorio. El dato es que ninguna de las tres las canté con él: “María” la compuso cuando yo ya me había ido de Uruguay, pero me cautivó. El ya había fallecido cuando la escuché. Las otras dos, “Tras de ti” y “Quién te viera”, sí, ya las tenía. Son hermosas.
Durante el show –que repetirá este martes–, Diane canta tres más que no están en el disco, pero sí en otro, una joyita pronto a editarse: Inéditas Diane Denoir–Eduardo Mateo (1966-1968): “Esa tristeza”, “Berimbau”, “Y hoy te vi”. La acompañan, según demande la canción, su compañero, arreglador y todoterreno Daniel “Lobito” Lagarde –ex Tótem– en bajo y guitarra; Franco Luciani en armónica; Víctor Skorupski en vientos y Nicolás Arnuchi en percusión. Aparecen, también, un tema de Lagarde que habla de la pesadilla que implica vivir con cámaras de video en las calles (“¿Qué más? ¿Qué más?”), “Pequeña serenata diurna”, de Silvio Rodríguez; otra –sosegada– de Chico (“As Vitrinas”) y una versión personalísima de “Plegaria para un niño dormido”, en las antípodas de la original. “Es arriesgada pero honesta, como la concepción del disco. Me tiré a la pileta, porque cantar sólo con el contrabajo es bravo. Hay que afinar, eh. Pero nos gustó hacerla así, porque además no quiero hacer la versión de Spine-tta, a quien respeto muchísimo. Tengo que hacer la mía.”
–¿Con Mateo pasa lo mismo o lo respeta “de otra manera”?
–No es un tema de respetar... yo empecé a cantar con él y me sale natural. Lo versiono directamente a mi manera. Los dos hemos asumido nuestra manera de cantar. “Y hoy te vi” lo grabé con El Kinto y no tiene nada que ver con la que él hace en 1972. Cantar a Mateo es parte de mi ADN y lo canto como quiero.
–Retomando el tema de Gil: “Lamento sertanejo” –cuya traducción al castellano es “Lamento campesino”– tiene un plus sentimental. La canta con otros ojos, otra expresión. ¿Le recuerda alguna situación?
–Totalmente. Cuando estaba en Caracas, mientras militaba en derechos humanos, me impresionó mucho conocer a un salvadoreño que pesaba 38 kilos y se había escapado de su prisión, adormecido de hambre y tras darse cuenta de que su compañero de celda había muerto por eso. Pasó entre las rejas y ese tipo, que venía del campo, estaba en Caracas... una ciudad de cuatro millones de habitantes. Me acuerdo de que tratamos de llevarlo al interior, a una granja cooperativa. Digo, la ciudad los golpea... nos golpea, de una manera terrible.
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