Alejandro del Prado dibuja siluetas en el aire de una habitación cerrada. Y con el índice va señalando provincias del País Vasco, las españolas y las francesas. La maqueta aérea, muy descriptiva, tiene el fin de ubicar sus raíces. “Mi abuelo era de la parte española”, define y desarma. Las manos vuelven a apoyarse en la mesa: su abuelo será español, pero él es más porteño que los faroles de Barracas. “Ya sé –se ríe–, pero me interesa el origen de mi apellido: en vasco quiere decir Dios, la tengo estudiada.” La geografía europea aparecerá una vez más, cuando cuente que trabajó en una finca de Orense y construyó tres canchas de tenis con albañiles marroquíes. Y ya. La idea base es otra, destrabar varios porqué: 20 años sin grabar un disco, el pasado como guitarrista de Zitarrosa, la muerte de su mujer, la liga con el primer Maradona y un disco, de reciente edición, que hace justicia histórica. Del Prado, guitarrista, compositor, pionero de la murga-canción en Argentina, finalmente reencauzó su yo musical a través del flamante Yo vengo de otro siglo. “Me pasaron una multiplicidad de cosas. Murió Susana, mi mujer, y este disco está hecho gracias a los momentos que pasé con ella. Pelé el corazón, loco. Hay canciones que cantábamos juntos”, cuenta.
Un yo musical tan errante como sus palabras y sus mapas. La nota parece una sesión de psicoanálisis, donde ideas y recuerdos se entrelazan, asocian o dispersan. Del Prado se va por las ramas, vuelve, viaja, y hay que rastrearle el corazón en cada señal: Villa Real, el barrio donde nació hace 53 años –cuna de su famosa murguita; su padre, amigo y dibujante de Astor Piazzolla –“¡Llegó a viajar en la moto de Nonino!”, señala–, River, los recitales de Pugliese en la sede de Estudiantes de Buenos Aires y los comienzos con la música. “No me acuerdo cuando empecé a cantar, pero estudié piano de muy chiquito. Deformaba todas los temas”, se ríe otra vez. “Después estudié guitarra.” Luego, barro murguero y Saloma mediante, llegaron un primer disco con las presencias de Litto Nebbia y Silvio Rodríguez (Dejo constancia, 1982), el pico popular con Los locos de Buenos Aires (1985), un tercero que pasó inadvertido, Fotos de una ciudad (1987), y veinte años de silencio, condensados en el flamante trabajo.
Yo vengo de otro siglo porta canciones de todos estos años. Son bellas y la lírica asume un perfil indiscutible de porteñidad. Porteñidad al palo: ese ser prepotente y machista –pero en forma decreciente– y la fritura de vinilo de “Con 2x y un tango”, la soledad del personaje de “Hijo de un puerto”, el jugador de fútbol frustrado de “Paravalancha”, la política encriptada en los versos de “Con este porcentaje de humedad” y una nueva versión de “Los locos de Buenos Aires”, la que más impregnó, de las suyas, en el imaginario rioplatense. “¿Por qué la versioné? No sé, ésta es una canción que hice en México cuando se armó la goma en Plaza de Mayo, el 30 de marzo del ’82. Leí los diarios argentinos y saqué letra de ese quilombo. Después fue lo de Malvinas y empecé a anotar quías que me acordaba de Buenos Aires. Al principio, le tenía medio miedo por eso de los ‘locos’... No sé, estaba la ‘Balada para un loco’ y era la época de ‘Yo no quiero volverme tan loco’.”
–Pero sus locos son más neuróticos que sicóticos...
–Mezclé historias reales: esos tipos que laburan de una cosa pero hacen otra. Quedó lindo.
–¿Quién es el indiecito de la tapa del disco?
–Yo, a los seis años.
La foto es de 1961 y Alejandro tiene plumas de vedette en la cabeza, una lanza en la mano y la cara pintada con témpera. Otra vez Villa Real y los corsos porteños. “Así canté por primera vez en público. Fue en Villa del Parque con el tango ‘Después del carnaval’. Me dieron un premio por el disfraz, que era una orden de compra para el sifonero”, evoca. Toda esa vivencia temprana tomó cuerpo, como el vino, en la “Murguita de Villa Real”, tal vez el antecedente más claro de lo que después usufructuarían, a su manera, Bersuit Vergarabat, Los Piojos o Ariel Prat. “El responsable fue mi viejo. El se disfrazaba de Groucho Marx y a nosotros nos pintaba con témpera. Ardía como la puta madre. Unas águilas en la espalda... uy, terrible pero hermoso. Ir a los corsos era una cosa sagrada. No había organización en esa época, la murga que llegaba, entraba y en el medio se armaba una de trompadas tremenda. Los que tiraban fuego con kerosene eran bravos. Así, hasta que alguna aflojaba y listo. La Paternal y Liniers se mataban a piñas. Además, todavía no había mujeres en las murgas y se les prohibía disfrazarse a los travestis. ‘Prohibido usar pechos de mujer’, salía en el diario y en la televisión.”
–¿Y la murga suya?
–Es posterior. Al principio se llamaba “La murga beatle de Villa Real”, era la época más oscura.
–¿Por qué se fue a México? ¿Autoexilio?
–No del todo. Yo tenía cierta militancia y me había agarrado miedito. No dije nada para no inquietar a mi familia y me fui solo.
En México, Del Prado conoció a Zitarrosa. Se lo presentó un amigo y otro de los temas del flamante disco –“Zitarroseando”– lo recuerda. “Me dieron una carta para que me presentara ante él y le llevé un demo con la milonga ‘A Buenos Aires’, de Edmundo Rivero. La primera cita fue en un estudio. Zitarrosa estaba en penumbras, vestido de marrón, y su veredicto fue seco: ‘No tengo laburo, eh’. Pero al tiempo me llamó mi amigo y me dijo que Alfredo había escuchado la milonga... así que entré como acompañante de guitarra.” La primera presentación fue en el Teatro de la Ciudad (Distrito Federal) y le dieron el guitarrón. “Yo no tenía, y él me dijo ‘el albañil necesita sus herramientas, el carpintero también, y el músico necesita su guitarrón’.”
–¿Cómo lo resolvió?
–Era una cargada (risas). Me dio uno él y me dijo que lo tenía que pagar, pero era otra mentira. Así empezó una larga gira. Yo tenía 26 años y en ese momento, Alfredo había dejado de tomar porque venía muy mal de España, donde había llegado a tomar tres botellas de whisky por día. Cuando lo conocí, tenía un problema grande con las jaquecas. Sufría mucho. Era un tipo muy especial, emotivo, que a veces no podía tocar por sus dolores de cabeza.
En el medio de sus dos primeros discos, el guitarrista –que también hizo el “Tanguito de Almendra”– grabó “Adagio a mi país”, el registro en vivo de las tres Obras que el montevideano atiborró en su regreso a Buenos Aires. Era 1983. “Inolvidable. Cuando estábamos en México me decía ‘amo Buenos Aires’. Fue terrible: los guitarristas tocaban llorando y mojaban el instrumento. No sé: algunos dicen que a Zitarrosa lo exiliaron sin motivo; en realidad es una mezcla de sin y con. Sin pero con. Una pena: diez años de exilio para semejante monstruo de la música... un tipo que quería tanto a su lugar. ¡Lo que era la voz del tipo, su resonancia!
–También estuvo con otro grande...
–Maradona, claro. Yo era preparador físico de la tercera de Argentinos Juniors. Jugábamos picados y me pegaba un baile tremendo. En esa sí que no gané.
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