Diez guitarras y un afinador al costado, noble batería en el centro y todo el ancho del ancho escenario del Luna Park dispuesto para que unas seis mil personas –el doble, si se suma el recital de ayer– se cobren una de las últimas grandes deudas del rock internacional con la Argentina: John Fogerty. Sí, el hombre de Berkeley que creó una banda destinada a seguir las estelas de Chuck Berry, Bo Diddley y Little Richard cuando promediaban los ’60 (Creedence Clearwater Revival, claro) desembarcó tardía pero felizmente en un suelo que le puso su mejor alfombra. Sin Tom, hermano que lo secundó en la gesta desde el origen hasta el polémico Pendulum (1970), y sin Stu Cook y Doug Clifford, la dupla de base que, después de la temprana disgregación de la banda en 1972 (Mardi Gras), intentó reavivar el fuego aquel a través de un subgrupo de apellido ilegítimo (Clearwater Revisited). Sin ellos, uno muerto en 1990 y los otros peleados, pero con un sexteto sostén que en nada se desmarcó del período de gloria, el guitarrista a punto de cumplir 66 años desplegó el jueves un set sencillamente impecable. Una voz que se mantiene intacta, un sonido que, a veces en pugna con la incorregible acústica del Luna, destronó para bien la comodidad de los oídos, una guitarra lacerante, precisa, que se funde en aullidos híper rítmicos con esa voz, y una catarata de hits entregados “a nuevo” con el mismo latido de los orígenes, redondearon una noche de tracción a conmoción.
Bajo una especie de “populismo rockero por la positiva”, Fogerty apeló, aunque con ciertos giros, a un repertorio seguro, sólido y concluyente. El marco lo demandaba: el público estaba compuesto, en su gran mayoría, por hombres y mujeres de edades similares a las del cantante, que viajaron en canciones directo al corazón de los ’60. Se emocionaron, recordaron y evocaron: primeras novias, novios inconquistables, bailes juveniles, los Stones, Lennon y su rabia, Gene Vincent, el rock and roll de los suburbios, el nacimiento de un hijo, vasos y besos... Todo junto y de una toma, escozor que entra y sale en forma de danza improvisada –nadie se sentó durante buena parte del show–, o en coros colectivos en “un inglés de mierda” (Capusotto dixit), como muchos aprendieron a cantar estas canciones: “Aguaranou, on de livin esteel plis” = “Have You Ever Seen the Rain” (Pendulum); “Long delay sin iurae = “Long as I Can See the Light” (Cosmo’s Factory, 1970). Eso, más un derrotero de agite que, pasando por alto casi toda la carrera solista de Fogerty (13 discos en 38 años), se centró en los seis discos que CCR editó entre 1968 y 1971: el debut epónimo, más Bayou Country, Green River, Willy and the Poor Boys, Cosmo’s Factory y Pendulum.
Fueron 25 canciones, en buena parte sobrevoladas por una esencia de géneros de la que Fogerty no sólo no recela sino que profundiza: swamp, country, folk, cierto blues y un rock sureño, rabioso, valvular, de Marshalls al frente y muchas guitarras a la vez, instancias todas que no dan lugar a la quietud del cuerpo. Y la salvedad de una subdivisión que, más allá de la sensación de hits en cadena, le agrega un plus de excelencia a una música en general visceral, de entrada directa. Temitas, al cabo, como “Pretty Woman”, “Good Golly Miss Molly”, “Hey Tonight”, “Jambalaya”, incluso “Green River”, que parecen no formar parte de un todo cuando se los sopesa con verdaderas joyas que superan largamente los componentes básicos del Fogerty más simplón. Cuatro casos, al menos, brillaron sobre el resto en la hermosa noche del Luna. “I Put a Spell on You”, la salvaje y hermosa pieza de Screamin’ Jay Hawkins que Creedence inmortalizó en su disco debut, y que Fogerty sirve en copa nueva a base de pasajes sonoros profundos, adrenalina y cierto dramatismo encantador. “Rambla Tamble”, el tema que abre el esencial Cosmo’s Factory y que, tras un breve comienzo countryspeed, se transforma inesperadamente en un paisaje de sonidos digno del entonces incipiente rock progresivo. “Heard It through the Gravepine” y su largo desarrollo instrumental. Y, por supuesto, la imperecedera “Suzy Q”, de la tríada Eleanor Broadwater–Dale Hawkins–Stanley Lewis, que Creedence revisitó en 1968 y “fetichizó” como propia.
Entre lo simple y lo elaborado, más un médium que puede anclar en las acústicas y sensitivas “Who’ll Stop the Rain”, “Proud Mary” o “Lodi”, trasuntó entonces el esperadísimo debut de Fogerty en la Argentina. Un debut que, más allá de cierta –caprichosa– tendencia analítica a homogeneizar su música en un todo parejo, “tribunero” y casi igual, goza de tensiones intrínsecas que suelen correrlo del molde, para bien.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.