Cae la nochecita en el Abasto, el domingo se está yendo y hay algo en el aire, una brisa cálida, que se percibe llegando. La cuadra de Sánchez de Bustamante a la altura del 700 no es lo que se dice la postal del espectáculo: el perro que se estira en el medio de la calle, la bombita mortecina, la señora que vuelve con la compra de apuro responden a un pulso de barrio con el que no pudieron ni el shopping cercano ni la sombra de esas torres que alguna vez fueron promesa de futuro. La entrada del Club Atlético Fernández Fierro podría ser la de un taller mecánico; de hecho eso fue hasta ser “intervenido” por esta cooperativa que arrancó para que tocara la orquesta, y terminó siendo referencia de la nueva escena. Hasta aquí apuran el paso dos señoras, coquetas ellas, bien tomadas del brazo, como para darse coraje. “Emi, ¿vos estás segura de que era acá?” La misma pregunta se hicieron muchos de los que el viernes, sábado y domingo pasados atravesaron esa entrada, ese pasillo largo y ese galpón con techo de chapa, el CAFF. Y sí, era acá donde Teresa Parodi quiso presentar su nuevo disco, Otro cantar.
Ella dice que quiso “darse ese gusto”, antes de su siguiente presentación, el 5 de noviembre en el Ateneo, un lugar que parece “natural” para el tipo de público que sigue a Parodi. O, por lo menos, para cierta idea preconcebida sobre los tipos de públicos, que en decisiones como ésta se ponen en cuestión. Porque Emi y las demás señoras coquetas que se sentaron en las sillas desfondadas del CAFF, y los señores que arrancaron muy serios y terminaron revoleando pañuelos en los bises, y las chicas y chicos que saltaron y cantaron y bailaron a los costados, y los que se emocionaron con nuevas historias como la de “Jacinta regresa a casa”, vivenciaron que de lo que se trata, finalmente, es de abrir el juego.
De eso se trata también el exquisito disco de Parodi, en el que la correntina incorpora y contiene, atravesando estéticas personales, a una cantidad de talentos de una nueva camada, autores e intérpretes: Lisandro Aristimuño, Ana Prada, Raúl Orozco, Fernando Barrientos, Arbolito, Chiqui Ledesma. Escuchar a Aristimuño cantar junto a Parodi “Con la cara del amanecer”, que es de autoría de Orozco y Barrientos, es una revelación: hay algo nuevo de cada uno que está sonando allí. Escuchar el talento de Ledesma acompañándola en la zamba “Ramón Maciel” es una confirmación: hay mucho talento en estos “nuevos maestros”, tal como los definió la anfitriona. Junto con las de ellos suenan obras de maestros reconocidos como Ramón Ayala, Ariel Petrocelli, Daniel Toro, Damián Sánchez, Jorge Sosa; toda una cosmogonía.
Hay un río que suena, implícita o explícitamente, atravesando todas estas canciones. Hay una avidez latente por encontrar nuevos brillos, corroborada en los arreglos. Hay una talentosa banda: Jorge Giuliano, Lucas Homer, Facundo Guevara, Fernando Correa. Hay un homenaje implícito a Mercedes Sosa, en temas emblemáticos como “Cuando tenga la tierra”, y también en la búsqueda por beber de nuevas aguas. En las instalaciones del CAFF hay una bola de espejos gigante, cortinas de plástico, un stencil de Pugliese del que sale un globito con un pensamiento: ¡... putos! Todo eso es anecdótico. En este lugar del Abasto sonaron temas que serán himnos, se vivieron encuentros que serán comienzos. También de públicos, que ahora saben que sí, que era acá donde Teresa los quiso traer a cantar.
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