El arranque fue en 1992, el mismo año en que murió Astor Piazzolla, pero el empujón llegó al año. La Camorra, trío por entonces, presentó pelea en un concurso para bandas jóvenes de tango en el Café Homero, y lo ganó. “Eran 30, prácticamente todas las que había por entonces, y ganamos. Pero lo inolvidable fue otra cosa: alguien se paró entre el público y grito ¡qué le están haciendo al tango! Los colegas te respetaban, pero el público era muy heavy, cerrado”, se ríe Jorge Kohan, fundador, compositor y guitarrista de esta agrupación –hoy quinteto– que no sólo atravesó la barrera del prejuicio original, sino que consolidó su impronta arriesgada, personal, a través de siete discos, varias giras por el globo y un lugar de respeto en el devenir tanguero, aun con sus giros y bemoles.
“Pensándolo bien, si hoy veo al tipo que gritó eso lo aplaudiría, porque se ve que le estábamos haciendo algo en serio al tango. Le diría: ‘Por lo menos te diste cuenta, en vez de estar sentado entre penumbras y copas’”, es la reflexión, con el diario de varios lunes bajo el brazo.
–La gran Piazzolla a menor escala. No sólo heredaron de él el nombre de la agrupación y la estética que le imprimieron a ciertos discos, sino también una forma de encarar el arte, de defenderlo.
Jorge Kohan: –Es inevitable que siempre terminemos hablando de él. Muchos hablan de imitación y yo qué sé, pero no es así, porque lo que vemos de él son actitudes e intenciones, más allá de la música. A él le gustaba sonar bien, no le daba lo mismo. El arreglo, el ámbito, el ensayo, la prueba de sonido, todo eso es muy importante. Y esto de jugarse la vida, claro, porque él tenía que pelearse de verdad.
Que La Camorra haya sacado un disco –el flamante De acá para allá– con doce composiciones propias, y en cierto punto jugadas, ya no es motivo de peleas, claro. El tango se abrió y abdicaron los prejuicios. Pero no deja de sorprender que cuatro de los cinco músicos que integran el grupo hoy (Nicolás Guerschberg, Luciano Jungman y Sebastián Prusak, además de Kohan) se repartan, igual que en el anteúltimo Doce postales, la autoría de las doce piezas instrumentales, horneadas “a nuevo”, que pueblan el disco: “Renata”, el remanso a bandoneón de Jungman, más la finísima “Barrilete Cósmico” de Kohan; “Bérele”, intensa idea de Prusak, y “Aires de hoy”, de Guerschberg, conforman algo así como las patas sostén de una mesa que no necesita plato ajeno. “Estamos encontrando un estilo, y lo salimos a defender”, resume Kohan. “Ojo, esto no implica que estemos en contra de lo tradicional y de las versiones, pero hay una intención, una búsqueda que apunta a romper con lo tradicional en busca de otros espacios sonoros. No le hacemos asco a lo tradicional... simplemente defendemos lo nuestro”, agrega Guerschberg, el otro convidado a la nota con Página/12.
–Lo que se nota es que no están tan piazzollianos como cuando hicieron Resurrección del ángel.
J. K.: –No. Cuando nos preguntan de qué vertiente somos decimos que lo nuestro tiene que ver con la evolución, porque todos nosotros entendemos muy bien el tango tradicional y todos sus elementos técnicos, la rítmica, la síncopa, el marcato, los diferentes fraseos, las armonías... de hecho, hemos puesto a evolucionar elementos que ya existían, a nuestra manera. Sigue siendo un camino que no tiene claro dónde va a llegar. Pero no hacemos algo que no nos guste. Incluso, cuatro de los cinco somos compositores y suelen quedar muchas composiciones afuera por ser demasiado clásicas, ja-zzeras, en fin.
Si al De acá para allá que nombra el disco se le suman los dibujitos de Hollywood, Shanghai, Bogotá y Brasil que lo colorean la deducción cuesta nada: La Camorra es, además de todo lo dicho, una banda viajera. Una hendija entreabierta para que el mundo mire y sepa del tango. Han tocado en el festival de jazz de Madrid, en el de Barcelona, en el festival de invierno de Sarajevo, en Bahia, en San Pablo, en Colombia, y tienen abrochada una gira que le demandará buena parte del primer semestre de 2012, con los mismos destinos, más Estados Unidos. “No es que no queramos tocar acá, pero muchas veces las condiciones con las que te encontrás afuera son mejores. Es como una forma de ampliar el campo de juego”, dice Guerschberg.
–¿Y cuál es la recepción de un disco como éste, con todas composiciones propias?
Nicolás Guerschberg: –En principio, afuera hay menos preconcepto, porque se conoce menos, la gente simplemente viene a un concierto a escuchar tango, no importa si nuevo, viejo, clásico o no. Se sienta y escucha. Y nosotros, mientras, peleamos por lo que tenemos ganas de hacer. No es fácil, porque en todo el mundo lo que más interesa es lo visual, el baile, mientras noso-tros, no por hacernos los elitistas, elegimos los conciertos. Nadie te va a juzgar mal.
J. K.: –Y al estar más afuera que adentro pasan cosas sorprendentes, también. En el festival de Sarajevo, por ejemplo, nos dieron un souvenir que era una papa envuelta en una bolsa, porque la papa es algo así como el símbolo nacional. Era el único alimento que la gente tenía para sobrevivir durante la guerra. Muy fuerte.
–¿Las composiciones nacen en las giras?, ¿tienen que ver con descripciones o situaciones como la que acaba de contar?
J. K.: –No específicamente, aunque es cierto que el disco se fue elaborando durante los últimos tres o cuatro años con propuestas que salían en los viajes, e incluso las íbamos estrenando mientras se terminaban. Los viajes no son una inspiración, pero sí una forma de estar juntos y pensar la música que queremos crear.
–¿Se sienten como el eslabón perdido entre el Quinteto de Piazzolla y el Viceversa?
J. K.: (Risas.) Generacionalmente puede ser, pero en lo artístico, insisto, la cosa pasa por otro lado y suma el hecho de que el tango haya dejado de ser una cosa futbolera. Antes te tenías que poner una camiseta, o eras de Piazzolla o de Pugliese, y ojo que, si te gustaba Troilo, no te podía gustar Rovira. Es como si yo dijera: a mí me gusta la carne pero asada, pero no me traigas una milanesa porque no te la como. Eso es lo principal en el tango de hoy. Lo mejor.
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