Zigzagueante, una embarcación atraviesa los recovecos del Tigre. Va y viene, flanqueando tierra firme a la vista de los vecinos que sacuden las manos, dando la bienvenida. En una hora de viaje el catamarán recorre un paisaje frondoso, verde y monótono, haciendo escalas breves, río arriba, hasta llegar y detenerse en un muelle imperfecto donde –luego de sortear una maleza tupida y los impulsos de su perro–, hace su aparición Rodrigo Guerra, el entrevistado, ex contrabajista de la Pequeña Orquesta Reincidentes, actual integrante de Guerra y Todo, La Quimera del Tango, Lions in Love, Volver a Cero y Los Ramones del Tango, el proyecto que encabeza Daniel Melingo.
Al leer su currículum musical se puede deducir que este multiinstrumentista decidió refugiarse en una isla del Delta –y apartado de la gran ciudad– para descansar, pero no: “Hace cuatro años que vivo acá y es en el lugar donde más trabajo. Acá tengo todos mis libros, la música. Puedo tener muchas pantallas abiertas, puedo escribir, tocar, estar tranquilo y eso me rinde muchísimo. Yo parto a la ciudad con muchas partituras que hago en esta casa. Mis días aquí son de práctica continua y no hay mucha distracción. Es mi oficina”, cuenta a Página/12 sobre su intimidad en una cálida vivienda ubicada en una solitaria isla del Tigre.
La excusa es hablar de Guerra y Todo, un trío furtivo de sonido cerrado, directo, ligado fuertemente a la historia de los tríos de rock en la Argentina. Guerra y Todo está cargado de una poética arrabalera, tiene apenas un año y medio de actividad, un puñado de recitales y un disco homónimo editado por el sello independiente Oui Oui Records, en donde Guerra encarnó el rol de guitarrista, cantante y compositor, acompañado de Rafael Franceschelli, en bajo, y Lautaro Cottet, en batería, y que se presentará el miércoles 25 en Le Bar (Tucumán 422), con entrada gratuita.
–En Guerra y Todo se condensa, de un modo más violento y crudo, todo lo que usted produjo musicalmente.
–Sí, el trío es un formato sintético. Que invita a cierto minimalismo. En el rock, cuando aparece la segunda guitarra u otro instrumento, altera la ecuación. Pero en el trío hay un equilibrio muy interesante. Hay sobrados ejemplos, The Jimi Hendrix Experience, The Police. El trío nos lleva a una desnudez que descontractura, y donde no hay parafernalia. Lo nuestro es de garaje. Cuando agarro una guitarra eléctrica siento un regreso a las fuentes, al primer instrumento que toqué de chico, el instrumento con el que más pensé la música; los otros son incursiones, exploraciones, una manera de estudiar los sonidos. El testimonio del trío es como un chequeo médico, ahí te sale más o menos lo que estuviste tocando en los últimos tiempos. La guitarra se contamina muy fácilmente, porque es un instrumento muy atorrante.
–¿Para usted era una necesidad, aunque sea por un momento, salir del sonido del tango?
–En el lenguaje de los grupos en los que participo, hay todo un imaginario melódico que va cambiando de sonoridades, pero siempre tiene un mismo perfil. Hice tantos géneros que no puedo decir que cada uno lo viví como si pudiera convertir mi vida al género que estoy haciendo, como si tuviera esquizofrenia o encarnara un personaje. Irme del tango es imposible, está ahí, siempre aparece. No me preocupa dosificar el género, porque eso no se puede manejar. Inocentemente, buscamos un ideal. Hacía mucho que no tocaba rock; pero salir, no, me siento adentro de esta gran bola de géneros, absorbiendo más y viendo que hay cada vez más información.
–Se entiende, ya que hay una cierta épica tanguera y barrial en las letras.
–Nunca las terminaré de entender. Son estampas. Me gusta lo que tiene la poesía de escribir cositas, pero no saber de qué se tratan específicamente. Reflejan fielmente un estado de ánimo, una situación, pero en el momento no lo puedo abarcar. Las letras salieron de modo inconsciente, pero hay una negación de eso, está cantada así nomás, porque hay una brutalidad musical. Hoy hay una hegemonía de la voz, del discurso cantado y es una escuela en la que coinciden muchos.
–¿Y usted no coincide con esa escuela?
–Coincido bastante. Pero en este caso no me parecía importante, con que se entendieran las letras...
–Pero, recién hablaba de una negación.
–Sí, pero es una negación de hecho, física. Sucedió porque esta música la fui acunando de pendejo, en un underground, donde no se entiende nada lo que uno canta. Entonces, el underground termina siendo un soporte, una manera de escuchar la música. El lugar donde se escucha, ejecuta y es compartida la música hace mucho al timbre. No es lo mismo un cajón de hormigón de cien metros de largo que un boliche lleno de mesas y techo bajo. Quería crear esa confusión y sacar un poco del eje a las letras. Son importantísimas, pero es tan fuerte lo que sucede con el mensaje hablado, que el que no entiende va hacia atrás. A Spinetta nunca se lo entendió del todo, y hay que prestar atención. Cuando uno presta atención es porque no está todo servido. Después de escuchar a Manal, a La Pesada, aparece una textura que la industria desechó, pero para nosotros, los que andamos “cartoneando” en esto, nos sirvió para aprender y tomar cosas de allí.
–¿Qué no tiene Guerra y Todo de sus otros proyectos?
(Guarda silencio unos segundos) –Quizá tiene tolerancia. Hay muchas cosas que en el momento las podría haber hecho de otra manera, pero me la aguanté y las dejé así. Guerra y Todo es algo egoísta. Yo me hice cargo de este proyecto y las cosas se hicieron como yo quería, aceptando excelentes propuestas de mis compañeros. Ahí es donde se ejercita lo de la tolerancia, porque somos tres que a veces opinamos diferente. Sin embargo, acá tengo más responsabilidad. Con este proyecto me salgo con la mía, es algo más personal.
–Estaba buscando tener la última palabra.
–Siempre me sentí representado en todos los lugares donde trabajé, aun en esos proyectos donde participo componiendo música y letras. Esta es otra materia. Por ejemplo, en un grupo como Pequeña Orquesta Reincidentes, cuando una inquietud creativa me aparecía, y todavía era una idea amorfa, la tiraba al ruedo, y en el medio iba tomando su forma. Aquí con Guerra y Todo fue diferente, además porque parecemos un grupo comando, si tenemos un recital, ensayamos una vez y listo.
–Hizo referencia a Pequeña Orquesta Reincidentes, ¿ha seguido la trayectoria de cada uno de sus ex compañeros?
–Sí, claro. Esta es una gran familia. Acorazado Potemkin me gusta mucho. Tengo una debilidad con esa manera de componer, cantar y tocar la guitarra que tiene Juan Pablo (Fernández, cantante y guitarrista de Acorazado Potemkin). Además, sus compañeros son unos animales. Obviamente, guardo un entrañable recuerdo de lo que hicimos. Siempre festejé el trabajo musical de quien sea, pero el de mis ex compañeros lo celebro como si fuera mío. Parece una pedantería, pero siento algo muy tranquilizador cuando ellos hacen música. Cambiamos de forma, de manera de pensar, pero cuando te encontrás con un ex compañero que te ayuda, es muy emocionante. Puedo en mi cabeza cantar cada una de esas notas que tocaba en Reincidentes. Tenía un espíritu que era fuertísimo, tenía una cosa grupal muy poderosa y a su vez era retroalimentado por el público.
Guerra y Todo se presenta el miércoles 25 de enero, a las 22, en Le Bar (Tucumán 433). Entrada gratuita.
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