Así como para un padre no es tarea fácil elegir un nombre para su hijo, para un músico tampoco lo es titular un disco. En definitiva, según confiesan muchos artistas, el vínculo afectivo es similar. En ambos casos, se trata de una experiencia significativa, definitiva y que implica una gran responsabilidad. Si algo evidencia el nombre del nuevo disco de Liliana Herrero, Este tiempo, es un fuerte compromiso no sólo con el presente, sino también con el pasado y el futuro. Fiel a su estilo, la folklorista increpa en el álbum a las nuevas generaciones y a quienes tienen responsabilidad política en el campo de la cultura. Durante la charla con Página/12, Herrero se muestra preocupada por la desatención a un gran número de músicos contemporáneos que, a su entender, están marcando un camino en cada uno de sus lugares de origen. Su mirada abraza a los artistas de todos los rincones del país. “Veo con preocupación que no haya una mirada con relación a la multiplicidad extraordinaria y a la enorme cantidad de compositores y poetas que existen en el país”, señala Herrero. Sin embargo, admite que se trata de un tiempo de intenso debate, revisionismo y reflexión. “Este es un tiempo promisorio. Entonces, acompañemos esa promesa, profundicemos esa promesa”, alienta y se le dibuja una sonrisa en el rostro.
Lo mismo le sucede cuando cuenta que en estos días saldrá a la venta una reedición del disco, que incluye un DVD que grabó en agosto del año pasado en la fábrica recuperada IMPA. “Es un lugar precioso y a mí me resultó muy interesante que se grabara allí”, se alegra. El audiovisual está compuesto por cuatro de las nuevas canciones: “Bagualerita” (una inédita de Luis Alberto Spinetta), “ABC” (Pitufo Lombardo), “Antiguo barracón” (Ramón Ayala) y “Tu nombre y el mío”. Esos temas y algunos que la acompañan “desde la infancia” se podrán escuchar el sábado a las 21 en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131).
Coherente con su discurso, en su nuevo disco grabó “Tu nombre y el mío”, una bella canción con aires patagónicos del cantautor Lisandro Aristimuño, la inquietante “Un punto solo en el mundo” del ascendente músico Diego Schissi y una sentida interpretación de “Se me va la voz”, del joven compositor Guillermo Klein, que cuenta con la participación de Fito Páez (otro músico que dialoga con las nuevas generaciones). En esta preocupación por atender el paisaje sonoro de “este tiempo”, Herrero entrega un disco con un claro posicionamiento regional. Es que incluyó composiciones tanto de músicos argentinos como uruguayos. Hay canciones de Fernando Cabrera, Rubén Rada, Jaime Roos, Edu “Pitufo” Lombardo y Hugo Fattoruso: una verdadera selección charrúa. “Esta ligazón que tengo tan intensa con Uruguay seguramente viene de mi gran admiración por los músicos de allí y por ese país, posiblemente por ser entrerriana –confiesa Herrero–. Lo cierto es que ahí hay músicos para tirar para arriba, con dificultades para tocar y grabar, porque se trata de un mercado mucho más chico que el argentino. Me siento siempre muy estimulada por las producciones musicales uruguayas.” A lo largo del disco, se pueden apreciar la diversidad de colores y vaivenes vocales que Herrero le imprime a las obras que elige hacer propias. Una estética con sello distintivo y con un largo camino recorrido. Resulta curioso que, a esta altura, no sea convocada para participar de festivales populares como el de Cosquín (ver recuadro).
–¿Por qué buscó un anclaje presente y contemporáneo?
–Quería señalar la singularidad de este tiempo, los acontecimientos promisorios que tiene este tiempo político, cultural y musical. En este sentido, quería mostrar una vez más –y sin ponerlos a todos– un panorama de los compositores que a mí me interesan mucho en estos momentos, que están produciendo música hace tanto tiempo y con tanta belleza. Siempre me he puesto a trabajar fundamentalmente sobre músicos que ya no están, y esta vez quise señalar la peculiaridad de este tiempo en la Argentina y en el Cono Sur; en este caso, en Uruguay. Quería destacar las formas magníficas que tiene la composición de la música popular en esta región. Pero aclaro que no están todos los compositores que a mí me gustan. Que así sea es un estímulo para seguir haciendo discos e interrogando a aquellos autores que no están. Me dispongo a dialogar con esas composiciones para saber qué me dicen. Me sentí muy contenta de hacer el disco porque es un signo de estos tiempos, un señalamiento de la música como un modo bello de mirar el mundo. Es un tiempo complejo y la música lo es. Nadie nos dijo que la música era fácil; en todo caso, lo dicen ciertos medios, pero cualquiera que se ponga a estudiar la historia de la música en un sentido universal o de esta región percibe rápidamente que no hay simplicidad, al contrario. Lo cual no quiere decir que haga una apología de la complejidad, pero sí que uno debe trabajar alegre y responsablemente en relación a la música.
–¿Qué implica esa responsabilidad?
–Cuando digo responsable me refiero a no conceder tan alegremente y no ser cómplice de un empeño furioso que tiene el mercado, los medios y a veces también los festivales para ubicarse con relación a la música. A mí me gusta más otro modo de ubicarme con respecto a la música. Hay una historia de la música más que interesante para pensar, porque hay grandes compositores y cantores en América latina, en el mundo y en la Argentina que nos señalan claramente un camino por el cual ellos ya han transitado. Y me interesan aquellos músicos que han introducido novedades y riesgos artísticos. Después, no logro escuchar con interés las formas más convencionales de la música, más estandarizadas, más banalizadas o simplificadas. Hay que saber que hay una hegemonía cultural que está marcada a fuego por una estandarización del oído y que no resuelve el gran problema, que es la interrogación misma sobre la música. Entonces, en lo que yo hago tiene que haber una actitud absolutamente responsable con la propia historia de la música y con los grandes compositores y poetas de este país. En ese formato canción que muchas veces ha sido devaluado pero no es nada fácil de sostener. A veces los gobiernos tampoco saben cómo resolver eso y terminan cediendo fácilmente a conceptos que no me resultan estimulantes para pensar los espectáculos. Se concentran en recursos ya comprobados. Eso me parece un poco errático en términos artísticos. Me parece que hay poderosísimos compositores que están fuera de toda convocatoria. Y habría que romper con eso. Esto no lo veo sólo en los festivales, sino también en los espectáculos gubernamentales de cualquier color.
–¿Qué políticas culturales deberían implementarse?
–No estamos pensando bien cultural y artísticamente al país. ¿Qué se necesita para que podamos poner en el escenario personas valiosísimas y que son desconocidas por la propia Argentina? Tomar ese riesgo, nada más. Tomar el riesgo de diseminar en todo el país conciertos simultáneos para festejar cualquier cosa. En cambio, se repiten los mismos artistas. Y no porque los que tocan sean malos músicos, sino porque no se amplía la cosa. Hay que apostar a que los públicos puedan escuchar algo absolutamente diferente de lo que ya saben. Son muchas lenguas las que están dando vueltas alrededor de los grandes temas de la música. Y tenemos que poder escuchar todas esas formas y modos musicales. Si no, hegemonizamos amparados bajo conceptos que no alcanzan para explicar lo que pasa culturalmente en el país. Por ejemplo, creo que no alcanza para explicar lo que sucede con el concepto de juventud. En sí misma, no me lleva a nada esa idea. Es decir, me puede llevar tanto a una idea de grandes transformaciones de la realidad como a tribus conservadoras. Así como el concepto de vejez no me lleva necesariamente al concepto de sabiduría. Y trataría de zafar de ciertas formas muy previamente trazadas por los medios. Veo con preocupación muchas de las planificaciones musicales y culturales que se hacen en el país, por parte del gobierno, de los festivales, los contratos privados o lo que sea. Cuando se apuesta a lo que uno ya sabe, perdemos la posibilidad de conocer a las personas que están tan intensamente trabajando desde hace tanto tiempo en el más profundo anonimato. Un gobierno tiene la responsabilidad de mostrar aquello que existe en el país. No podemos perder a músicos como Horacio Castillo, gran guitarrista y compositor misionero, sin saber que lo tuvimos.
–Entonces, usted toma la responsabilidad de dar a conocer a esos artistas.
–Siempre que puedo, lo hago. Pero de algún modo estoy afuera de ciertos aparatos culturales. No me incomoda eso. Siempre uno va armando caminos paralelos, siempre hay hendijas y recorridos preciosos que uno puede realizar. Y recorro mucho el país. Me place mucho ir a todas las regiones de la Argentina porque me encuentro con personas preciosas y con formas musicales que son muy estimulantes para pensar mi propia música. Si no podemos escuchar lo que se está haciendo, estamos imposibilitados de pensar nuestra propia identidad. No podemos olvidar eso porque estamos en problemas y no podemos pensarnos a nosotros mismos. Están el Negro Aguirre, Juan Quinteros, Coqui Ortiz, Lilian Saba y tantos otros. Y me quedo corta, no me alcanza la memoria, me olvido de nombrar un montón más. ¿Qué hacemos con todos ellos? Hay que prestar atención a eso, hay que estar alerta a ese mundo. Ellos tienen mucho para decir. El músico que viaja, como yo, tiene la ventaja de tener en su corazón y en su cabeza un mapa musical argentino que es extraordinario.
–Y políticamente, ¿cómo ve este tiempo?
–La música es un acontecer político. No hay una literalidad en eso. Aun con críticas, veo un momento propicio para la discusión sobre lo que somos como argentinos y latinoamericanos. Veo un tiempo promisorio para pensar esto. Sin duda, la reflexión crítica la permiten las condiciones de debate y diversidad que hay en este momento. La música lleva en sí misma el debate sobre la identidad. Basta con mirar la historia del folklore, del rock argentino, del tango o del jazz. Entonces, no perdamos la posibilidad que nos da la misma historia de la música popular en la Argentina para pensar también el país. No la pongamos como un aporte, como un adorno, pongámosla en el seno mismo de la cultura, de la discusión de lo que somos. Cuando Raly Barrionuevo el otro día invitó a Vitillo Abalos, a la cubana Yusa, a Pedro Rossi y a mí, ¿qué hizo? Juntó generaciones para poder pensar lo que somos. Y eso me parece un hecho político extraordinario, más allá de la denuncia que quiso hacer sobre Famatina, con la que yo acuerdo. Es posible ese diálogo entre generaciones, aun con diferencias. Aun en esa desatención, la música siempre se abre un camino. Eso siempre me deja una especie de sentimiento optimista. Pero no un optimismo tonto creyendo que en los hechos está todo lo dado y no hay más que eso, sino un optimismo doliente porque sé que venimos del abismo y al mismo tiempo sé que aún falta mucho.
–Si bien en el disco hay un discurso que habla de estos tiempos, lo cierto es que no deja de revisar el pasado, como en discos anteriores.
–El pasado no es nada si no es interrogado por el presente. Y el presente a su vez no es nada si no interroga al pasado. Ese es un principio sobre el cual pienso la música. Por eso siento que en las composiciones de Este tiempo hay siempre resabios por donde aparecen los restos de algo que ya sucedió. Tal vez sean los restos de un naufragio. Estoy convencida de que venimos del abismo, de las formas más oscuras del terrorismo de Estado y de la década infame de los ’90 basada en la globalización. En general, cuando tomo una canción como intérprete, termino convirtiéndola en otra cosa. Eso sí, llamaría de atención a las personas que escuchan esas canciones: tómense el trabajo de buscar el original. Porque lo mío es una mera lectura contemporánea de algo que tal vez no sea así. Mercedes (Sosa) inventó una forma maravillosa de cantar. Creó una estética novedosísima que tenemos que escuchar permanentemente, como a otros. Pero lo de ella fue absolutamente significativo. Y fue una influencia para mí. Hay que seguir la huella que dejó y en ese camino hay que intentar crear la propia huella.
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