El Grupo Azul fue, sin proponérselo, la pata menos conocida de una tríada que marcó una bisagra en el desarrollo del folklore vocal e influyó a gran parte de la escena coral argentina. Durante los últimos años de la década del ’60, junto con conjuntos como Buenos Aires 8 y Las Voces Blancas, concibió una nueva forma de pensar la armonía vocal, al mismo tiempo que redescubrió un repertorio que hasta ese momento estaba prácticamente vedado para los coros tradicionales. Más de veinte años después del último concierto del Grupo Azul, el sello Pulso 70 editó un disco homenaje al grupo y a su director y arreglador, Hugo de la Vega: el primer registro del grupo en formato CD, Remolinos, compuesto de grabaciones de distintas épocas, recolectadas de cintas viejas, y luego remasterizadas.
Para De la Vega, el primer paso lo dio el Chango Farías Gómez, cuando incorporó a la interpretación vocal de la música tradicional argentina el uso de onomatopeyas para imitar el rasguido de la guitarra y el golpe en el aro del bombo. A partir de entonces se forjó la revolución de la que formó parte el grupo Azul y que tuvo su eje en el agregado de elementos armónicos de la música académica al lenguaje folklórico. Si bien la polifonía vocal ya aparecía en Los Fronterizos o Los Chalchaleros, fue la nueva generación de arregladores la que le dio vuelo propio. “Ya había entonces conjuntos que cantaban a dos o tres voces, pero de forma muy rudimentaria o incluso técnicamente incorrecta; la intención estaba y muy bien imaginada, pero todavía no había llegado el cambio evolutivo que vino después”, recuerda De la Vega.
–¿Qué recepción tuvo ese tratamiento de los temas tradicionales entre los músicos de la época?
–Muchos autores no veían con buenos ojos que nosotros hiciéramos ese tipo de arreglos vocales. Los compositores más conservadores querían que se mantuviera de forma estricta la melodía, lo que ellos llamaban lo “telúrico”. A don Atahualpa Yupanqui, por ejemplo, no le gustaba demasiado. A nosotros no nos lo dijo, pero cuando le presentaron al Cuarteto Zupay, otro de los pioneros en arreglar de esa forma, que cantaba “Caminito del Indio”, dijo: “Estos son los que me asfaltaron el caminito”.
–Sin embargo, en el ’69 su grupo fue revelación de Cosquín. ¿Ya eran comunes los conjuntos vocales?
–En realidad, seguía siendo muy difícil poder tocar en el Festival de Cosquín. Era muy tradicionalista y no daba cabida a los grupos nuevos. Por eso, en 1970 nos juntamos varios grupos vocales, nos pusimos de nombre Imagen Vocal 70, e hicimos una conferencia de prensa para protestar por esa situación. Finalmente nos dejaron tocar a todos juntos en una única jornada. El Grupo Azul, además, al no tener financiamiento ni representante, siempre se movió más cerca de la actividad coral que como conjunto folklórico.
–Antes de la formación del conjunto, en 1968, y de toda la camada de arregladores de esa época, ¿cómo trataban los coros el repertorio folklórico?
–En realidad, hasta ese momento, los coros no hacían música argentina. Esto pasó básicamente por dos motivos: casi no había arreglos, y los que había eran solamente para voces masculinas. Tampoco se podían usar los de los grupos de folklore tradicionales, porque eran todos de varones. Los tres grupos que incursionamos por primera vez en agregar voces femeninas, con muy poca diferencia de tiempo, fuimos Buenos Aires 8, Voces Blancas y nosotros. A partir de eso, cualquiera de nuestros arreglos podía ser tomado directamente y cantado por el coro que quisiera. Los directores de coros aprovecharon esos materiales y comenzaron a formar un repertorio, y por primera vez se pudieron armar conciertos enteros sólo con música argentina.
–¿Qué diferencia encuentra entre las versiones para conjunto vocal y para coro?
–Los coros tienden a hacer el folklore un poco light, no se animan a buscar lo telúrico. No se animan a ensuciar la canción. Como dicen los tangueros: les falta un poco de mugre. Entonces, los coros tienen que ceder terreno para que una zamba no suene a un Mendelssohn. Es muy complicado, porque si le pifiás un milímetro, caés en lo burdo. Hay que respetar siempre el género.
No es fácil hablar de un solo grupo Azul, porque a lo largo de sus más de veinte años de historia tuvo varas mutaciones: de formación, de repertorio y hasta de lugar físico. Nació como quinteto vocal con acompañamiento instrumental, se expandió hasta transformarse en un coro de cámara mixto de dieciséis integrantes y finalmente se consolidó como sexteto. “Fuimos cambiando para buscar nuevas sonoridades, pero también porque había mucho recambio de integrantes. Era muy difícil mantener un grupo en el interior del país: las oportunidades eran mucho más escasas que en la Capital, y la manera de subsistir era cantando en las peñas locales, porque hacer giras era muy caro”, explica De la Vega.
Pero el cambio más drástico llegó desde afuera del grupo: el golpe de 1976 sofocó el arte popular e hirió gravemente al folklore de la época. “La dictadura barrió con todo lo que venía pasando en el folklore en los años ’60 y ’70; murieron muchos poetas, intérpretes y compositores y los grupos se desarmaron”, se lamenta. Mientras las peñas que alimentaban a los nuevos grupos se iban extinguiendo, De la Vega fue obligado a cerrar el centro cultural Casa Azul que había fundado pocos meses antes. Dos años después, sus horas como maestro de música del Colegio Manuel Belgrano fueron tomadas por los amigos del coronel a cargo de la institución.
Entonces decidió ir a probar suerte en Francia, donde fue convocado para dirigir el coro Musicantes. Pero al poco tiempo llamó a algunos cantantes de su antiguo proyecto y los integró con el nuevo para reeditar una nueva versión europea del grupo Azul. “Cuando empecé a dirigir coros ahí, me di cuenta de que estaba enseñando música a españoles y franceses, y pensé: ‘Esto tengo que hacerlo en mi país’. Y decidí volver”, recuerda. A su regreso, siguió unido tanto al ambiente folklórico como al coral. Hoy, además de ser presidente de la Asociación de Directores de Coro de Argentina, es jurado del Pre Cosquín.
–¿Qué le parecen los grupos de ahora?
–Para contestar eso, hay que hacer referencia a la época oscura de la dictadura que generó un enorme apagón en el folklore. Los grupos de hoy aparecieron después de ese apagón. Vinieron Soledad, Los Nocheros y muchos otros que son los que están circulando hoy. Pero no es un folklore que tenga mucho que ver con lo anterior. Desde el punto de vista poético, por lo pronto, no se ha llegado al nivel de Lima Quintana, de Castilla, de Tejada Gómez o de Petrocelli, por ejemplo. El de hoy es un folklore mucho más romántico.
–¿Y en lo musical?
–Van apareciendo de nuevo las formaciones vocales. Al principio, todas se parecían a Los Chalchaleros, a Los Fronterizos o a Los Cantores del Alba. Cuando yo hacía las devoluciones como jurado les decía: “Chicos, esto ya se hizo en los ’60, tienen que incursionar en otras cosas, con otras herramientas”. Pero cuando les nombraba a Los Fronterizos o a Los Trovadores, me daba cuenta de que nunca los habían escuchado. Había que enseñárselos, simplemente para que no repitieran la historia. Cuando empecé a ser jurado, todos los grupos que aparecían eran iguales a Los Nocheros, y las chicas cantaban como Soledad, porque era lo que estaba de moda. Ahora, de a poco, va mejorando la situación. Aparecen armonías interesantes y cosas originales, pero todavía no se ha superado a Los Huanca Hua, al Quinteto Vocal Argentino o al Grupo Azul.
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