Esta colombiana de 64 años alguna vez fue Sonia Bazanta Vides. Antes de eso fue Totó, cuando los primeros balbuceos le dictaban esas sílabas, que a fuerza de repetición terminaron impuestas como apodo. Y hoy es, para el mundo, Totó La Momposina, un nombre que ha logrado sintetizar una idea del folklore de Colombia, o al menos de una parte de su vasta riqueza musical, tan múltiple como la geografía de este país. Totó La Momposina es la mujer que dio a conocer la cumbia colombiana, con sus infinitas variantes, entre las tantas variantes de la música del caribe colombiano. Ella no habla de “cantar”, simplemente, cuando se refiere a lo que hoy es el oficio que la tiene todo el tiempo “un poco para allá, un poco para acullá, y otro poco para acullallá”. Más que de cantar, ella habla de “mostrar la música de la identidad”, porque es ahí, en el rasgo identitario, donde pone el acento cuando habla de la música que canta, o más bien la explica, con ese tono encantador que tienen en su región y con un modo marcadamente didáctico, casi dictado. Hoy, Totó La Momposina actuará en los Bosques de La Plata, gratis y como parte del cierre de la segunda jornada del Festival Internacional de Buenos Aires (ver aparte).
“Soy una señora que hace música de la identidad de un país que se llama Colombia. Pero ese país que se llama Colombia tiene diferentes influencias, no es una cosa uniforme. Yo tengo un repertorio de 265 canciones, entonces en cada show puedo estrenar una, dos, o tres, sin problemas”, se define y define lo que hace en diálogo con Página/12. Y efectivamente, en esa identidad marcada por la diversidad suenan influencias africanas e indígenas, suenan también rasgos de la colonización, y suenan la gaita, la cumbia, el porro, la chalupa, el bullerengue, el pajarito, el sexteto y el mapalé, entre otros ritmos y estilos de la región. Son ritmos contagiosos, festivamente machacones, que Totó canta al ritmo de sus canciones. Canciones que hablan de cosas sencillas, cotidianas: del trabajo del día, del tiempo, de los momentos de la siembra, de la flora y de la fauna, y también del amor y el enamoramiento, por supuesto. Bailes cantados, como se llaman específicamente a las manifestaciones colectivas de toque, cantos y bailes en el caribe colombiano.
“La música de la identidad de un país, como la de todos los países, es inacabable, siempre hay nuevos repertorios. Está en constante cambio”, sigue definiendo y definiéndose Totó La Momposina, definiendo también implícitamente su idea de identidad, de música, de folklore. “Pero claro que hay una base inamovible que siempre está, de la que todos partimos –sigue Totó–. De pronto para el que se sube a un escenario puede variar la dinámica del espectáculo: se pueden utilizar videos, luces, cosas nuevas, pero eso no va a cambiar mi manera de cantar. Claro que a mí no me gusta que me echen humo, eso es para los que hacen playback. Si nos ponen a nosotros humo, ni los clarinetes suenan, ni las trompetas suenan, ni la trompeta de la voz suena”, suelta con picardía.
–¿Cómo es esta relación entre lo nuevo y lo viejo en lo que usted llama música de la identidad?
–Si te pones a pensar, siempre está montado lo viejo con lo nuevo y lo nuevo con lo viejo. Mira: en este momento están de moda los pantalones anchos; esos mismos pantalones anchos yo los usé entre el ’60 y el ’70. La falda cortica también se está usando desde esa época, y estamos hablando de bastantes décadas. La música de la identidad habla nada más y nada menos que del sentimiento de los pueblos, por eso es que no pasa de moda y vuelve siempre, una y otra vez, aunque sea a través de diferentes expresiones. Es una música que imita a los pájaros, canta como cantan los pájaros. De no todas las músicas se puede decir eso.
–¿De cuáles no, por ejemplo?
–¡Me va a decir que la música metálica se puede comparar con el cantar de los pájaros! No, no se puede comparar (risas). La música de la identidad es un intento de nosotros los hombres por imitar a los pájaros y a los animales. Si tú te pones a observar, cuando uno danza está imitando a los animales. En su galopar, en su flirteo, en el brrrrrr de las palomas cuando están enamorando. Los imitamos, y esos sonidos se vuelven armoniosos cuando se pasan a cuerdas, pianos, trompetas, oboes, chelos, violines, saxos, trombones, bombardinos. ¿Qué son los tambores si no el sonido del corazón? Y esos sonidos no son estridentes, son comprensibles a las vibraciones del cuerpo humano. Cuando oyes sonidos estridentes, tu cuerpo lo rechaza, no te lo resiste ni tu oído, ni tu cuerpo, ni tu corazón.
–Se van a poner muy contentos los que hacen heavy con esto que usted dice...
–(Risas). No, no, no, yo no estoy en contra de nadie... Simplemente, mi filosofía es que ahora más que nunca hay que hablar de la música de la identidad y de nuestros ancestros. Porque nosotros no salimos de la nada, hemos tenido un proceso de evolución en el amplio sentido de la palabra. No es que esté en contra de lo nuevo: yo tengo una guitarra eléctrica, un bajo eléctrico, pero esos instrumentos los puse al servicio de la música de la identidad, y no al revés. Lo que se destaca en mi música son los sonidos percutivos, los cantos primarios, yo estoy muy abocada a mostrar las notas adecuadas con los instrumentos adecuados.
–Usted grabó con Calle 13, ¿ésa fue una manera de mostrar esa postura?
–Bueno, cuando con Susana Baca y Maria Rita hicimos ese trabajo (la canción se llama “Latinoamérica”), cada una puso el sentimiento propio de cada país, con su vivencia propia, a través de la manera de expresarnos que tiene cada una. O sea que pusimos las notas musicales, y nuestro don que Dios nos dio –el de cantar– al servicio de la música que en este momento están trabajando los jóvenes, con otro concepto. Pero la energía que se envió en ese trabajo, se envió de una manera muy simple: a través de la palabra amor. Amor a un país, amor a la música, para poder involucrarnos en un nuevo movimiento musical, y sobre todo en la posibilidad de decir: ¡que viva la América!
Totó La Momposina dice que para ella la música lo es todo, que en la música creció, que es parte misma de su cuna. No tiene un origen humilde como el de su coterránea Petrona Martínez (“la reina del bullerengue”, que antes de ser “descubierta” cantaba mientras lavaba en el río), pero sí comparte con ella esa formación intransferible de la música popular, cuando esa música es parte cotidiana de las vivencias de la casa. En su caso está la marca de un bisabuelo que tenía un teatrino, y del que heredó la idea de disciplina en la música, la importancia del ensayo riguroso, un abuelo que dirigía una banda y del que todavía conserva partituras de óperas, operetas y zarzuelas, una madre que cantaba. Pero La Momposina también tuvo una educación musical formal: estudió en el Conservatorio de la Universidad Nacional, y en los ‘80 viajó a Europa para formarse en música, estudió Historia del Arte y de la Música en la Sorbona. Allí comenzó a cantar en la calle, a la gorra. Entre una y otra formación –la académica y la heredada, intuitiva–, más que diferencias La Momposina parece encontrar una línea de continuidad indivisible. “Pues claro que tengo que saber qué es lo que estoy haciendo”, dice con naturalidad sobre lo que la llevó al estudio de la música. Sin embargo, rechaza calificar como “intuitiva” a la otra formación: “No es intuitivo, los músicos, las cantadoras, saben bien lo que hacen y es muy concreto. Las cantadoras tienen que saber de todo un poquito, saben de plantas, son parteras, son señoras que sirven para consejos organizativos, de familia, y algunas de ellas se han dedicado exclusivamente a la música, y se han formado a su manera”, describe a sus antecesoras.
–La “música de la identidad” que usted canta es muy local. Cuando la lleva a otros lugares del mundo, puede ser consumida como algo exótico. ¿Le teme a eso?
–Cuando yo comencé, ¡claro que era exótico! Te puedes imaginar, 50 años atrás, cuando éramos jóvenes y bellas... (risas). En París, cuando cantaba en la calle, me tocaban el pelo para preguntarme si era mío... ¡hasta yo misma era exótica! (risas). Pero fíjate que hay un triángulo que nos representa a todos, en todo el mundo: Africa, Oriente y Occidente, y esas tres vertientes convergieron aquí en el nuevo continente. Así que para cualquiera que nos escuche, cuando hacemos música muestra, habrá algo que reconozca. La música de la identidad es una música bastante primitiva, primaria, repetitiva: habla del buen tiempo, del mal tiempo, del amor, de cosas que sentimos y comprendemos todos los que somos humanos.
–¿Cómo fue que Gabriel García Márquez la invitó a la ceremonia sueca cuando ganó el Nobel?
–Gabo pertenece a la región de donde yo soy: yo provengo de la isla de Mompox, del pueblo que se llama Mompox. Y Gabo proviene del departamento de Magdalena, justo enfrente, nos divide el río Magdalena, que cruza toda Colombia y es como nuestra savia, nuestra sangre, porque por ahí han entrado todas las culturas. Bueno, con Gabo no nos conocíamos personalmente, pero él quiso invitarme para corroborar con música lo que había escrito en Cien años de soledad. Eso dijo que podía hacer con mi música. Y allá fui.
–¿Y lo había pensado alguna vez? ¿Pensó que su música hablaba de Cien años de soledad?
–No. Pero si el Gabo lo dice...
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