El mes pasado, esos auténticos monstruos del rock llamados Metallica pusieron su más que considerable catálogo en Spotify. Fue un momento histórico, no solo para los fans del metal y fiesteros siempre listos para agitar sus cabezas, sino también en la historia de la guerra entre los sheriffs de la industria tradicional de la música y el alguna vez salvaje territorio del consumo de música en Internet. El proceso judicial iniciado por la banda en 2000 contra el sitio de intercambio de archivos Napster ayudó a endurecer las respectivas posiciones entre el viejo y el nuevo mundo. “Tomamos nuestras realizaciones –sea música, letras, las fotos o el arte gráfico– muy seriamente”, aseguró entonces el incendiario baterista Lars Ulrich. “Es lo que hacen todos los artistas, y por eso es enfermante saber que nuestro arte está siendo comerciado como una commodity en vez de la pieza creativa que realmente es.”
Es por eso que resulta ahora extraño ver a Ulrich cantando loas a Spotify, en un escenario junto al fundador Daniel Ek, ex consejero delegado de ìTorrent (una plataforma que puede ser utilizada, y de hecho lo es, para descargar ilegalmente material protegido por el copyright) y Sean Parker, integrante del consejo e inversor de Spotify... y cofundador de Napster. Parker incluso ingresó al escenario mientras sonaba “I fought the law” (“Yo combatí a la ley”), de The Clash. ¿Quién ganó aquí?
El modelo de Spotify en el cual los oyentes pueden aceptar publicidad o tomar una suscripción de hasta 15 dólares mensuales, es una astuta legitimación de la facilidad de las descargas ilegales. El anuncio de Metallica parece haberlo finalmente sellado como una manera viable de ganarse la vida. Aun así, todavía hay mucho disenso entre los artistas que no poseen los derechos sobre los masters de sus grabaciones, y así reciben pagos de regalías filtrados por los contratos que tienen con sus compañías discográficas. Spotify le da a la industria el 70 por ciento del dinero que recibe, dinero del cual los artistas reciben entre un 20 y un 25 por ciento, según estima el editor de Music Week Tim Ingham. La pequeña escala de esos pagos, comparada con las fuentes de ingreso más tradicionales, ha llevado a que artistas indie como Lower Dens, Grizzly Bear y The Black Keys refunfuñen de un modo muy elocuente sobre la cantidad de pasadas en Spotify que se necesitan para igualar la venta de un disco, en fríos términos de dinero. En un apasionado posteo en su blog, Jana Hunter (Lower Dens) argumentó que “la música no debería ser gratis, ni siquiera debería ser barata. Si consumís toda la música que querés todo el tiempo, compulsiva, sudorosamente, terminás teniendo una relación barata con la música que escuchás”.
En niveles más comerciales, el último disco de Rihanna se mantuvo fuera del servicio, así como el de Taylor Swift. Scott Borchetta, presidente del sello Big Machine que edita a Swift, dijo que “no vamos a poner nuestros nuevos lanzamientos en Spotify. ¿Por qué no vamos a tomar las enseñanzas del negocio del cine? Ellos tienen lanzamientos en cine y lanzamientos en cable. Hay ciertos niveles. Si simplemente tiramos ahí todo lo que tenemos, estamos listos”. Otros alegan que la exposición que ofrece Spotify ayuda a motorizar las ventas; el fenomenal suceso del segundo disco de Mumford & Sons, Babel, que llegó al primer lugar de las ventas junto al primer lugar en el streaming, es ofrecido como prueba de esto. Pero no es un tema de elegir entre streaming o ventas. Un enorme monto de música aún puede encontrarse en Internet, gratis e ilegalmente. Dice Will Hope, director de relaciones con los sellos de Spotify para Europa: “Es por eso que Spotify existe, queremos ofrecer una solución y una contraparte para eso”. Es una contraparte que para algunos artistas toca las notas equivocadas, pero quizá sea un tema de ajustes.
Para que Spotify tenga éxito, y por éxito quiero decir llegar al punto en que los artistas cobren un dinero que les permita vivir de eso, hay que llegar a cierta escala”, apunta Ingham. “Es una situación en el estilo del huevo y la gallina, en el que la gente dice que necesita llegarse a 10 millones, o incluso 100 millones de streams para que los artistas empiecen a recibir el dinero que acostumbraban. Para llegar a eso, Spotify necesita tener los mayores catálogos en su servicio. Tener a Metallica significa que en el futuro otros artistas como ellos empezarán a ver un dinero que puedan considerar una recompensa justa por su material.”
Tanto Hope como Ingham creen que el proceso de pago a los artistas se irá volviendo mejor y más transparente a medida que este y otros servicios crezcan. Spotify ya tiene cinco millones de suscriptores pagos, y más de veinte millones de usuarios activos en total. En los últimos cinco meses, sus pagos de regalías a los artistas se han duplicado, llegando a 500 millones de dólares. Es esencial mantener los intereses de los artistas en la mente del público, pero por ahora el modelo de Spotify es lo mejor que se pudo conseguir. Mientras las ventas físicas declinan, el streaming es la parte de más rápido crecimiento en los ingresos de la industria. Si los mismísimos Metallica bajaron las armas, quizá sea tiempo de que los demás los imiten.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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