Cuando, en febrero de 1852, Giuseppe Verdi eligió como sujeto para una nueva ópera un texto que había causado impacto por su argumento escandaloso para los cánones sociales de la época quería, entre otras cosas, hablar del presente. “Otro no lo hubiera hecho, por las costumbres, por los tiempos y por otros mil torpes escrúpulos... Yo lo hice con mucho placer”, escribía el compositor en una carta a su amigo Cesare De Sanctis en enero de 1853, pocos meses antes del estreno en Venecia de La Traviata, el melodrama en tres actos con libreto de Francesco Maria Piave, basado en La dama de las camelias, la novela de Alejandro Dumas (hijo).
Aun si la censura veneciana había sido bastante tolerante con el Verdi de Ernani y de Rigoletto (un jorobado protagonista en escena no se correspondía con el buen gusto en el que querían reflejarse las plateas de la época), en esta oportunidad resultó más decidida a poner límites: primero cambió el título propuesto por los autores, Amore e morte, por el acaso más suculento de La Traviata (La extraviada), tal vez para advertir que la protagonista del drama es una prostituta; además, tardó varios meses en decidir si permitiría o no la ambientación en su propia época, con vestidos modernos. No lo permitió: a tres semanas del estreno, la censura finalmente decretó que la acción debía ser trasladada a la época de Luis XIV, unos doscientos años antes, anulando así el efecto que podía producir la contemporaneidad de una acción en la que los espectadores podrían haberse reconocido.
Sobre el juego de los deslizamientos temporales, tan caro a los puestitas de ópera actuales, Gustavo Tambascio propone una versión de La Traviata que se desarrolla en la París de 1968, la del Mayo Francés. Una historia en la que Alfredo es un joven con ideales para un mundo mejor y Violeta una diva en el ocaso que lanza sus últimas bengalas. En el medio, acaso como en la versión original, la burguesía, sus opulencias, sus debilidades y sus prejuicios. Con nueva producción de la ópera de Giuseppe Verdi, hoy y mañana a las 20.30 y el domingo a las 17, el Teatro Argentino de La Plata comienza su temporada lírica y celebra al compositor italiano en el bicentenario de su nacimiento. La Traviata se repondrá el viernes 23 y sábado 24 a las 20.30 y el domingo 25 a las 17. Las entradas, desde 30 pesos, pueden adquirirse en las boleterías del teatro o por TuEntrada.com. Desde Capital Federal se habilitará un servicio de ómnibus que partirán desde la Casa de la Provincia de Buenos Aires, Callao 237, dos horas y media antes del inicio de las funciones.
“Traté de despegarme de todos los clichés que arrastra una ópera tan popular”, advierte Tambascio al comenzar la charla, y cuenta que lo primero que se escucha en su puesta no es la música de Verdi. “Lo primero que se escucha es una versión rock, que es la música que habitualmente escucha Alfredo, de un aria de la soprano –explica–, pero interpretada por una voz de culto en Europa, una cantante de origen peruano que se llama Sara Van. Esto fue producido especialmente para esta puesta. En esta primera escena estamos ante otra cosa, que luego, con el correr de la acción, se resignifica como la visión de Alfredo a través del tiempo. Es el comienzo de un flashback desde un momento que sucede mucho después de la muerte de Violeta, en el final de la ópera.”
Además de la régie de Tambascio, La Traviata del Argentino contará con la dirección musical de Pedro Pablo Prudencio, al frente de la Orquesta y el Coro Estable (preparado por Esteban Rajmilchuk); la escenografía es de Leonardo Ceolin, el vestuario de Martín López y la iluminación de Horacio Efron. El reparto de cantantes alternará dos elencos, encabezados por las sopranos Paula Almerares (que actuará el 16, 18, 23 y 25) y Florencia Fabris (17 y 24), en el rol de Violeta Valéry, una muchacha de gustos ligeros, tos y libertades contrastadas; los tenores Orlando Niz (16, 18, 23 y 25) y Santiago Ballerini (17 y 24) encarnarán a Alfredo Germont, un muchacho de buen corazón, puntual, pero de mala suerte. Los barítonos Fabián Veloz (16, 18, 23 y 25) y Ernesto Bauer (17 y 24) actuarán como Giorgio Germont, padre del buen Alfredo; las mezzosopranos Victoria Gaeta (16, 18, 23 y 25) y Roxana Deviggiano (17 y 24) como Flora Bervoix, la amiga de Violeta; los tenores Patricio Oliveira (16, 18, 23 y 25) y Maximiliano Agatiello (17 y 24) como Gastón, vizconde de Letorières, amigo de Alfredo; el barítono Sebastián Angulegui como el Barón Douphol, protector de Violeta y buen pagador. Los bajos Sebastián Sorarrain (16, 18, 23 y 25) y Alberto Jáuregui Lorda (17 y 24) encarnarán al Marqués D’Obigny, amigo de Flora; los bajos Juan Pablo Labourdette (16, 18, 23 y 25) y Víctor Castells (17 y 24) como el doctor Grenville, fiel cumplidor del juramento hipocrático; las sopranos Rocío Arbizu (16, 18 y 25) y Claudia Casasco (17, 23 y 24) como Annina, la camarera de Violeta; los tenores Maximiliano Agatiello (16, 18, 23 y 25) y Ricardo Franco (17 y 24) como Giuseppe, el servidor de Violeta; Leonardo Palma, como un criado de Flora, y Hernán Vuga, como un mensajero.
Parte de lo que se conoce como “la trilogía popular de Verdi” (junto a Rigoletto e Il Trovatore), La Traviata es uno de los títulos más celebrados del repertorio lírico, una vigorosa muestra de bel canto que a lo largo de miles de representaciones y cientos de grabaciones en todo el mundo se ha convertido en una especia de fetiche para muchos iniciados en la lírica. “En esta puesta, Alfredo es un joven de 24 años, un estudiante rebelde del Mayo Francés y su referencia musical es el rock –continúa Tambascio–. Cuando empieza el preludio, en una pantalla de led que hay en escena vemos una enfermera que prepara una jeringa, mientras pasan imágenes de tapas de revistas que en sus títulos comentan el estado de salud de Violeta Valéry.”
Violeta Valéry bien podría ser la Callas o alguna otra diva de la ópera, protagonistas de vidas agitadas y por años también en el centro de la atención chismográfica. “Creo que en mi cabeza esta Violeta es más Ava Gardner, sobre todo pensando en la relación que tuvo con un mucho más joven que ella Daniel Mendoza, cuando era su secretario”, asegura Tambascio y continúa: “Cuando tenía 14 años yo le mandé una carta a Ava Gardner en la que le pedía por favor me llevase a vivir con ella. No lo hizo, claro, pero tuvo la amabilidad de mandarme una foto autografiada de la película 55 días en Pekín, con escrito algo así como ‘La señora Gardner agradece sus conceptos’, firmado: ‘Ava’s Secretary’, su secretaria o su secretario. Por eso me gustó tomar esta traviata desde ese lugar: los años ’60, que tienen que ver con mi adolescencia, con mi pasión por Ava Gardner, mi iniciación en la ópera y sus divas”.
Para el régisseur, el Mayo Francés funciona también con el límite de una época más allá de lo que disparan sus pasiones personales. “Violeta es una mujer amada y adorada en la alta sociedad, en el jet set de su época –continúa–; y ya en el final de sus días de pronto tiene un tiempo de sobrevida, animado por la presencia de este Alfredo. Esta podría ser la metáfora de un orden que se acaba, un período que se cierra con la irrupción en la Historia del Mayo Francés. En el tercer acto, donde ella está ingresada en el Sanatorio Americano de París, vemos detrás a los estudiantes marchando por las calles, pintando los muros y panfleteando. Violeta es una gran estrella, pertenece a un mundo en el que el barón Douphol bien puede ser Aristóteles Onassis, por ejemplo. Y Alfredo es el joven que con su vigor erótico y su desfachatez, la saca a ella de ese mundo rancio y de hastío, por un momento.”
Una escena en una discoteca, paparazzi que persiguen a la diva, esculturas de Giacometti y pinturas abstractas en casa de Violeta, imágenes de Alfredo en moto por las calles de París –que se complementan con la aparición de la moto en escena– y vestuarios inspirados en modistas como Chanel o Paco Rabanne, son otros rasgos que precisan una idea de época. “También hay un striptease en escena, que no es total –anticipa Tambascio–. Ese es otro fenómeno propio de los años ’60. Enseguida se recuerda al de Nadia Grey, en La dolce vita. Entonces se había puesto de moda y los ricos contrataban gente para eso.”
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