La idea no era buena. No podía salir bien. Y cualquier dirección teatral con experiencia le habría huido como a la luz mala. No obstante, la versión reducida de El anillo de los nibelungos, de Richard Wagner, presentada en el Colón como un espectáculo de nueve horas de duración, incluyendo un lujoso catering en uno de los intervalos, salió aun peor. A su costo faraónico, al escaso éxito, tanto de público (debieron cancelarse funciones en razón de lo magro de la convocatoria) como crítico (más allá del reconocimiento del buen elenco, no hubo un solo comentario entusiasta y la mayoría fueron desfavorables) y al fracaso de las gestiones para tratar de venderlo a otros teatros, se sumó el escándalo provocado por la directora de escena que originalmente tendría a cargo la puesta, Katharina Wagner. De manera sorpresiva, la bisnieta del célebre compositor, que le costó a la Ciudad más de un millón de pesos, en 2011, por el mero uso de su apellido, ha sido programada en 2015, por la mima dirección artística de entonces, para realizar en el Colón la puesta en escena de Parsifal, el “festival escénico sacro” –en palabras de su autor– que Wagner estrenó en 1882.
Katharina Wagner, actual directora del Festival de Bayreuth, apenas llegada a Buenos Aires, dijo aquella vez que las condiciones para hacer la obra no estaban dadas y esa misma noche regresó a Alemania. Fuentes reservadas aseguraron que, en realidad, había contraído un compromiso con la firma Audi para coordinar un evento comercial en Europa, en la misma semana en que se había previsto el estreno porteño. La dirección del teatro manejó el tema como si se tratara de un secreto –y como si todo el desaguisado no estuviera financiado por los propios ciudadanos– hasta el punto de desmentir, en la tapa de un periódico oficialista (de la ciudad) aquello que Página/12 había adelantado en su momento para, en ese mismo periódico, acabar desmintiendo la desmentida con unos pocos días de diferencia y como si nada hubiera pasado. En el mismo mes, la directora –que ya había sido reemplazada de urgencia por Valentina Carrasco, integrante de la Fura dels Baus que ya había realizado varios trabajos en el Colón– volvió pero sólo para negociar los términos de su alejamiento. Es decir, cuánto cobraría, simplemente, por permitir que se continuara con el supuesto aval de su apellido aunque sin su presencia –ni su trabajo–.
Que a pesar de semejantes antecedentes haya vuelto a ser elegida por la dirección del Teatro Colón podría deberse a la singular belleza de los espectáculos montados últimamente por la joven Wagner, seguramente disfrutados por los funcionarios del teatro, o a su prestigio en Europa. Sin embargo, de lo segundo no hay pruebas y lo primero no parece posible, en tanto Katharina Wagner no ha dirigido en teatro alguno en los últimos cuatro años. Después del mamotreto bautizado pomposamente Colón-Ring no ha realizado absolutamente nada nuevo (recién presentará, a mediados de este año, un Tristán e Isolda para el que se ha autoprogramado en Bayreuth), y en Opera-Base, la base de datos más consultada en el mundo profesional de la ópera, su nombre ya ni siquiera figura.
Su Trittico pucciniano en la Opera Alemana de Berlín, en 2006, jamás se repuso y es considerado con unanimidad como uno de los grandes fracasos de la historia de ese teatro. La Madama Butterfly presentada en Mainz en 2011 fue unánimemente abucheada, los integrantes del elenco la consideraron “una vergüenza” y el diario Die Welt la calificó con una frase ine-quívoca: “Ein desaster”. Y en 2009, su puesta en escena de Tannhauser, en Canarias, también fue reprobada sonoramente por los asistentes y tratada duramente por la crítica. “Su versión de los personajes rompía completamente con lo escrito por el autor y así no había correlación entre el texto y la actuación teatral”, escribió, por ejemplo, el periódico ABC. Pero, además, la bisnieta del autor no respetó, durante sus ensayos, aquello que había pactado con la sala en cuanto a diseño escenográfico, acumuló desplantes, amenazó con retirar su nombre de la puesta, y acabó tildada de “caprichosa” y “niña malcriada” por Juan Cambreleng, director en aquel entonces de la Opera de Canarias.
El hecho ya excepcional de que el affaire Colón-Ring no hubiera merecido investigación administrativa alguna fue la comidilla de los directores de salas de ópera de todo el mundo y nadie duda, en otros lares, en considerarlo un escándalo de grandes proporciones. El Colón, no obstante, suma a ello varias extravagancias. No sólo es de los muy pocos teatros –si es que hay más de uno– que todavía considera valiosos sus escasos méritos artísticos sino que, siendo el que peor la ha pasado con Katharina Wagner y quien más le ha pagado por ello, es el único que, después, ha vuelto a llamarla.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.